El pastorcillo Felipe Calderón ha vuelto a poner en riesgo a sus ovejas. No hay ya quien crea en sus alaridos y alharacas. Ha mentido tanto, ha engañado tanto, ha ocultado y distorsionado tantas verdades que su credibilidad y la de su fallida Administración están ya en el subsuelo. Si ahora mismo dijera, como lo ha hecho antes, que “la economía está blindada”, se nos cae la Bolsa y huyen los capitales “golondrinos”.
No es esta la primera ocasión. Ha engañado prometiendo empleos. Ha burlado a la sociedad mandando a los suyos a hablar de “catarritos” económicos, cuando la sociedad financiera mundial sufre severas pulmonías. Ha mentido con las cuentas alegres de su Seguro Popular. Ha simulado ante empresarios, trabajadores, ante toda la sociedad.
A lo largo de seis penosos años de ocupación de Los Pinos, el pastorcillo Calderón ha gritado ya más tres ocasiones que viene el lobo feroz. Al principio muchos le creyeron, pero al paso del tiempo ya lo ignoran.
Engañó al país con su guerra que Con la crisis de la epidemia que empezó siendo porcina y terminó empuercando las relaciones entre los mexicanos y las de México con el mundo.
Lastimosamente, su fallida Administración ha dado muestras de que su intención prioritaria ha sido la de sólo imponer su retorcida voluntad, utilizando incluso estrategias arteras para cuya realización se hace preciso tergiversar y falsear la verdad. Sería muy largo enumerar todos los casos que llevan a esa conclusión.
Es por tal que, pese a sus discursos, los infaltables de Poiré, son más quienes no creen que de verdad los marinos hayan cobrado la vida de Heriberto Lazcano y que, claro, éste siga con vida. Así ha ocurrido en dos ocasiones anteriores, cuando menos.
Peor están las cosas cuando la propia fallida Administración de Calderón tiene que esperar a que, tras analizar el ADN del presunto Lazcano, sean las autoridades estadounidenses las que ratifiquen o, en su caso, rectifiquen la identidad del cadáver. Mayor desconfianza, imposible.
Paradojas de la vida. Calderón lanzó su estúpida guerra –sin inteligencia– en contra de casi toda la delincuencia en ánimo de legitimarse, y se ha deslegitimado aún más, si tal fuese posible, merced a las estrategias (sic), los personajes y los saldos de la misma. Es, en efecto, la vida que todo lo cobra.
Pero no tiene la culpa el indio… La ausencia de credibilidad, por desgracia, no es exclusiva de Calderón y de su Administración fallida. La comparte toda la clase política mexicana, incapaz de cumplir sus compromisos, sí, pero también por su permanente actuación en las sombras, con componendas a veces hasta inconfesables que se sellan “en lo oscurito”, y por ignorar a la sociedad. La crisis de credibilidad se da debido a la proliferación de dizque políticos creados por la mercadotecnia, pero también por la simulación en que muchos incurren.
Y a todos ellos no sólo le aplauden, también los votan. Ergo, somos también nosotros los ciudadanos quienes estamos mal.
Cada vez más, los mensajes de los políticos son más vacíos e inconsistentes que nunca y parecen estar escritos al dictado de las mismas plumas. En la comunicación política de nuestros días las mentiras e incumplimientos de quienes nada más nos cobran por ser funcionarios públicos han dejado de ser noticia por la sencilla razón de que cada vez menos gente cree en los políticos. Cada vez importa menos lo que dicen porque su credibilidad se evapora entre lugares comunes, mentiras y superficialidad.
En la carrera hacia el descrédito y la desconexión con los ciudadanos que han emprendido los panistas, pero también los priístas y perredistas, la falacia se ha impuesto como el vehículo más empleado para comunicar.
Así, es habitual leer declaraciones como: “la reducción del déficit nos conducirá al crecimiento”, o “estas medidas –subida de impuestos, recorte cuantitativo y cualitativo de servicios públicos, congelación de salarios…– ayudarán a aumentar el consumo”, o “mayores exigencias de cobertura de los activos y depósitos bancarios, activarán el crédito”.
Ninguna de estas afirmaciones se sostiene desde un punto de vista lógico pero hace tiempo que la lógica fue expulsada de nuestro país a ladrillazos.
La recuperación de la credibilidad perdida debería ser una prioridad absoluta para la clase política de nuestro país. Sin esa credibilidad su legitimidad queda en entredicho y con ella su posición ante los diferentes grupos de interés con los que deberán lidiar. Revertir esta situación implica necesariamente volver a la lógica, a la escucha activa, a la empatía, a la emoción y, sobre todo, a la verdad como motores de una nueva comunicación política en la que el sofismo, ya se ve, es estéril, cuando no contraproducente.
Índice Flamígero: ¡Todavía faltan 50 días para que concluya la engañifa que ha sido la fallida Administración de Calderón!
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