El 19 de septiembre –fecha que habría debido ser razón de festejo para este diario, sus trabajadores, sus colaboradores, sus lectores y sus anunciantes– quedó asociado de manera indeleble a la tragedia ocurrida en 1985, un año exacto después de que los primeros ejemplares de La Jornada salieron a circulación. Desde entonces, este medio informativo aborda sus aniversarios como ocasiones para la reflexión.
El periódico surgió como una propuesta de periodismo independiente de los poderes públicos, privados y fácticos –que ya los había en 1984– para dar un espacio noticioso a una sociedad que carecía de vías de expresión y que era retratada, en el discurso oficial y en la uniformidad mediática, como homogénea, unánime y hasta monolítica, cuando ya por aquel entonces México era un país diverso y plural y, sobre todo, necesitado de libertad, democracia, participación y justicia. La Jornada procuró distinguirse por su cobertura de las causas sociales que eran ignoradas, de los reductos del pensamiento crítico que no encontraban un cauce de difusión fuera de la academia, de las voces de los sectores vulnerables y de las minorías que simplemente resultaban inexistentes en el panorama mediático nacional.
Asimismo, este diario ha procurado presentar la información de manera veraz y contrastada; es decir, sin omitir ni abultar los hechos observados y sin suprimir alguna de las distintas versiones de la realidad. Se buscó también, desde un principio, acompañar los hechos con elementos de contexto y de análisis que dieran a los lectores mejores perspectivas de comprensión del país y del mundo.
En todos estos años, La Jornada no se ha afiliado a movimiento o causa alguna, pero tampoco ha dejado fuera de su información cotidiana los fenómenos, sucesos y causas de relevancia. Desde muy pronto esa actitud editorial le valió ser encasillada y descalificada, desde el poder o desde sus periferias propagandísticas, como supuesta vocera de dsitintos actores políticos de México y del extranjero. Tales apreciaciones no han mellado la confianza que en este periódico tiene su público, multiplicado e internacionalizado de unos años a la fecha por el desarrollo de la red mundial. Por el contrario, en sus casi tres décadas de circulación La Jornada ha consolidado su credibilidad y se ha situado como un punto de referencia necesario sobre el acontecer nacional e internacional.
Sin duda, este diario ha tenido desde su origen, y tiene, sin ocultamientos ni actitudes vergonzantes, una postura política –que no partidista– definida: cree en la necesidad de preservar la soberanía nacional y una política exterior independiente y digna; en la promoción de la justicia social; en acotar las dinámicas de barbarie características del libre mercado; en situar el bienestar de la población como objetivo central de las acciones de gobierno; en impulsar la democratización efectiva, contrarrestar la discrecionalidad y el autoritarismo, desmantelar los estamentos corporativos, clientelares y patrimonialistas; en la urgencia de combatir la corrupción e impulsar la transparencia y la rendición de cuentas, y en la procedencia del respeto a la legalidad, en letra y en espíritu, por parte de todos los protagonistas del quehacer nacional: instituciones, políticos y funcionarios, organizaciones y partidos, empresas y corporativos, medios informativos y ciudadanos en general.
Desde la perspectiva de este diario, esas preocupaciones fundacionales no han perdido vigencia en estos 28 años; por el contrario, en la incierta y angustiosa circunstancia actual del país resultan más pertinentes que nunca, y a ellas seguirá respondiendo.
El periódico surgió como una propuesta de periodismo independiente de los poderes públicos, privados y fácticos –que ya los había en 1984– para dar un espacio noticioso a una sociedad que carecía de vías de expresión y que era retratada, en el discurso oficial y en la uniformidad mediática, como homogénea, unánime y hasta monolítica, cuando ya por aquel entonces México era un país diverso y plural y, sobre todo, necesitado de libertad, democracia, participación y justicia. La Jornada procuró distinguirse por su cobertura de las causas sociales que eran ignoradas, de los reductos del pensamiento crítico que no encontraban un cauce de difusión fuera de la academia, de las voces de los sectores vulnerables y de las minorías que simplemente resultaban inexistentes en el panorama mediático nacional.
Asimismo, este diario ha procurado presentar la información de manera veraz y contrastada; es decir, sin omitir ni abultar los hechos observados y sin suprimir alguna de las distintas versiones de la realidad. Se buscó también, desde un principio, acompañar los hechos con elementos de contexto y de análisis que dieran a los lectores mejores perspectivas de comprensión del país y del mundo.
En todos estos años, La Jornada no se ha afiliado a movimiento o causa alguna, pero tampoco ha dejado fuera de su información cotidiana los fenómenos, sucesos y causas de relevancia. Desde muy pronto esa actitud editorial le valió ser encasillada y descalificada, desde el poder o desde sus periferias propagandísticas, como supuesta vocera de dsitintos actores políticos de México y del extranjero. Tales apreciaciones no han mellado la confianza que en este periódico tiene su público, multiplicado e internacionalizado de unos años a la fecha por el desarrollo de la red mundial. Por el contrario, en sus casi tres décadas de circulación La Jornada ha consolidado su credibilidad y se ha situado como un punto de referencia necesario sobre el acontecer nacional e internacional.
Sin duda, este diario ha tenido desde su origen, y tiene, sin ocultamientos ni actitudes vergonzantes, una postura política –que no partidista– definida: cree en la necesidad de preservar la soberanía nacional y una política exterior independiente y digna; en la promoción de la justicia social; en acotar las dinámicas de barbarie características del libre mercado; en situar el bienestar de la población como objetivo central de las acciones de gobierno; en impulsar la democratización efectiva, contrarrestar la discrecionalidad y el autoritarismo, desmantelar los estamentos corporativos, clientelares y patrimonialistas; en la urgencia de combatir la corrupción e impulsar la transparencia y la rendición de cuentas, y en la procedencia del respeto a la legalidad, en letra y en espíritu, por parte de todos los protagonistas del quehacer nacional: instituciones, políticos y funcionarios, organizaciones y partidos, empresas y corporativos, medios informativos y ciudadanos en general.
Desde la perspectiva de este diario, esas preocupaciones fundacionales no han perdido vigencia en estos 28 años; por el contrario, en la incierta y angustiosa circunstancia actual del país resultan más pertinentes que nunca, y a ellas seguirá respondiendo.
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