Silvia Gómez Tagle
El domingo 9 de septiembre Andrés Manuel López Obrador pronunció un discurso que muchos habíamos esperado seis años, la convocatoria a la creación de un nuevo partido de izquierda. Su mensaje fue conciso, claro, no a la violencia, un llamado a la renovación moral de la política.
Nadie tiene derecho a poner en riesgo la seguridad de sus seguidores, evitar caer en la provocación para que la élite en el poder pueda justificar el uso de la violencia. La lucha será larga y siempre por los cauces de la democracia, el objetivo es crecer poco a poco, conquistar espacios locales para luego ganar el país.
El problema no está en que Morena reúna las condiciones que exige la ley para el registro de un nuevo partido, habiendo obtenido el segundo lugar en una elección presidencial, con más de 16 millones de votos. La creación de un nuevo partido permitirá encausar toda esa energía que siguió a López Obrador a largo de los últimos seis años, reagrupar y darle futuro a la militancia desorganizada de miles de seguidores que esperan una renovación política profunda, no sólo de las siglas de los partidos, sino en la relación de los ciudadanos con el poder. El primer reto está en que el Movimiento de Regeneración Nacional realmente sea capaz de romper con el estilo priísta de gobernar, que se desarrollen formas de participación que no se nutran del clientelismo para ganar las elecciones y que después se olviden de los objetivos de la izquierda.
¿Cómo evitar contaminarse con las dinámicas de las formas de hacer política que se han venido construyendo en este país desde hace más de 80 años… y ser electoralmente exitoso? En muchas ocasiones los partidos de izquierda, cuando menos a nivel local, han sido la comparsa de los poderes constituidos, de los intereses de grupos económicos, se han subordinado a los gobernadores. De otra manera no podría explicarse que sean los diputados locales del PRD, del PT o del que fuera Convergencia, quienes aprobaron los presupuestos de gobernadores del PRI o del PAN, como en el caso de Coahuila, o la reciente reformas electorales que aceptan esquemas de sobrerrepresentación del partido mayoritario del 16 por ciento, en el Congreso local, como en Veracruz.
El segundo gran reto está en que tipo de partido político puede crear un líder carismático como AMLO, que en realidad ha sustentado su capacidad de convocatoria en el más puro estilo populista. Porque, sin usar el término con una connotación negativa, se trata de una relación personalizada entre él y el “pueblo”, por lo que existe el riesgo de que el nuevo partido sea usado para fines personales, donde encuentren acomodo, no los más capaces sino los más incondicionales, un partido que tenga como horizonte de su éxito promover la candidatura a la Presidencia de su “líder máximo” y después pierda sentido.
En la izquierda preocupa el nuevo partido, porque la fragmentación electoral de sus fuerzas puede significar la derrota. Pero la competencia podría servir de aliciente para obligar a los otros partidos a renovar sus prácticas políticas y sus liderazgos en elecciones locales o legislativas, sin cancelar la posibilidad de que surja la unidad programática en momentos históricos importantes, como cuando estén en juego la Presidencia de la república, o reformas legislativas de gran envergadura.
Pero mientras ese momento de definición nacional llegue, la izquierda debe construir desde la base organizaciones que la representen. La misión de Morena está en convertir esa dinámica del movimiento en un vínculo institucional de la gente que tiene aspiraciones de cambio en este país. Si por un lado logra evitar los vicios del populismo que personaliza las relaciones de poder, y por el otro evita caer en los vicios que han debilitado a los partidos de izquierda en las democracias contemporáneas, habrá contribuido a crear una nueva oportunidad que podría vislumbrarse como una revolución cultural pacífica de la izquierda.
El domingo 9 de septiembre Andrés Manuel López Obrador pronunció un discurso que muchos habíamos esperado seis años, la convocatoria a la creación de un nuevo partido de izquierda. Su mensaje fue conciso, claro, no a la violencia, un llamado a la renovación moral de la política.
Nadie tiene derecho a poner en riesgo la seguridad de sus seguidores, evitar caer en la provocación para que la élite en el poder pueda justificar el uso de la violencia. La lucha será larga y siempre por los cauces de la democracia, el objetivo es crecer poco a poco, conquistar espacios locales para luego ganar el país.
El problema no está en que Morena reúna las condiciones que exige la ley para el registro de un nuevo partido, habiendo obtenido el segundo lugar en una elección presidencial, con más de 16 millones de votos. La creación de un nuevo partido permitirá encausar toda esa energía que siguió a López Obrador a largo de los últimos seis años, reagrupar y darle futuro a la militancia desorganizada de miles de seguidores que esperan una renovación política profunda, no sólo de las siglas de los partidos, sino en la relación de los ciudadanos con el poder. El primer reto está en que el Movimiento de Regeneración Nacional realmente sea capaz de romper con el estilo priísta de gobernar, que se desarrollen formas de participación que no se nutran del clientelismo para ganar las elecciones y que después se olviden de los objetivos de la izquierda.
¿Cómo evitar contaminarse con las dinámicas de las formas de hacer política que se han venido construyendo en este país desde hace más de 80 años… y ser electoralmente exitoso? En muchas ocasiones los partidos de izquierda, cuando menos a nivel local, han sido la comparsa de los poderes constituidos, de los intereses de grupos económicos, se han subordinado a los gobernadores. De otra manera no podría explicarse que sean los diputados locales del PRD, del PT o del que fuera Convergencia, quienes aprobaron los presupuestos de gobernadores del PRI o del PAN, como en el caso de Coahuila, o la reciente reformas electorales que aceptan esquemas de sobrerrepresentación del partido mayoritario del 16 por ciento, en el Congreso local, como en Veracruz.
El segundo gran reto está en que tipo de partido político puede crear un líder carismático como AMLO, que en realidad ha sustentado su capacidad de convocatoria en el más puro estilo populista. Porque, sin usar el término con una connotación negativa, se trata de una relación personalizada entre él y el “pueblo”, por lo que existe el riesgo de que el nuevo partido sea usado para fines personales, donde encuentren acomodo, no los más capaces sino los más incondicionales, un partido que tenga como horizonte de su éxito promover la candidatura a la Presidencia de su “líder máximo” y después pierda sentido.
En la izquierda preocupa el nuevo partido, porque la fragmentación electoral de sus fuerzas puede significar la derrota. Pero la competencia podría servir de aliciente para obligar a los otros partidos a renovar sus prácticas políticas y sus liderazgos en elecciones locales o legislativas, sin cancelar la posibilidad de que surja la unidad programática en momentos históricos importantes, como cuando estén en juego la Presidencia de la república, o reformas legislativas de gran envergadura.
Pero mientras ese momento de definición nacional llegue, la izquierda debe construir desde la base organizaciones que la representen. La misión de Morena está en convertir esa dinámica del movimiento en un vínculo institucional de la gente que tiene aspiraciones de cambio en este país. Si por un lado logra evitar los vicios del populismo que personaliza las relaciones de poder, y por el otro evita caer en los vicios que han debilitado a los partidos de izquierda en las democracias contemporáneas, habrá contribuido a crear una nueva oportunidad que podría vislumbrarse como una revolución cultural pacífica de la izquierda.
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