Arnaldo Córdova
¿Por qué se puede postular que hay una izquierda que el país necesita? Si cabe una respuesta, ésta no puede ser más que la siguiente: en una sociedad democrática deben estar representadas todas las opciones políticas que es dable imaginar y todas deben estarlo en la misma proporción y todas con las mismas posibilidades de acción y de éxito. Una izquierda es necesaria como un elemento motor de equilibrio social y político frente a las demás opciones que se puedan ofrecer a la ciudadanía. Con la misma certeza podemos afirmar que una derecha y un centro son necesarios e indispensables, en esa sociedad democrática, porque a ésta no podemos no imaginárnosla como un todo que reclama igual representación en el Estado.
En una sociedad democrática, la izquierda es una corriente política que, con sus propias demandas y exigencias, marca una distancia frente a las demás fuerzas políticas de la que la misma sociedad se beneficia en la medida en que puede contar con un referente para decidir su futuro. La izquierda, según sus emblemas, se debe como representación a una parte de la sociedad, aunque, como fuerza política nacional, pretenda gobernar para todos; por eso es un partido, vale decir, una parte de la sociedad. Una izquierda democrática pretende representar los intereses de todos aquellos que en la sociedad viven de su trabajo y vincula su existencia a la defensa de esos intereses.
Hay muchos más valores a los cuales la izquierda quiere servir: la defensa de los desiguales (no sólo los trabajadores, sino todas las minorías que padecen injusticias o se hayan limitadas por su situación social); la defensa de la soberanía nacional (en cuanto los ataques a la misma, desde dentro o desde fuera del país, ponen en entredicho los intereses de toda la sociedad o de sus partes más débiles); la defensa de un modelo educativo que favorezca a los trabajadores o a los explotados a los que quiere representar; la defensa de la cultura nacional que da identidad a nuestra nación y a las clases populares; la defensa de los derechos humanos en general; la defensa de nuestros pueblos indígenas y contra toda forma de discriminación.
Desde luego que no se trata de formular una lista exhaustiva. La izquierda democrática, como fuerza política, debe estar comprometida ante todo con el mismo orden democrático y con la defensa del estado de derecho. Contra los llamados poderes fácticos o los poderes de hecho o los poderes oligárquicos, que depredan y destruyen la riqueza nacional, la izquierda opone la reivindicación del estado de derecho y de la competencia democrática leal y apegada a los principios constitucionales. Una izquierda dedicada a la obtención de puestos de representación o de canonjías estatales o al uso de la política para la satisfacción de intereses facciosos o personales no sólo no tiene ninguna legitimidad como tal, como izquierda política, sino que, de plano, no tiene cabida en un Estado democrático.
Una izquierda como la que postulamos, es cierto, no existe en México. Lo que tenemos es una izquierda logrera y oportunista, engolosinada con los puestos de poder y de representación, tribal y chicanera, que no representa a nadie más que a sí misma. Necesitamos otra izquierda. Una izquierda de verdad democrática y comprometida con el derecho y la justicia y, ante todo, con el avance y el progreso de la sociedad y de su pueblo trabajador; una izquierda que de verdad sea representativa de las clases que viven de su trabajo y enemiga de toda forma de simulación democrática y de toda exclusión y discriminación; una izquierda solidaria con los pueblos del mundo que luchan por su liberación y por la igualdad de sus ciudadanos.
Esa izquierda se tiene al alcance de la mano en el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Todo dependerá de lo que se decida hacer con él. Si se le mantiene como tal no hay ni para qué hablar. Marx y Engels, en el Manifiesto del Partido Comunista, postularon que para un movimiento en acto, es decir, que está sucediendo y que se perfila hacia el futuro, no hay más que convertirse en partido, es decir, en una organización que sustituya en la mente de sus integrantes el dominio de los poderes ideológicos e institucionales que pesan sobre sus miembros, los vuelvan un movimiento independiente y, finalmente, los conviertan en una fuerza organizada que los haga valerse por sí mismos.
Antonio Gramsci, a su vez, proponía la figura del intelectual colectivo para definir al nuevo partido de clase, opuesto a todas las fuerzas que sustentan el orden imperante, dominado y usufructuado por una coalición de intereses o bloque histórico que es en contra del cual se levanta el partido de izquierda. La organización contra la dispersión es la propuesta. Hay, por supuesto, quienes sostienen la idea de que Morena se mantenga como movimiento y hay quienes, por el contrario, abogan porque se convierta en un partido formal. Hay razones detrás de cada posición.
Me parece que quienes tienen como opción la de mantener a Morena como movimiento, en el fondo, no saben qué hacer con la izquierda partidista que hasta ahora tenemos y, en particular, con el PRD. Mantener el movimiento quiere decir, en realidad, mantener la esperanza de que en algún momento se reformen y vuelvan a ser o simplemente sean lo que nunca han sido, vale decir, esa izquierda popular y democrática que el país necesita. Los que se deciden por hacer de Morena un nuevo partido, el nuevo partido de la izquierda, en el fondo lo hacen porque están decepcionados de los partidos hoy existentes y no creen o no pueden ya creer en ellos. Decir que el PRD, por ejemplo, tiene remedio y resurgirá como la esperanza que iluminó el camino a muchos en el pasado, simplemente, no tiene ya sentido.
Muchos militantes de Morena que aún siguen en el PRD son, probablemente, los que con mayor ahínco proponen que el movimiento se mantenga como tal y son, también, los que con mayor esfuerzo están proponiendo lo que ellos llaman la refundación del PRD. Ya hemos visto en el pasado lo que ocurre con esas propuestas de refundación: todo acaba en la nada y el PRD sigue siendo el mismo o algo peor. Y lo que se constata en cada ocasión no es que ese partido haya sido antes mucho mejor de lo que es hoy, sino que, de hecho, siempre ha sido el mismo.
Morena, para muchos, es la oportunidad que se esperaba y que nunca llegó. La esperanza de contar finalmente con un verdadero partido de izquierda. Se dice, en contra, que basta con que se dé un membrete para que todo vuelva a ser la misma porquería de siempre. Pero eso no está escrito necesariamente. Nunca antes, a decir verdad, se tuvo un auténtico movimiento de masas, aunque el PRD lo haya parecido en un principio. Sobre todo, nunca antes se tuvieron tantos ciudadanos organizados con el fin de triunfar en unas elecciones. Se tienen las masas organizadas. Sólo falta dar los últimos pasos para tener un partido que todos quieren y que todos están dispuestos a sostener.
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