Jorge Zepeda Patterson
La revelación más importante es el hecho de que la mayoría de las agresiones no proceden del crimen organizado, sino del entorno político. De los 30 casos documentados en 2011 en contra de mujeres periodistas, sólo en dos de ellos las reporteras cubrían temas relacionados con el narcotráfico o similares. En la mayoría de los casos fueron amenazadas, violentadas o de plano desaparecidas cuando trabajaban sobre asuntos de corrupción política, desvíos de fondos, derechos humanos, violencia sexual institucional. En otras palabras: las autoridades regionales están utilizando el pretexto del crimen organizado para acallar o desaparecer a periodistas incómodos.
Al principio los periodistas asesinados sólo eran hombres. Igual que en la guerra contra el narcotráfico, se trataba de una violencia masculina ejercida por varones contra varones. Ocasionalmente había una agresión contra alguna mujer periodista, pero parecía más la excepción que la regla. Los colegas que cubrían la fuente política y de nota roja, usualmente hombres, comenzaron a ser asesinados y desaparecer en mayor número desde el año 2000 e in crescendo.
En los últimos dos años esto ha cambiado radicalmente. Las mujeres periodistas comenzaron a ser amenazadas y ejecutadas de manera alarmante a partir de 2010. En ese año se triplicaron las agresiones respecto al año anterior y la cifra ha seguido aumentando. En los últimos meses las amenazas y asesinatos de periodistas hombres y mujeres prácticamente se han emparejado. En el último año dos reporteras han sido asesinadas y una más está desaparecida. ¿Qué cosas cambiaron para que sucediera esto? El reporte que acaba de publicar CIMAC (la agencia de noticias con especial énfasis en temas de género) ofrece algunas claves para entender el fenómeno y sus alcances. El extraordinario documento “Violencia contra mujeres periodistas en México, 2010-2011” no sólo detalla minuciosamente la naturaleza de estas agresiones, sino que avanza la metodología hasta ahora aplicada para entender las razones por las cuales los periodistas, hombres y mujeres, están siendo agredidos.
El reporte revela, por ejemplo, qué temas de investigación estaban trabajando las colegas en el momento de ser agredidas o amenazadas, el cargo que ocupaban dentro de sus redacciones, la fuente que cubrían. Esto permite confirmar y avanzar hipótesis que ya adelantaban reportes anteriores, como el de la organización Artículo 19.
La revelación más importante es el hecho de que la mayoría de las agresiones no proceden del crimen organizado, sino del entorno político. De los 30 casos documentados en 2011 en contra de mujeres periodistas, sólo en dos de ellos las reporteras cubrían temas relacionados con el narcotráfico o similares. En la mayoría de los casos fueron amenazadas, violentadas o de plano desaparecidas cuando trabajaban sobre asuntos de corrupción política, desvíos de fondos, derechos humanos, violencia sexual institucional. En otras palabras: las autoridades regionales están utilizando el pretexto del crimen organizado para acallar o desaparecer a periodistas incómodos.
¿Y por qué cada vez son más mujeres? Primero, porque, en efecto, las periodistas han ido aumentando su presencia en la cobertura de las fuentes “duras”. Los directores y editores de medios descubrimos que las mujeres, que tradicionalmente habían cubierto temas sociales, pobreza, desarraigo familiar, cultura, etcétera, estaban mucho mejor calificadas para entender y cronicar el tema de las víctimas en asuntos relacionados con política, guerra y crimen organizado, escándalos del poder. Fue Sanjuana Martínez quien dio voz a las víctimas de los abusos de los curas pederastas y la complicidad del alto clero en el encubrimiento; Lydia Cacho denunció a los políticos y empresarios que abusaban de niñas y niños; fueron reporteras, en su mayoría, quienes nunca se rindieron para documentar los feminicidios en Ciudad Juárez y su impacto en el tejido social.
En los últimos años, una y otra vez, las redacciones de diarios y noticieros fueron incorporando cada vez más mujeres para dar cuenta de los estragos sociales y familiares de las grandes tragedias. No es casual que una colega posea una mirada más compasiva o más comprensiva para entender el testimonio de alguien que ha sido objeto de una injusticia. Ser mujer entraña ser víctima de una sociedad patriarcal. Para no ir más lejos: en las redacciones las mujeres suelen ser la mitad o más de los trabajadores. Pero en las reuniones de dirección editorial de cada día, en el que se toman las decisiones importantes, suele haber sólo dos o tres mujeres en una mesa con una docena de varones. Es decir, los jefes siguen siendo hombres en su abrumadora mayoría.
Por lo demás, las agresiones a periodistas mujeres tienen agravantes adicionales sobre las que sufren sus colegas. Parte desde el ninguneo o cintureada de parte de funcionarios y jefes hasta la violación y abuso sexual en casos de violencia física, pasando por la desacreditación, que rara vez se utiliza contra un hombre: acusaciones de promiscuidad sexual, imputaciones del tipo “está inventando por protagonismo”, “se hace la víctima”. Etcétera.
Las agresiones a periodistas, de cualquier sexo, son una ofensa a la sociedad en su conjunto porque atentan contra el derecho de toda comunidad a estar informada. Las agresiones a mujeres periodistas, además de lo anterior, son una infamia porque atentan contra las víctimas a las que intentan dar voz.
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