Jorge Zepeda Patterson
López Obrador sabe que ya perdió esta batalla. Su dilema es cómo salir dignamente de ella. Él está convencido de que la verdad y la ética están de su lado, pero lleva demasiados años en esto como para saber que, salvo en las películas, tener la razón no es algo que por sí solo gane batallas.
Sabe que perdió por seis puntos porcentuales, pero asume que son resultado de la compra del voto y la construcción de un candidato desde el poder de la cúpula. Las pruebas presentadas por el Movimiento Progresista muestran evidencias que a juicio del tabasqueño deberían ser concluyentes. Pero no lo fueron para las instancias electorales.
Y en eso hay dos problemas. Primero, coincido con AMLO en que el Trife dista de ser un órgano imparcial. Está compuesto por hombres y mujeres cuyas carreras son parte de un sistema de ascensos y recompensas. No son títeres, pero sí son actores del entramado institucional. Para haber fallado en contra de los intereses del sistema tendrían que haber sido confrontados con pruebas inapelables.
Y ése es el segundo problema. Las pruebas presentadas distaban de ser categóricas. Había algunas piezas sólidas mezcladas con otras meramente anecdóticas. Demasiado poco para un árbitro parcial.
Además de jurídica, la batalla es por la opinión pública. Aquí también López Obrador sabe que perdió ganando. Muchos mexicanos saben que Enrique Peña Nieto es el candidato del dinero y que la exposición legítima e ilegítima fue parte consustancial de su triunfo por la Presidencia. En ese sentido, AMLO ya ganó ese argumento. Pero le sirve de muy poco. Para la mayoría de los mexicanos no hace diferencia saber que el PRI ganó gracias a recursos de campaña y coberturas mediáticas extralegales. De hecho, muchos que lo saben votaron por él de igual forma. Por desgracia, ni la honestidad ni la vocación democrática son los rasgos más exigidos a los políticos mexicanos.
López Obrador ha convocado a una estrategia de resistencia civil, pero pacífica y con responsabilidad. Eso es decir todo y decir nada. Lo más significativo es que se ha tomado nueve días, desde el viernes que lo anunció hasta el próximo domingo, para explicar en el Zócalo en qué consistirá dicha resistencia. Una decisión anticlimática, por el compás de espera, que revela una indignación contenida, casi burocrática, frente al fallo del Tribunal Electoral.
Se entiende que el Movimiento Progresista necesite de algunos días para preparar un acto masivo en el Zócalo. Después de todo, el tamaño de la multitud será decisivo para dimensionar el músculo que sostendría un conflicto postelectoral. Pero son nueve días durante los cuales la noticia de la resolución del Trife se hará nota vieja y un lapso que Peña Nieto aprovechará para consolidar su imagen presidencial: dará a conocer su equipo de transición (el martes), y se tomará la foto con factores de poder, empresarios y actores políticos y sociales. Algunos miembros del PRD ya han señalado que reconocerán al nuevo mandatario.
El breve discurso de López Obrador el viernes pasado fue el de la dignidad moral, más que el del guerrero dispuesto a inmolarse. No salió disparado, como sí lo hizo el #YoSoy132, a una marcha inmediata a las instalaciones del Trife para repudiar el fallo. La reacción de Andrés Manuel fue más bien una reflexión de ética política frente a una resolución adversa esperada e inexorable. Más que indignación es de confirmación de los males del sistema.
En términos políticos de mediano plazo es quizá lo mejor que podría suceder con el movimiento. La resistencia pacífica tendrá sentido si sus banderas buscan el mejoramiento de los procesos electorales futuros, el endurecimiento de las penas a los excesos de campaña y la exhibición de deficiencias en las prácticas del IFE y el Trife. Si tal es el caso, buena parte de la opinión pública podría ver con buenos ojos las protestas de la izquierda. Muchos mexicanos desearían procesos electorales más limpios y auténticos, aunque no les vaya la vida en ello.
Pero si las protestas tienen como propósito la anulación de las elecciones y el boicot al futuro gobierno, la derrota será estrepitosa. López Obrador lo sabe.
PRI y PAN ya están trabajando en su futuro, el suyo. La izquierda tendrá que decidir si se queda enganchada con el pasado o participa en la construcción del México que viene.
A López Obrador le queda una semana para concebir una salida digna del conflicto; una salida que conecte con el porvenir del Movimiento Progresista. Rumiar el pasado y lamentar las heridas o construirse como protagonista del futuro. Ese es el dilema de Andrés Manuel.
López Obrador sabe que ya perdió esta batalla. Su dilema es cómo salir dignamente de ella. Él está convencido de que la verdad y la ética están de su lado, pero lleva demasiados años en esto como para saber que, salvo en las películas, tener la razón no es algo que por sí solo gane batallas.
Sabe que perdió por seis puntos porcentuales, pero asume que son resultado de la compra del voto y la construcción de un candidato desde el poder de la cúpula. Las pruebas presentadas por el Movimiento Progresista muestran evidencias que a juicio del tabasqueño deberían ser concluyentes. Pero no lo fueron para las instancias electorales.
Y en eso hay dos problemas. Primero, coincido con AMLO en que el Trife dista de ser un órgano imparcial. Está compuesto por hombres y mujeres cuyas carreras son parte de un sistema de ascensos y recompensas. No son títeres, pero sí son actores del entramado institucional. Para haber fallado en contra de los intereses del sistema tendrían que haber sido confrontados con pruebas inapelables.
Y ése es el segundo problema. Las pruebas presentadas distaban de ser categóricas. Había algunas piezas sólidas mezcladas con otras meramente anecdóticas. Demasiado poco para un árbitro parcial.
Además de jurídica, la batalla es por la opinión pública. Aquí también López Obrador sabe que perdió ganando. Muchos mexicanos saben que Enrique Peña Nieto es el candidato del dinero y que la exposición legítima e ilegítima fue parte consustancial de su triunfo por la Presidencia. En ese sentido, AMLO ya ganó ese argumento. Pero le sirve de muy poco. Para la mayoría de los mexicanos no hace diferencia saber que el PRI ganó gracias a recursos de campaña y coberturas mediáticas extralegales. De hecho, muchos que lo saben votaron por él de igual forma. Por desgracia, ni la honestidad ni la vocación democrática son los rasgos más exigidos a los políticos mexicanos.
López Obrador ha convocado a una estrategia de resistencia civil, pero pacífica y con responsabilidad. Eso es decir todo y decir nada. Lo más significativo es que se ha tomado nueve días, desde el viernes que lo anunció hasta el próximo domingo, para explicar en el Zócalo en qué consistirá dicha resistencia. Una decisión anticlimática, por el compás de espera, que revela una indignación contenida, casi burocrática, frente al fallo del Tribunal Electoral.
Se entiende que el Movimiento Progresista necesite de algunos días para preparar un acto masivo en el Zócalo. Después de todo, el tamaño de la multitud será decisivo para dimensionar el músculo que sostendría un conflicto postelectoral. Pero son nueve días durante los cuales la noticia de la resolución del Trife se hará nota vieja y un lapso que Peña Nieto aprovechará para consolidar su imagen presidencial: dará a conocer su equipo de transición (el martes), y se tomará la foto con factores de poder, empresarios y actores políticos y sociales. Algunos miembros del PRD ya han señalado que reconocerán al nuevo mandatario.
El breve discurso de López Obrador el viernes pasado fue el de la dignidad moral, más que el del guerrero dispuesto a inmolarse. No salió disparado, como sí lo hizo el #YoSoy132, a una marcha inmediata a las instalaciones del Trife para repudiar el fallo. La reacción de Andrés Manuel fue más bien una reflexión de ética política frente a una resolución adversa esperada e inexorable. Más que indignación es de confirmación de los males del sistema.
En términos políticos de mediano plazo es quizá lo mejor que podría suceder con el movimiento. La resistencia pacífica tendrá sentido si sus banderas buscan el mejoramiento de los procesos electorales futuros, el endurecimiento de las penas a los excesos de campaña y la exhibición de deficiencias en las prácticas del IFE y el Trife. Si tal es el caso, buena parte de la opinión pública podría ver con buenos ojos las protestas de la izquierda. Muchos mexicanos desearían procesos electorales más limpios y auténticos, aunque no les vaya la vida en ello.
Pero si las protestas tienen como propósito la anulación de las elecciones y el boicot al futuro gobierno, la derrota será estrepitosa. López Obrador lo sabe.
PRI y PAN ya están trabajando en su futuro, el suyo. La izquierda tendrá que decidir si se queda enganchada con el pasado o participa en la construcción del México que viene.
A López Obrador le queda una semana para concebir una salida digna del conflicto; una salida que conecte con el porvenir del Movimiento Progresista. Rumiar el pasado y lamentar las heridas o construirse como protagonista del futuro. Ese es el dilema de Andrés Manuel.
Comentarios
Una cosa es el dicho y otra cosa es el HECHO. Este fulano que tiene una de las plumas, acerbo cultural y críticas más exquisitas está muy lejos de en VERDAD FORMAR PARTE DE LOS HECHOS DEL CAMBIO.
Le preocupa + el qué dirán y no el cómo Hacerlo.
Cómo le haremos para salir de este bache y retroceso de la historia de México y pérdida de garantías individuales y colectivas de los mexicanos.
Jorge Zepeda Paterson, hazte un favor.
"Haz críticas constructivas en PRO de un México diferente, moderno, justo y con equidad social en todos los ambitos, en vez de criticar desde lejitos a los autores del movimiento por el cambio".....
"Sigue el ejemplo del movimiento #YoSoy132.."
Ellos actuan dentro del movimiento en PRO de México y no son simples OBSERVADORES... Al buen entender POCAS PALABRAS....
Atte. Benjamín Vera