¿Qué significa la traición de Antonio Attolini?

Ismael Hernández Lujano

Antonio Antolini y unos cuántos jóvenes que participaron con bastante notoriedad en la primera etapa del movimiento #YoSoy132 ahora son las nuevas estrellas de un programa de debates del canal 4 de Televisa. La verdad es que desde un principio muchos lo habíamos previsto, sabíamos que algunos de los jóvenes estudiantes de universidades privadas no perseverarían en una lucha contra el gobierno ya que su situación de clase los hace proclives a acomodarse con el actual estado de cosas y, además, su postura crítica ante Peña Nieto y los poderes fácticos que encabeza Televisa no tenía raíces profundas. No sólo era previsible que luego de algunos meses de arduo trabajo, de penurias y fatigas, algunos siguieran su carrera como nóveles empresarios sino que uno que otro fuera comprado por el enemigo. Lo que no me imaginaba es que sucediera tan pronto.

Lo que hicieron Antonio Attolini y otros jóvenes que en algún momento participaron en el movimiento #YoSoy132 es inequívocamente una traición. Más allá de indignarnos y denunciarlos, lo cual es necesario, lo importante es pensar qué significa esa traición y qué repercusiones tiene en la lucha de nuestro pueblo.

Una primera interpretación equivocada sería decir que todos los líderes se corrompen, que todos se venden. Sin embargo, la traición de Attolini y sus compañeros reforzará la tendencia anarquistoide dentro de la izquierda mexicana, aquella que rechaza todo liderazgo con el argumento de que la existencia de dirigentes y líderes es incompatible con la democracia dentro de las organizaciones y que, al final, todos los líderes son traidores y sólo ven por su propio beneficio. Los fundamentos de esta tendencia son falsos porque, en primer lugar, no todos los líderes se venden. No nos sorprendamos, muchos se han vendido y muchos se venderán pero no es una fatalidad, no es cierto que todos lo vayan a hacer. Han existido y existen dirigentes que han dado la vida por su causa, ciertamente no abundan y por ello los pocos que han surgido son admirados y reconocidos, nos referimos a gente como Fidel Castro, Che Guevara, Emiliano Zapata o el mismo Lenin, por mencionar sólo algunos. En segundo lugar, esta tendencia es falsa porque no toma en cuenta la posibilidad de liderazgos legítimos. Un líder legítimo es aquel que se constituye en una autoridad moral e intelectual en virtud de su inteligencia, entrega a la causa, congruencia y honradez. Justamente son las bases de un movimiento las que otorgan el carácter de líder a las personas, son las bases las que reconocen a alguien y lo siguen no por obediencia ciega ni por coerción sino por convencimiento y lo seguirán solamente en la medida en que exprese y represente sus intereses y en que proponga caminos que acerquen al movimiento a la victoria. Este tipo de liderazgos no son incompatibles con la democracia; los liderazgos antidemocráticos sí lo son. De hecho, creo que un líder o dirigente antidemocrático en sentido estricto no debería llamarse así.

Pero esta tendencia anarquizante de satanizar todo liderazgo no sólo es falsa en sus fundamentos, también es nociva porque inhibe los liderazgos positivos y en no pocas ocasiones es la careta para que ciertos liderazgos pasen desapercibidos y se ejerzan desde la sombra, sin control ni vigilancia de las bases. No hay mejor manera de proteger y sostener un liderazgo torpe, autoritario y dañino que promover la ilusión de que “aquí no hay líderes”.

Más allá de cómo lo valoremos, el liderazgo es un hecho en los movimientos y organizaciones populares, existen personas que, más allá de que sean formalmente nombrados, ejercen una función de dirigentes en los movimientos sociales, función necesaria en la medida en que ayuda a dicho movimiento a conseguir sus propios fines. Quizá algún día lleguemos a tal punto de madurez política que ya no sean necesarios pero mientras tanto son un hecho y más que negarlo deberíamos luchar por hacer a un lado a los liderazgos nocivos y por construir liderazgos legítimos.

Una segunda manera equivocada de asimilar la traición de Attolini sería tomar dentro del #YoSoy132 a los estudiantes de universidades privadas como chivo expiatorio y descargar sobre ellos toda nuestra indignación. Desde el inicio del movimiento existe una tensión entre las universidades públicas y privadas por razones ideológicas pero también por simple rencor de clase mal entendido. Si la traición de unos cuántos se convierte en la ocasión para que los estudiantes de las universidades privadas sean linchados y hostigados dentro del movimiento, se romperá, o terminará de romper, la sorpresiva y provechosa unidad entre ellas y las públicas. Si los convertimos en blanco de todas nuestras críticas y en objeto sobre el cuál descargar todo nuestro rencor y desconfianza, nosotros mismos estaremos ahuyentándolos del movimiento y quizá echándolos en brazos del enemigo. Claro, si eso sucede, también nos daremos el gusto de acusarlos de traidores.

Una de las fortalezas del movimiento es la participación de jóvenes de clase media alta y alta, eso significa que una parte de ellos ha roto con los neoliberales. Nuestro papel es profundizar y extender ese rompimiento de las clases medias con el actual modelo. Sería un error mayúsculo concluir a partir de la reciente traición que es imposible sumar y atraer a las clases media a la lucha popular pues con ellos las dejamos en manos de los neoliberales. Al contrario, se trata de ampliar el bloque opositor al neoliberalismo y de romper el bloque dominante. Muchos vacilaran y después de un tiempo volverán a su postura original de derechas y conservadora pero los que se queden pueden ser los mejores luchadores sociales. A lo largo de la historia, algunos de los grandes revolucionarios han salido de la clase media y alta.

Por último, que Attolini y compañía hayan aceptado convertirse en los más nuevos loros de Televisa es un triunfo para Enrique Peña Nieto y para la oligarquía gobernante. Para ellos representa una confirmación de su poder y de la máxima de que nadie resiste cañonazos de cincuenta mil pesos, de que con la misma facilidad que compraron millones de votos pueden comprar a unos cuántos jóvenes que tuvieron un fugaz impulso de convertirse en luchadores sociales. Sin duda, es un éxito para ellos y representa una estocada al movimiento popular justo en las vísperas de la aprobación de la contra reforma laboral y la consumación de la imposición de Peña Nieto. A Televisa, Antolini y compañía le sirven para simular apertura y para quitar legitimidad al movimiento pues parecería ante parte de la población que la demanda de democratizar los medios ya ha sido resuelta.

Sin embargo, creo que la gran mayoría de la población no lo interpretará de ese modo, no pensará que Televisa se ha vuelto una empresa plural y democrática; lo interpretará del modo correcto, pensará que los estudiantes se han vendido pero esta certeza puede generar algo muy peligroso: la desmoralización. Para millones de mexicanos, los jóvenes del #YoSoy132 encarnan la dignidad y la inteligencia de la nación, son la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Que se pasen al bando enemigo reforzará el desencanto de muchos, el apoliticismo, la convicción de que la política es un balde de mierda donde todos se baten buscando sus propios intereses. Muchos, muchísimos mexicanos se sentirán defraudados, traicionados por quienes a su juicio representaban su sentir, su hartazgo ante la crisis, la inseguridad, las mentiras de los medios, la partidocracia y la oligarquía.

El reto es demostrar que ellos no son el movimiento, que no lo representan, que la lucha sigue adelante y que la acción política colectiva es posible, de que más allá de los valores individualistas existe un interés auténtico por salvar la patria, por el bienestar del pueblo.

No lo minimicemos, la traición de estos jóvenes es un gran golpe. Interpretémoslo certeramente, no lo veamos como la confirmación esperada de nuestras ideas preconcebidas. Sigamos adelante, redoblemos la batalla por ganar el corazón y la mente del pueblo, por convencerlos de que la lucha es auténtica, necesaria y que el futuro nos pertenece.

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