Luis Hernández Navarro
El verdadero informe de gobierno de Felipe Calderón no fue el que hizo llegar al Congreso de la Unión este 1º de septiembre, sino el que rindió ante embajadores, gobernadores y funcionarios del gobierno federal el pasado 19 de abril. Su sexenio, les confesó en un acto público, estuvo marcado por el sello del infortunio.
En esa fecha, ante el incremento de la la actividad volcánica de Don Goyo, el mandatario tuvo un arranque de sinceridad y compartió con el país su balance de su sexenio. Ya sólo falta –dijo– que haga erupción el volcán para completar el cuadro de calamidades que ha enfrentado mi administración, entre las que se encuentran: la peor crisis económica, la epidemia de influenza A/H1N1, inundaciones, sequías, por no citar desde luego la virulencia, la irracionalidad, la brutalidad de la delincuencia que afecta principalmente las actividades de comercio.
Y, aunque la lista omitió predecir la llegada a Los Pinos de Peña Nieto, no le falta razón al jefe del Ejecutivo al describir sus seis años de gobierno como un periodo marcado por la catástrofe. Sin embargo, sus palabras omiten que esa calamidad no fue hechura de la diosa fortuna, sino producto de su pecado de origen: la ilegitimidad de su mandato.
Felipe Calderón asumió la Presidencia entrando al recinto legislativo por la puerta de atrás, entre enérgicas protestas, con un país dividido y enfrentado. Gobernó protegido por vallas, cercas, policías, militares y el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación. Termina su periodo dejando un México tanto o más fracturado y polarizado como el que existía cuando le fue colocada la banda presidencial.
El michoacano inició su gestión presidencial con una parada militar. El 3 de enero de 2007, en Apatzingán, durante su primera actividad pública ese año, se hizo retratar con uniforme de campaña, gorra de campo de cinco estrellas y el escudo nacional. Cuatro meses más tarde, el 8 de mayo, en la misma ciudad, la foto era una continuación de la del 3 de enero: elementos del Ejército, utilizando vehículos blindados y lanzagranadas, se enfrentaron a presuntos narcotraficantes.
El inquilino de los Pinos hizo de la guerra contra el narcotráfico el eje de su gobierno. Su afición por los uniformes castrenses, las fanfarrias y los actos públicos con las fuerzas armadas como telón de fondo fueron la marca de la casa. El combate al crimen organizado le proporcionó durante cierto tiempo una vía de legitimación que las urnas le negaron. La militarización de la política le dio las herramientas para administrar el país con medidas de excepción.
El balance final de su cruzada es desastroso: 88 mil 361 homicidios y más de 13 mil desaparecidos, miles de mutilados, huérfanos, desplazados, regiones enteras del país en llamas, ciudades asoladas por la violencia, las fuerzas armadas sumidas en el desprestigio. Como señaló Javier Sicilia: Felipe Calderón será recordado como el presidente de la violencia, como el presidente de una guerra inútil, una guerra perdida; como el presidente de la obstinación de la violencia y de la negación de la vida humana (...) se va como criminal, incumplió su misión con el país.
Amarga ironía para quien quiso pasar a la historia como el presidente del empleo y ofreció crear un millón de nuevos empleos al año y fracasó en el intento. De acuerdo con las estadísticas del IMSS, a lo largo de estos seis años se abrieron, solamente, un millón 219 mil empleos permanentes nuevos, en parte, en el nuevo sector maquilador.
Además de recuperar el camino a convertirse en Maquilatitlán y Taiwanajuato, Felipe Calderón logró convertir a México, cada vez más, en Changarrotilán. En julio de este año, 29 de cada 100 personas se emplearon en la economía informal.
Por si eso fuera poco, según la Cepal, el sexenio de Felipe Calderón será el de menor crecimiento económico en el país desde hace 24 años. En cambio, la pobreza y la indigencia en México se incrementaron 4.6 por ciento en cuatro años. Fuimos el único país latinoamericano en el que entre 2006 y 2011 registró una contracción del PIB por habitante.
Pero este fracaso no impidió que el mandatario sirviera a sus patrocinadores. México es una de las naciones más desiguales de América Latina, región de por sí desigual. En 2008, la décima parte de los mexicanos que está en la punta de la pirámide de la riqueza concentró ingresos por el equivalente al 41.3 por ciento del ingreso total nacional. La cifra creció 40 por ciento en cuatro años. Indicadores de estos servicios prestados a los señores del dinero son la salida del país más de 145 mil millones de dólares, y que compatriotas tengan en paraísos fiscales al menos 417 mil millones de billetes verdes.
Pero, más allá de estos servicios prestados, Calderón fracasó en dos dos tareas centrales. Tuvo seis años y toda la fuerza del Estado a su disposición para acabar con el movimiento de Andrés Manuel López Obrador. No escatimó recursos para hacerlo. Apoyó a un sector de la izquierda institucional para desplazarlo de la política nacional. El resultado final de su empresa fue un fracaso. Las cuentas que le rinde a los poderes fácticos en este rubro no son buenas. Su enemigo cosechó casi 16 millones de votos, más de los alcanzados por el partido del gobierno.
Tampoco pudo aniquilar a los centenares de movimientos de resistencia que en todo el país obstaculizan y descarrilan los negocios de quienes buscan explotar irracionalmente los recursos naturales, apropiarse de bienes públicos y comunes, precarizar aún más el mundo del trabajo y destruir el tejido comunitario. Esos movimientos, que frecuentemente se encuentran por afuera de los marcos de la política institucional y de la izquierda electoral, siguen activos a pesar del acoso gubernamental y la falta de solución a sus demandas.
La administración de Felipe Calderón se recordará como uno de los periodos más negros de la historia nacional, por lo menos para quienes no son parte de la pequeña minoría beneficiada por sus favores. Será conocido como el sexenio de las catástrofes.
El verdadero informe de gobierno de Felipe Calderón no fue el que hizo llegar al Congreso de la Unión este 1º de septiembre, sino el que rindió ante embajadores, gobernadores y funcionarios del gobierno federal el pasado 19 de abril. Su sexenio, les confesó en un acto público, estuvo marcado por el sello del infortunio.
En esa fecha, ante el incremento de la la actividad volcánica de Don Goyo, el mandatario tuvo un arranque de sinceridad y compartió con el país su balance de su sexenio. Ya sólo falta –dijo– que haga erupción el volcán para completar el cuadro de calamidades que ha enfrentado mi administración, entre las que se encuentran: la peor crisis económica, la epidemia de influenza A/H1N1, inundaciones, sequías, por no citar desde luego la virulencia, la irracionalidad, la brutalidad de la delincuencia que afecta principalmente las actividades de comercio.
Y, aunque la lista omitió predecir la llegada a Los Pinos de Peña Nieto, no le falta razón al jefe del Ejecutivo al describir sus seis años de gobierno como un periodo marcado por la catástrofe. Sin embargo, sus palabras omiten que esa calamidad no fue hechura de la diosa fortuna, sino producto de su pecado de origen: la ilegitimidad de su mandato.
Felipe Calderón asumió la Presidencia entrando al recinto legislativo por la puerta de atrás, entre enérgicas protestas, con un país dividido y enfrentado. Gobernó protegido por vallas, cercas, policías, militares y el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación. Termina su periodo dejando un México tanto o más fracturado y polarizado como el que existía cuando le fue colocada la banda presidencial.
El michoacano inició su gestión presidencial con una parada militar. El 3 de enero de 2007, en Apatzingán, durante su primera actividad pública ese año, se hizo retratar con uniforme de campaña, gorra de campo de cinco estrellas y el escudo nacional. Cuatro meses más tarde, el 8 de mayo, en la misma ciudad, la foto era una continuación de la del 3 de enero: elementos del Ejército, utilizando vehículos blindados y lanzagranadas, se enfrentaron a presuntos narcotraficantes.
El inquilino de los Pinos hizo de la guerra contra el narcotráfico el eje de su gobierno. Su afición por los uniformes castrenses, las fanfarrias y los actos públicos con las fuerzas armadas como telón de fondo fueron la marca de la casa. El combate al crimen organizado le proporcionó durante cierto tiempo una vía de legitimación que las urnas le negaron. La militarización de la política le dio las herramientas para administrar el país con medidas de excepción.
El balance final de su cruzada es desastroso: 88 mil 361 homicidios y más de 13 mil desaparecidos, miles de mutilados, huérfanos, desplazados, regiones enteras del país en llamas, ciudades asoladas por la violencia, las fuerzas armadas sumidas en el desprestigio. Como señaló Javier Sicilia: Felipe Calderón será recordado como el presidente de la violencia, como el presidente de una guerra inútil, una guerra perdida; como el presidente de la obstinación de la violencia y de la negación de la vida humana (...) se va como criminal, incumplió su misión con el país.
Amarga ironía para quien quiso pasar a la historia como el presidente del empleo y ofreció crear un millón de nuevos empleos al año y fracasó en el intento. De acuerdo con las estadísticas del IMSS, a lo largo de estos seis años se abrieron, solamente, un millón 219 mil empleos permanentes nuevos, en parte, en el nuevo sector maquilador.
Además de recuperar el camino a convertirse en Maquilatitlán y Taiwanajuato, Felipe Calderón logró convertir a México, cada vez más, en Changarrotilán. En julio de este año, 29 de cada 100 personas se emplearon en la economía informal.
Por si eso fuera poco, según la Cepal, el sexenio de Felipe Calderón será el de menor crecimiento económico en el país desde hace 24 años. En cambio, la pobreza y la indigencia en México se incrementaron 4.6 por ciento en cuatro años. Fuimos el único país latinoamericano en el que entre 2006 y 2011 registró una contracción del PIB por habitante.
Pero este fracaso no impidió que el mandatario sirviera a sus patrocinadores. México es una de las naciones más desiguales de América Latina, región de por sí desigual. En 2008, la décima parte de los mexicanos que está en la punta de la pirámide de la riqueza concentró ingresos por el equivalente al 41.3 por ciento del ingreso total nacional. La cifra creció 40 por ciento en cuatro años. Indicadores de estos servicios prestados a los señores del dinero son la salida del país más de 145 mil millones de dólares, y que compatriotas tengan en paraísos fiscales al menos 417 mil millones de billetes verdes.
Pero, más allá de estos servicios prestados, Calderón fracasó en dos dos tareas centrales. Tuvo seis años y toda la fuerza del Estado a su disposición para acabar con el movimiento de Andrés Manuel López Obrador. No escatimó recursos para hacerlo. Apoyó a un sector de la izquierda institucional para desplazarlo de la política nacional. El resultado final de su empresa fue un fracaso. Las cuentas que le rinde a los poderes fácticos en este rubro no son buenas. Su enemigo cosechó casi 16 millones de votos, más de los alcanzados por el partido del gobierno.
Tampoco pudo aniquilar a los centenares de movimientos de resistencia que en todo el país obstaculizan y descarrilan los negocios de quienes buscan explotar irracionalmente los recursos naturales, apropiarse de bienes públicos y comunes, precarizar aún más el mundo del trabajo y destruir el tejido comunitario. Esos movimientos, que frecuentemente se encuentran por afuera de los marcos de la política institucional y de la izquierda electoral, siguen activos a pesar del acoso gubernamental y la falta de solución a sus demandas.
La administración de Felipe Calderón se recordará como uno de los periodos más negros de la historia nacional, por lo menos para quienes no son parte de la pequeña minoría beneficiada por sus favores. Será conocido como el sexenio de las catástrofes.
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