Francisco Garfias
Fue la sesión de la vergüenza. Lo que coloquialmente llamaríamos “un verdadero desmadre.” Hubo de todo. Visto y no visto. Una toma de tribuna con violencia. La mesa directiva instalada en uno de los palcos de los fotógrafos. El debate sobre la reforma electoral transformado en diálogo de sordos.
Razones para enfadarse no faltaban. Los diputados debatieron un dictamen de reformas a la Ley Federal del Trabajo que resguarda los privilegios de los caciques de los sindicatos. Pero también que incluye el pago por horas, relaja los requisitos para correr a los trabajadores, en aras de promover el empleo, limita a doce meses los salarios caídos, regulariza el outsourcing (subcontratación), trastoca los contratos colectivos, prohíbe el trabajo en los pozos de carbón, establece la licencia paternal, reconoce el “teletrabajo”.
Un documento con luces y sombras. El lastimoso espectáculo se inició con las actitudes porriles de la treintena de diputados obradoristas que ocuparon la tribuna del salón de sesiones y la vistieron con pancartas en contra de la Reforma Laboral.
Jesús Murillo Karam, presidente de la mesa directiva, fue literalmente zarandeado. Su investidura no fue escudo. Le arrebataron el micrófono. Le movieron la campana. Le escondieron el simbólico “Gran Tintero” (Un águila de plata que representa la libertad y la soberanía). Al hidalguense lo tenían acorralado, acosado, rodeado. “Iniciaron la primera discusión de manera intolerante”, acusó Manlio Fabio Beltrones, quien vuelve a la Ley de la Selva, después de ser el mandarín en el mucho más civilizado Senado de la República.
Ruth Zavaleta, ex presidenta de la mesa directiva de la Cámara baja, no se explica por qué dejaron tan desprotegido al diputado del PRI. “Cuando yo era la presidenta, me protegían mis propios diputados”, recordó. A la hoy legisladora del PVEM no se le pasó un detalle. El diputado Juan Manuel Moreno, integrante de Los Chuchos, se subió a la tribuna junto con los obradoristas. “Se tomó la foto y se bajó a su curul”, dijo. Murillo no tuvo más remedio que decretar un receso de una hora. El ambiente estaba calientito. No era conveniente prolongar la tensión. Los ocupantes estaban cada vez más agresivos. La mayoría eran mujeres jóvenes. Vestidas con camisetas blancas con la leyenda “No a la Reforma Laboral”. Ruth Zavaleta las bautizó como “las gacelas de Martí”. Él las dirigía.
Una de ellas se mostró particularmente agresiva. Preguntamos quién era. “Se llama Karen Quiroga. ¡Es cercana de Marcelo!”, nos dijo Silvano Aureoles.
Silvano, por cierto, fue rebasado por los diputados obradoristas manejados por Martí Batres. Había un acuerdo interno de no ocupar la tribuna permanentemente. No lo respetaron. El diputado michoacano Tuvo que convocar a rueda de prensa para deslindarse de la toma de tribuna. Vimos a un Ricardo Monreal radicalizado, enfadado, cegado por la impotencia. Pronunció un discurso con más calificativos que argumentos. “¡Vulgares pandilleros!”, “¡Atracadores de las conquistas obreras!”, “Le están partiendo la madre a los trabajadores y todavía se burlan”, decía a panistas y perredistas.
Del otro lado también hubo responsabilidades. Priistas, panistas, perredistas aprobaron, en lo general, una reforma laboral que no altera los privilegios de las cúpulas del sindicalismo oficial ni contiene mecanismos para impedir que se perpetúen en sus “liderazgos”. Ni voto libre y secreto para elegir a sus dirigentes. Mucho menos transparencia y rendición de cuentas en el manejo de las cuotas de los trabajadores. Nuestros legisladores no andan muy conectados con la sociedad. Democracia y transparencia sindical son los temas que generan mayor consenso social. La reforma era una oportunidad para Enrique Peña Nieto, presidente electo, de demostrar, con hechos, su voluntad de superar rezagos como el sindicalismo caciquil. No quiso, o no pudo, hacerle manita de puerco a Carlos Romero Deschamps, Elba Esther Gordillo, Joel Ayala, Ricardo Aldana, Carlos Aceves del Olmo y anexas. Todos líderes obreros que viven en la opulencia y se cobijan con los pobres.
Antes de la sesión, en el basamento del Palacio Legislativo nos topamos con Ricardo Monreal y su división naranja. Traían cara de derrotados. “Ya se arreglaron el PRI y el PAN”, nos comentó, entre molesto y resignado el coordinador del grupo parlamentario del Movimiento Ciudadano. Subimos juntos al Patio de Honor. A lo lejos se escuchaban los altavoces de manifestantes que protestaban en contra de la aprobación de las modificaciones a la ley laboral. Eran pocos, poquísimos . “No hay mucha gente, ¿verdad? Preguntó Monreal con desgano. “Nada comparado con lo de ayer”, le respondimos.
“Sí, ayer hubo 45 mil personas”, calculó. A las dos de la tarde eran cientos, según cálculos de la policía federal. En el micrófono, una voz femenina que criticaba a los legisladores: “cada que me presentan uno, le digo: ‘mucho gusto, señor promesa’”
Moraleja de la semana (cortesía de Isaac Asimov, escritor y bioquímico estadunidense): La violencia es el último recurso del incompetente.
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