Carstens, novedoso

¿Más reformas?
Sectores estratégicos

Carlos Fernández-Vega / México SA


Estaba el doctor Agustín Carstens muy contento por la maravillosa solidez macroeconómica alcanzada por el país, cuando de repente se le ocurrió una novedosa idea para salir del hoyo: la mesa está puesta en México para que la economía pueda crecer a tasas de 6 por ciento, aunque para que ello ocurra es necesario (¡sorpresa!) concretar las reformas que tanto necesita el país en materia eléctrica y petrolera para que en esos sectores estratégicos participe la iniciativa privada ya de forma abierta y legal.

Tan novedosa resulta la citada propuesta, que en los últimos cinco gobiernos (el mismo, en realidad, pero con distintas caretas) se ha repetido hasta la saciedad. Lo único que cambia, de acuerdo con la ocasión, es el sector a privatizar, siempre con el fin de “detonar el crecimiento económico y aprovechar el potencial….etcétera, etcétera). La mesa, pues, se puso muchos años atrás al servicio de unos cuantos y, así, en las últimas tres décadas en este país se realizaron todas las reformas sugeridas por el FMI, se privatizó prácticamente todo el aparato productivo del Estado y el capital privado –nacional y foráneo– se apropió de toda la riqueza nacional. ¿El resultado de la mesa puesta?: a duras penas la economía mexicana ha crecido 2 por ciento como promedio anual en el periodo, y el citado potencial sigue brillando por su ausencia.

Los sectores eléctrico y petrolero son las joyas que el gobierno neoliberal, en sus cinco presentaciones, no ha podido vender, y no por ausencia de intentos. Ese par de productos es el remanente de 30 años de privatizaciones, y el único que a estas alturas permanece en los estantes de la venta de garaje inaugurada por Miguel de la Madrid. Pero no todo lo ha perdido, porque mañosamente, y pasándose la Constitución por el arco del triunfo, el gobierno no sólo ha permitido, sino estimulado la participación del capital privado en esas dos áreas (más descarada en la primera).

La venta de garaje comenzó de forma modesta. Oficialmente, apenas iniciado el sexenio de Miguel de la Madrid, la primera empresa pública que se remató fue Accesorios Tubulares Especiales, una fábrica de bicicletas adquirida por la CTM, con Fidel Velázquez a la cabeza. Poco después, la fábrica de casimires Avatram Mexicana, Bicicletas Cóndor, y así por el estilo. Y el argumento gubernamental fue que el Estado no tenía por qué dedicar tiempo, personal y recursos a la administración de sectores no estratégicos, en lo cual, sin duda, tenía razón. El problema fue que en el corto plazo nada resultó estratégico para el Estado, según la versión de los desincorporadores.

A la venta de las fábricas de bicicletas y casimires siguió la privatización en cascada de líneas aéreas, consorcios mineros, hoteles, embotelladoras, armadoras automotrices, instituciones financieras, productoras de acero, cemento, fertilizantes, papel y cartón, ingenios azucareros, y la devolución de 34 por ciento de la banca estatizada por José López Portillo. Nada resultaba estratégico, y los nombres de los beneficiarios de la privatización se repetían prácticamente en cada una de las desincorporaciones. El gobierno prometía liberar los recursos destinados a estos consorcios otrora del Estado para atender las urgencias sociales y detonar el crecimiento de la economía mexicana. Resultado: 0.34 por ciento de crecimiento anual promedio en el sexenio de Miguel de la Madrid.

Llegó el salinato, y con él más reformas. En materia de privatizaciones metió el acelerador a fondo, con la tesis de que era necesario modernizar el aparato económico, ampliar la participación del capital privado y atender las urgencias sociales con los recursos liberados por la venta de garaje, pues, aseguraba, el redimensionamiento del sector público favorece la participación de los sectores social y privado, aunque en los hechos sólo un reducido número de grupos financieros, industriales, de servicios y comerciales (que en no pocas ocasiones conjuntaban esas cuatro ramas de la actividad económica en un solo consorcio) resultaron beneficiados, es decir, los mismos que en tiempos de Miguel de la Madrid. Así, se desincorporaron más consorcios mineros, ingenios azucareros, carreteras, astilleros, Teléfonos de México, con un largo etcétera, y las 18 instituciones bancarias. Resultado: 3.9 por ciento de crecimiento anual promedio en el sexenio, mayor pobreza y 24 empresarios Forbes, amén de que el detonador económico nunca apareció.

Con Zedillo se registró otra tanda de reformas y la venta de garaje siguió: Ferrocarriles Nacionales, satélites, carreteras (rescate), bancos (rescate y extranjerización), líneas aéreas (rescate), aseguradoras, puertos, aeropuertos, y otras menudencias. Los nombres de los compradores seguían siendo los mismos de los tiempos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, de tal suerte que los sectores estratégicos quedaron en manos de la oligarquía, con el gobierno y el erario a su servicio. Resultado: 3.5 por ciento de crecimiento anual promedio, con millones y millones de pobres en espera de recibir algún beneficio por los recursos liberados por la desincorporación de empresas del Estado para atender las urgencias sociales.

Más reformas con el cambio y la continuidad. A Fox y Calderón ya no les dejaron mucho en los estantes de la venta de garaje (en cantidad, pero sí en calidad), y ambos se enfocaron en terminar el trabajo que De la Madrid, Salinas y Zedillo, es decir, privatizar los sectores eléctrico y petrolero. Fallaron, pero algo lograron: a estas alturas, el 40 por ciento de la generación eléctrica en el país está en manos de las trasnacionales que llegaron para apoyar a México (versión oficial), y la larga mano del capital privado ya está a medio meter en materia de oro negro. Resultado: 2 por ciento de crecimiento promedio anual en la docena trágica blanquiazul, con más pobres, mayor concentración del ingreso y la oligarquía desbocada.

¿Y dónde quedó aquello de que con las reformas y la privatización se detonaría el crecimiento y se aprovecharía el potencial económico de este país? La respuesta –nítida, sólida y novedosa– ya la dio el doctor Carstens: más reformas y más privatizaciones. ¿Alguna duda?

Las rebanadas del pastel

¿Quién defenderá a los trabajadores de la reforma laboral? ¿Acaso Joaquín Gamboa Pascoe (a mí nunca me verán de huaraches), Víctor Flores (uno de los representantes obreros ante la CNSM), Carlos Romero Deschamps (con su avión particular y los perritos de su hija), Elba Esther Gordillo (sin comentarios), y conexos, todos calladitos y serviciales, a cambio de generosas dádivas y suculentos negocios del y con el poder político?

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