La farsa


Jorge Zepeda Patterson

Nuestra identidad Latinoamérica es una farsa. Ni somos norteamericanos ni somos sudamericanos, estamos en una zona ambigua que nos otorga una intensa personalidad, a fuerza de no compartir pertenencias e identidades regionales. A menos, claro, que tenga un uso político como es el caso del viaje de Peña Nieto por el sur del continente para abrazar a nuestros “pueblos hermanos”. Pero vamos, se publican más notas sobre Argentina en el diario El País de España que en cualquier otro rotativo mexicano. Hay más noticias sobre Brasil en el New York Times que en nuestros periódicos. Dicho de otro modo, los viejos centros de poder que controlaban a América Latina siguen siendo mucho más el común denominador en la región que las relaciones entre los propios países.

Peña Nieto se encuentra de viaje por América Latina más por un tema de imagen que de estrategia geopolítica. Más allá del intercambio de discursos, la gira servirá simplemente para que el priísta adquiera proporciones presidenciales luego de tomarse la foto, como iguales, con Cristina Fernández de Kirchner, Sebastián Piñera,  Ollanta Humala o Dilma Russeff, mandatarios de Argentina, Chile, Perú y Brasil, respectivamente.

Como lo demostró Calderón, durante sus seis años, las giras que verdaderamente importan son a Washington y algunas capitales de Europa. Pero, obviamente, para Peña Nieto habría sido políticamente incorrecto acudir a la “metrópoli” en su primera gira como presidente electo. Habría parecido un acto de vasallaje, o un equivalente a presentar credenciales frente a los poderes mundiales. Era mucho más conveniente una foto “entre iguales” con los mandatarios sudamericanos arriba mencionados.

Por desgracia la latinoamericanidad es un asunto más de narrativa histórica y cultural que de realidades económicas y políticas. La globalización ha generado un mayor intercambio con las potencias, incluida China, que entre los países periféricos. Y los principales foros internacionales, el G-8, G-20, o la OCDE, impulsados por las potencias, son más importantes en el concierto internacional que los grandes organismos multilaterales como la ONU.

Incluso las alianzas comerciales entre países aledaños como el pacto andino o el Mercosur ha  tenido menos desarrollo que el esperado, por las intensas relaciones bilaterales de Perú o Chile con la Cuenca del Pacífico, o de Brasil con China. Y la economía mexicana, aunque nos pese, sigue siendo un vagón dependiente en gran medida de la locomotora norteamericana.

Con todo, hubo algo prometedor en la gira de Peña Nieto. El hecho de que comenzara por Centroamérica. Aunque resultó fallida la reunión colectiva con varios mandatarios de la región (no acudieron), me parece que un cambio en la estrategia hasta ahora seguida con Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica es lo más urgente en la agenda de la política exterior presidencial. Por lo menos aquella en la que Los Pinos tiene un cierto margen de maniobra.

Hay temas de seguridad nacional que guardan una relación simbiótica con estos países que no existía antes. La migración centroamericana de paso por México, los estrechos y complicados vínculos fronterizos con Guatemala, y los temas de delincuencia y crimen organizado han adquirido una intensidad desconocida en el pasado. Para efectos prácticos los gobiernos han ignorado lo que está sucediendo con sus habitantes en estos temas.

No solo es un asunto humanitario o policiaco. La economía centroamericana está creciendo en mayor proporción que la mexicana. Atender las verdaderas causas de los flujos migratorios y o de la inseguridad pública requieren una aproximación integral a la sustentabilidad económica y al comercio. Ha llegado el momento de abordar el problema de una manera distinta que ofrecer disculpas por el asesinato y violación de hondureños de paso por nuestras tierras, o de quejarnos de la influencia de los Mara Salvatrucha en la frontera sur.

Se requiere en efecto una visión regional de conjunto que desarrolle estrategias de mediano y largo plazo para mejorar el empleo, los niveles educativos y las cadenas de interdependencia económica en la región. Bien podría el gobierno de Peña Nieto comenzar a poner su impronta atendiendo este rezago histórico en nuestra política internacional. Dicen los maestros zen que el amor a la humanidad se demuestra en la actitud hacia el vecino, y no en la grandiosidad de las declaraciones y buenos deseos. Nuestra supuesta latinoamericanidad debería comenzar con el acercamiento a Centroamérica, una región que nos necesita tanto como nosotros a ella.

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