Raymundo Riva Palacio
La toma de la tribuna de la Cámara de Diputados el viernes pasado, durante la discusión de la reforma laboral, fue un sabotaje de la izquierda contra la izquierda. Los grupos más cercanos a Andrés Manuel López Obrador, capitaneados por Martí Batres, rompieron un acuerdo interno con el PRD de no realizar ese tipo de acciones, con lo cual no sólo exhibieron la vulnerabilidad de los liderazgos, y pusieron en duda la viabilidad de un gran frente de izquierda que se está armando.
Los senadores Manuel Camacho, quien está detrás de las estrategias de Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del Distrito Federal, y Alejandro Encinas, uno de los políticos influyentes más cercanos a López Obrador, han venido trabajando la creación de un frente de la izquierda, que pensaban hacer público la semana pasada pero que la polarización por la reforma aplazó para mejor coyuntura. El frente busca resolver en forma pragmática la salida del ex candidato presidencial del PRD y, a la vez, incorporarlo en ese bloque y mantener el capital de los casi 16 millones de votos alcanzados en las elecciones de julio.
El diagnóstico para la conformación del frente reconoce implícitamente verdades que a un sector de la izquierda, particularmente la social intrínsecamente asociada con López Obrador, objetará. La principal es que el PRD no es un partido que sólo deba votos a López Obrador, sino que tiene vida y fuerza propia. La votación por el candidato de izquierda -la coalición PRD, PT y Movimiento Ciudadano- fue de alrededor de 32%. De ellos, el PRD, con él o sin él, tiene un piso histórico de 18%, que equivale a nueve millones de votos. Es decir, el apocalíptico fin del PRD sin su ex candidato presidencial, es falso.
Lo que no, es que sin el PRD en un frente de izquierda, ni el PT ni el Movimiento Ciudadano puedan existir. De acuerdo con análisis electorales, si no se suman al PRD, para las elecciones intermedias de 2014, pueden desaparecer al no alcanzar 2% del voto requerido para salvar el registro. Pero al mismo tiempo, el PRD necesita mantenerse unido para evitar que se presenten candidatos independientes de la izquierda, como sucedió en julio, que provocó que perdieran la oportunidad de tener al menos otros 50 diputados.
No son PT y Movimiento Ciudadano quienes tienen el capital político, sino López Obrador, que al compartir con ellos su imagen para promoción, les garantiza 2% del electorado. Sin embargo, López Obrador sin el PRD carece de fuerza electoral para contender una vez más por la Presidencia o para ser factor de poder con incidencia en las cámaras.
La idea del frente, de acuerdo con personas que conocen los detalles, no es que López Obrador regrese al PRD, sino evitar que la izquierda se rompa en la utopía que el partido y el ex candidato pueden tener éxito si caminan separados. Uno de los planteamientos más atrevidos por realista en la conformación de ese frente, es que una vez que se pongan de acuerdo sobre 10 puntos estratégicos donde iría la izquierda junta, habría que hacer un pacto patrimonial. Es decir, garantizarle a López Obrador, al PT y al Movimiento Ciudadano, aspectos materiales que tienen que ver con prerrogativas y con temas que parecen banales pero que en la realidad parlamentaria son motivo de fuertes discusiones y divisiones, como son espacios de oficina en las Cámaras y presupuesto para su staff.
A cambio de garantizarle la vida política y económica a López Obrador y sus partidos satélites, y el PRD capitalizar los activos electorales de su ex candidato, tendría que haber un corrimiento de la izquierda social hacia el centro, para concretar una plataforma socialdemócrata, con lo que una amplia franja del electorado puede identificarse, y tener un comportamiento distinto en las Cámaras, para caminar hacia reformas estructurales sin que esto signifique aprobarlas en los términos como se envían. Esto es exactamente lo contrario a lo que sucedió el viernes, donde la imagen proyectada por el PRD es la misma que hasta ahora ha impedido que el electorado tenga la confianza suficiente para llevar a uno de sus candidatos a la Presidencia, donde a base de golpes y no de argumentos, quisieron impedir la aprobación de la ley laboral.
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