Raymundo Riva Palacio
Durante 10 años ha sido el icono de la corrupción política, de la podredumbre nacional, del cinismo y la impunidad. Su imagen es utilizada siempre para mostrar lo que nunca debería de ser y es permanentemente marginado por todos los actores públicos. Pero en realidad, René Bejarano es el mejor ejemplo de la hipocresía política, tratado por sus interlocutores como un monstruo que los daña, pero a quien siempre recurren por ayuda porque en el fondo, este hombre cuya figura fue el centro de una operación en contra de la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador en 2006, sigue siendo uno de los factores de poder en la izquierda.
Bejarano, un profesor normalista y universitario, activista social y fundador de cuatro partidos, el político al que más han golpeado y durante más tiempo los medios de comunicación –con imágenes permanentes en televisión recibiendo dinero amarrado con ligas y metiéndolo en bolsas-, es también uno de los fenómenos de recuperación política más notables en la historia contemporánea de México al haber logrado, pese al desprestigio público continuo, ser uno de los hombres más poderosos de la izquierda hoy en día.
Ya no es público, como lo fue hace 10 años, pero es eficaz, como el hombre que mueve los hilos del poder a través de la corriente que controla con su esposa, Dolores Padierna, Izquierda Democrática Nacional. Operador eficiente, duro y agresivo, es uno de los grandes ganadores tras las elecciones federales en julio pasado. “Es el gran ganador”, subrayó un conocedor de las operaciones políticas de la izquierda tras el proceso. “Junto con Nueva Izquierda (la corriente que se le conoce como Los Chuchos) dominan al PRD”.
El poder de Bejarano se mide en posiciones y en extensión territorial política. Durante toda su carrera construyó una fuerza focalizada en la ciudad de México, pero este año, quizás ante los vacíos y los errores de otros líderes de izquierda que operaron mal el proceso electoral, se convirtió en un factor de poder nacional. Bejarano tiene a 32 diputados leales en la Cámara de Diputados, sólo cinco menos de los que tiene el gobernador del estado de México, Eruviel Ávila, en la bancada de su estado en San Lázaro. La fuerza de Bejarano en el Congreso casi triplica a la del PRI en Veracruz y es 30% superior a la tricolor en Jalisco. Es tres veces más amplia que la del PAN en Guanajuato y todos los diputados de todos los partidos por Puebla, apenas tienen el 70% de su alcance.
A nivel nacional se convirtió en la segunda fuerza política de la izquierda, y con Los Chuchos comparte el poder. La corriente que encabezan Jesús Ortega y Jesús Zambrano pactó con él pese a ser ideológicamente antagónicos y estar enfrentados en el pasado. Zambrano es el presidente del partido, pero uno de los bejaranistas, Alejandro Sánchez Camacho, fue recién electo secretario general. Los Chuchos son quienes designaron coordinadores parlamentarios en el Senado y el Congreso, pero las vicecoordinaciones fueron para Padierna y otra bejaranista, Aleida Alavez, respectivamente.
El avance bejaranista a nivel federal no ha sido a costa del control en el Distrito Federal, donde mantiene una fuerza dominante. En la Asamblea de Representantes tiene 14 diputados, de un total de 34 que tiene el PRD, directamente bajo su égida, pero ante la debilidad del líder Manuel Granados, puesto ahí por el próximo jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, consiguió ampliar la Comisión de Gobierno –el máximo órgano político en esa cámara- de 8 a 14 miembros para tener mayor representatividad, y colocó a su cuñado Antonio Padierna, como sombra eterna del presidente del congreso local, con lo que creó un poder bicéfalo.
A Bejarano se le reconoce el control de seis delegaciones políticas en el Distrito Federal, que son más de una tercera parte del total, cuyo poder territorial le permite presionar a Mancera y a su equipo para que, a manera de exigencia, le den a sus leales de seis a ocho posiciones de alto nivel en el próximo gobierno capitalino. Lo que ofrece Bejarano, como siempre lo ha hecho, es gobernabilidad. Lo que entrega son cuadros que respaldan a quienes les cumplan con puestos de poder o quienes les sirvan –como lo hicieron con López Obrador-, para sus fines. Por esas razones el jefe de gobierno Marcelo Ebrard revivió a Bejarano, quien lo devoró políticamente. Hoy, Ebrard perdió todas sus posiciones, sus representantes en las cámaras carecen de prácticamente todo poder, y lo que le resta de poder esta asociado únicamente con el cargo que detentará hasta diciembre.
Bejarano estaba políticamente muerto desde la mañana del 3 de marzo de 2004 cuando en el programa de noticias del payaso Brozo, le tendieron una trampa. Lo invitaron intempestivamente a pasar al estudio –había ido a otro programa en Televisa para una entrevista-, y cuando entró a él, sin celulares él y sus acompañantes porque se los quitaron, le mostraron un video donde estaba recibiendo 45 mil dólares atados en ligas y metiéndolos en unas bolsas de papel, y le pidieron su reacción en ese instante. Esa imagen, una clásica de corrupción de la política mexicana, no lo abandonó jamás.
Poco tardó en saberse que quien le daba el dinero, porque en el video su cara estaba tapada por un círculo, era el mecenas del PRD, Carlos Ahumada, que había sido manipulado por el ex presidente Carlos Salinas, Diego Fernández de Cevallos, la ex primera dama Martha Sahagún, y el ex secretario de Gobernación, Santiago Creel, para, a través de su aliado Televisa, descarrilaran la candidatura presidencial de López Obrador. Bejarano, acusado penalmente por ese video, fue a la cárcel y tiempo después exonerado de toda culpa legal.
Políticamente no. Quedó manchado y durante un largo tiempo, fuera de la cárcel, se manejaba casi clandestinamente en su vida cotidiana. Nunca iba a restaurantes ni a lugares públicos, y cuando tenía que hacerlo, procuraba usar lentes negros y pasar lo más desapercibido posible. Reapareció en la política, de manera casi clandestina, durante un evento del PRD en 2004, desde donde comenzó la reconstrucción de su poder. Con todos los hilos clientelares en el Distrito Federal, que tejió tras los terremotos en la ciudad de México en 1985, cuando comenzó el final del PRI en esta capital e inició la era de la izquierda, no fue difícil levantar nuevamente el andamiaje. Sobretodo, bajo el amparo de Ebrard, que lo quiso usar y fue utilizado.
Pero así es la política. Bejarano, un político con experiencia docente, sindical, social y partidista, disciplina oriental y vocación plena por la política, logró levantarse al alineársele las condiciones. Habilidad, es lo que todos le reconocen. Perversidad, también. Pero en la política no hay puros, sólo hay menos malos que otros. Bejarano, ante la vista de muchos, pertenece a la categoría de los más malos. Por eso nadie quiere una fotografía con él. A sabiendas, él no la busca. La imagen no le importa; el poder sí. Y ya lo tiene.
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