Francisco Rodriguez / Índice Político
En política, la amistad no existe. Prevalecen los intereses, las conveniencias, los pactos, las alianzas, los peleles y quienes los manipulan. Hay también pragmatismo: los políticos se usan y no pocas veces se abusan.
En política hay “cuates”, compadres, pero sobre todo intereses que se permutan, canjean o subastan.
En política también hay familia. Ahí están los hijos, los hermanos, los nietos, los tíos incluso, pues el patrimonialismo imperante convierte al poder político en un área no apta para intrusos.
Manuel Azaña dijo en su momento: “El jefe de gobierno, en política, no tiene amigos ni los quiere”. Llegaba al cargo en el segundo año de la segunda República Española, allá por 1930, precedido de una larga historia de abusos perpetrados por la familia real y por su corte.
Hace un par de días, Enrique Peña Nieto también sentenció que “En el desempeño de sus funciones, el Presidente no tiene amigos, tiene responsabilidades y compromisos frente a la nación.” El presidente electo, por su parte, llegará al cargo precedido por un par de sexenios en los que la muy espesa sangre blanquiazul hizo de la amistad, el cuatachismo y los compadrazgos los principales atributos para acceder al poder, a las nóminas de la Administración y, por supuesto, a los negocios que el poder trae consigo.
El grupo “Los Amigos de Fox” es el más claro ejemplo de ello. Aunque finalmente traicionados o hasta “desaparecidos” en misteriosos accidentes, el locuaz personaje se rodeó de aquellos con quienes había trabajado en la Coca-Cola, sus amigos, sus cuates, para acceder a la candidatura panista, primero, y a Los Pinos después. Y aunque hizo aquella pantomima de los head-hunters para dizque buscar a los idóneos a los cargos en su equipo de trabajo, terminó encerrado en la familia, compartiendo el poder y las decisiones con su segunda esposa y con algunos de los pocos sobrevivientes de aquel grupo que ni siquiera tenía militancia en el PAN.
El mayor problema del ocupante actual de la residencia presidencial es el haberse rodeado de sus “cuatachos”, que lo mismo le han supuestamente servido para un barrido que para un fregado. Los mismos rostros en diversos cargos y encargos, siendo el de Gerardo Ruiz Mateos el caso paradigmático: jefe de la oficina de la Presidencia que no dio el ancho, secretario de Economía que tampoco cubrió las expectativas que de él tenía Calderón, para regresar a la misma Oficina de la Presidencia donde sigue sin dar una. Pero están ahí también los otros casos: Germán Martínez, César Nava, Juan Molinar. Los mismos para distintas responsabilidades que, por supuesto, no cumplieron a cabalidad.
Peor aún, durante estos últimos doce años las muletillas de los panistas usaron con frivolidad términos relacionados con el amor y la amistad. Pasaron de de llamar a sus auditorios "compañeros" o "compatriotas" a los para terminar señalándolos como "amigas y amigos". Se ha pasado de la justificación material o política de una obra recurriendo al acto hipócrita de adjudicársela al amor.
Los candidatos se identifican sus campañas autonombrándose "amigo de México", o de la entidad de la República que en ese momento estén visitando.
El peor es el “soy amigo de todos" que no discrimina ni entre los delincuentes.
En política, le oí decir alguna vez al viejo Lauro Ortega, que fuera dirigente de aquel PRI de las catacumbas, “la amistad se sublima con complicidad”.
Y no, los mexicanos ya no queremos administraciones “de cuates y de cuotas”, como alguna vez dijera Manlio Fabio Beltrones sobre esta fallida gestión federal que, venturosamente, está a punto de acabar. Queremos sí, en cambio, a personajes idóneos para los cargos de poder que se les confiera. No por ser cuates, amigos, compadres, o hasta tíos.
Dura tarea, la de auto limitarse, tendrá Peña Nieto.
Por lo pronto, al llegar a Los Pinos deberá abrir ventanas, desbrozar vías de escape, escombrar los armarios, despedir a los amigos de sus amigos, repintar, con trazo grueso, la línea fronteriza entre lo público y lo privado. Nada más.
Índice Flamígero: Está en gestación, por cierto, la figura de “el tío incómodo”. Un líder ferrocarrilero le puso oficina por el rumbo de Santa María la Ribera, en la capital nacional. Y desde ahí, el pintoresco personaje ya gestiona ante su sobrino quién debe ser el próximo líder, lideresa más bien, del sindicato del ISSSTE. + + + No en 80 días, pero sí, Felipe Calderón le está dando la vuelta al mundo antes de concluir su fallida Administración. Dentro de 80 días dejará de usar la banda presidencial que, en mala hora, le permitió usar aquel Tribunal Electoral que nos salió tan venal.
En política, la amistad no existe. Prevalecen los intereses, las conveniencias, los pactos, las alianzas, los peleles y quienes los manipulan. Hay también pragmatismo: los políticos se usan y no pocas veces se abusan.
En política hay “cuates”, compadres, pero sobre todo intereses que se permutan, canjean o subastan.
En política también hay familia. Ahí están los hijos, los hermanos, los nietos, los tíos incluso, pues el patrimonialismo imperante convierte al poder político en un área no apta para intrusos.
Manuel Azaña dijo en su momento: “El jefe de gobierno, en política, no tiene amigos ni los quiere”. Llegaba al cargo en el segundo año de la segunda República Española, allá por 1930, precedido de una larga historia de abusos perpetrados por la familia real y por su corte.
Hace un par de días, Enrique Peña Nieto también sentenció que “En el desempeño de sus funciones, el Presidente no tiene amigos, tiene responsabilidades y compromisos frente a la nación.” El presidente electo, por su parte, llegará al cargo precedido por un par de sexenios en los que la muy espesa sangre blanquiazul hizo de la amistad, el cuatachismo y los compadrazgos los principales atributos para acceder al poder, a las nóminas de la Administración y, por supuesto, a los negocios que el poder trae consigo.
El grupo “Los Amigos de Fox” es el más claro ejemplo de ello. Aunque finalmente traicionados o hasta “desaparecidos” en misteriosos accidentes, el locuaz personaje se rodeó de aquellos con quienes había trabajado en la Coca-Cola, sus amigos, sus cuates, para acceder a la candidatura panista, primero, y a Los Pinos después. Y aunque hizo aquella pantomima de los head-hunters para dizque buscar a los idóneos a los cargos en su equipo de trabajo, terminó encerrado en la familia, compartiendo el poder y las decisiones con su segunda esposa y con algunos de los pocos sobrevivientes de aquel grupo que ni siquiera tenía militancia en el PAN.
El mayor problema del ocupante actual de la residencia presidencial es el haberse rodeado de sus “cuatachos”, que lo mismo le han supuestamente servido para un barrido que para un fregado. Los mismos rostros en diversos cargos y encargos, siendo el de Gerardo Ruiz Mateos el caso paradigmático: jefe de la oficina de la Presidencia que no dio el ancho, secretario de Economía que tampoco cubrió las expectativas que de él tenía Calderón, para regresar a la misma Oficina de la Presidencia donde sigue sin dar una. Pero están ahí también los otros casos: Germán Martínez, César Nava, Juan Molinar. Los mismos para distintas responsabilidades que, por supuesto, no cumplieron a cabalidad.
Peor aún, durante estos últimos doce años las muletillas de los panistas usaron con frivolidad términos relacionados con el amor y la amistad. Pasaron de de llamar a sus auditorios "compañeros" o "compatriotas" a los para terminar señalándolos como "amigas y amigos". Se ha pasado de la justificación material o política de una obra recurriendo al acto hipócrita de adjudicársela al amor.
Los candidatos se identifican sus campañas autonombrándose "amigo de México", o de la entidad de la República que en ese momento estén visitando.
El peor es el “soy amigo de todos" que no discrimina ni entre los delincuentes.
En política, le oí decir alguna vez al viejo Lauro Ortega, que fuera dirigente de aquel PRI de las catacumbas, “la amistad se sublima con complicidad”.
Y no, los mexicanos ya no queremos administraciones “de cuates y de cuotas”, como alguna vez dijera Manlio Fabio Beltrones sobre esta fallida gestión federal que, venturosamente, está a punto de acabar. Queremos sí, en cambio, a personajes idóneos para los cargos de poder que se les confiera. No por ser cuates, amigos, compadres, o hasta tíos.
Dura tarea, la de auto limitarse, tendrá Peña Nieto.
Por lo pronto, al llegar a Los Pinos deberá abrir ventanas, desbrozar vías de escape, escombrar los armarios, despedir a los amigos de sus amigos, repintar, con trazo grueso, la línea fronteriza entre lo público y lo privado. Nada más.
Índice Flamígero: Está en gestación, por cierto, la figura de “el tío incómodo”. Un líder ferrocarrilero le puso oficina por el rumbo de Santa María la Ribera, en la capital nacional. Y desde ahí, el pintoresco personaje ya gestiona ante su sobrino quién debe ser el próximo líder, lideresa más bien, del sindicato del ISSSTE. + + + No en 80 días, pero sí, Felipe Calderón le está dando la vuelta al mundo antes de concluir su fallida Administración. Dentro de 80 días dejará de usar la banda presidencial que, en mala hora, le permitió usar aquel Tribunal Electoral que nos salió tan venal.
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