La importancia de defender el territorio liberado #YoSoy132

Rafael de la Garza Talavera

¿Cuál es el papel de los jóvenes en la lucha por mantener viva a la libertad de expresión?

Para contestar a la pregunta es necesario remontarse los años sesenta, en particular a 1968. Esto es así ya que el movimiento estudiantil tenía una bandera que hoy es moneda corriente aunque no por ello una realidad: la autonomía del individuo frente al Estado. Pero ¿qué tiene que ver la autonomía con la libertad de expresión?

Muy sencillo: si no podemos pensar más que lo que el poder quiere que pensemos, entonces ¿donde queda nuestra libertad de expresión? ¿No sería ésta sólo un simple reflejo de las ideas políticamente correctas?

El tema es más complicado de lo que parece, pero me interesa aquí, frente a ustedes, jóvenes en su mayoría, dejar en claro que la lucha por la libertad de expresión que ustedes sostienen es fundamental para la salud pública. Sin ella viviríamos en un mundo ya imaginado por George Orwell en su novela 1984, en donde toda expresión humana es controlada y evaluada por el Estado, en donde no existe un espacio público en el cual confrontar ideas y proyectos.

Pero volvamos a los sesenta. Podamos constatar que los movimientos estudiantiles fueron la constante en todo el mundo occidental. En Estados Unidos, en Francia, en México. En su momento fueron duramente criticados por los poderosos como expresiones desviadas, provocadas por el consumo de drogas y de música estridente. Hoy sabemos que gracias a tales movimientos las sociedades modernas accedieron a una mayoría de edad.

En el México de nuestros días ya nadie pone en duda que gracias a las movilizaciones estudiantiles de 1968 el sistema político autoritario que hoy agoniza, empezó a mostrar señales de agotamiento. Sin embargo la represión fue terrible y abrió una etapa negra en nuestra historia nacional que hasta hoy empieza a ser discutida abiertamente. En todo caso la represión no cesó; tres años después, en 1971, el poder volvió a mostrar las garras y obligó a muchos a buscar una salida violenta frente a la cerrazón gubernamental.

Todo lo anterior tiene que ver con la libertad de expresar las preferencias políticas de los jóvenes pero también existieron restricciones en el ámbito cultural, que si bien no fueron tan espectaculares también pesaron en el ánimo de la sociedad civil. Me refiero sobre todo a la música. El experimento de Avándaro fue severamente reprimido y tuvo que pasar más de una década para que se volvieran a ver espectáculos masivos en donde el rock fuera el personaje central. En ése periodo la radio dio amplia preferencia a las baladas insulsas y lacrimógenas de cantantes como Roberto Carlos, José José, Nelson Ned, Mocedades, y mejor le paro no vaya a ofender a alguien. Con esto no quiero definirme como un intolerante que no soporta las baladas. De hecho, una parte de mi vida tiene que ver con intentar tocar en la guitarra El triste o Yo te propongo. Después de todo el corazón tiene sus necesidades. Lo que quiero subrayar es que el Estado, deliberadamente cerró las puertas a las expresiones más radicales de los jóvenes, considerando al rock como una amenaza a las buenas costumbres.

No fue sino hasta la década de los ochenta que los jóvenes de entonces pudimos acceder a espacios para escuchar lo que queríamos escuchar. A partir de entonces los espacios se han multiplicado pero muchos de ellos son controlados por adultos y básicamente con fines comerciales. Después de todo el rock se volvió un artículo de consumo controlado por las disqueras internacionales, pulpos de innumerables tentáculos que abrazan al mundo entero.

A pesar de su comercialización, la música de los jóvenes sigue expresando sus ideales, su modo de ver la realidad. En este sentido es importante señalar que a pesar de que la mayoría de los grupos se comercializaron, es decir, transformaron su mensaje de acuerdo a las necesidades de las disqueras, no por ello dejaron de existir espacios para que los jóvenes se expresaran en las artes. Fundar una banda de rock es un acto que impulsa la libertad de expresión. No importa que no sean famosos; basta con que desde un escenario puedan decir lo que quieran, como quieran. Lo demás tiene que ver con las probabilidades y las relaciones públicas. Lo mismo con la construcción de un movimiento social como #YoSoy132; mas allá de sus ‘resultados’ visibles su importancia radica en el hecho de ser un espacio abierto, plural, un territorio autónomo, liberado.

¿Que queda entonces por hacer? En mi opinión lo que queda por hacer es lo que ustedes están haciendo hoy: mantener un espacio autogestionario, con autonomía del Estado y que recoja las inquietudes y proyectos de los jóvenes y la población en su conjunto. Un espacio en donde la libertad de expresión no sea una graciosa concesión del poder sino una práctica cotidiana. La libertad de expresión no consiste hoy en que nos permitan o no nos permitan decir y hacer lo que pensamos, sino en abrir y mantener espacios en donde las posibilidades de expresión de los jóvenes, los no tan jóvenes, y todos los que tengan algo que decir, sea una realidad. Ganar espacios es la lucha por la que hoy pasa la libertad de expresión. Sin ellos es como querer que crezca el maíz sin agua y sin sol. El abrir espacios como este para la comunidad estudiantil, el barrio, la colonia, es hoy la columna vertebral de un proyecto que busca hacer realidad un mundo en donde la sociedad civil no sea más rehén del Estado. Un mundo donde quepan muchos mundos.

No me queda más que pedirles que mantengan con vida este espacio autogestionario, creado al calor del reciente proceso electoral. Su existencia apunta a mantener la posibilidad de que la libertad de expresión sea una realidad para que las mujeres y los hombres puedan desarrollar sus posibilidades y enriquecer la memoria colectiva de ese 99% que lucha por sacudirse la dominación de una infame minoría.

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