Calderón, “otro traidor”

Álvaro Delgado

La especie se incubó a lo largo de la campaña y generó certeza la noche de la elección, el 1 de julio, cuando apareció en televisión radiante ante la derrota de Josefina Vázquez Mota y obsequioso con el priista Enrique Peña Nieto: Felipe Calderón traicionó al Partido Acción Nacional (PAN).

La propia Vázquez Mota expresó, en las horas y días que siguieron a la derrota, que Calderón la traicionó, lo mismo que gobernadores panistas, y esa es una de las razones por las que se autoexilió durante casi dos meses, lapso en el que decidió ya no encabezar la Coordinación de Acción Política del PAN que le ofreció Gustavo Madero.

Apenas bajó del avión que la trajo de Europa, el jueves 30 -justo cuando el Tribunal Electoral desechó todas las impugnaciones contra Peña Nieto-, comenzó una serie de reuniones con algunos de sus colaboradores, les confió su alejamiento del PAN y ratificó que se refugiará en Ola Ciudadana, una organización con perfil ciudadano.

La ausencia de Vázquez Mota en el acto de despedida de Calderón, en el Palacio Nacional, este lunes 3, fue elocuente, aunque sí asistió, por la noche, al homenaje luctuoso a Roberto González Barrera, uno de sus mecenas, sin hacer declaraciones. “Ahora no se trata de dar declaraciones, vengo a acompañar a un buen amigo”, aclaró.

-¿El de la mañana no es su amigo?

-No he dicho nada –se escabulló.

El trato dado a la candidata del PAN y el dispensado a Peña Nieto, que desde el 1 de julio se ha traducido en reuniones secretas y el ocultamiento de conductas presuntamente delincuenciales con las que el priista financió su campaña y la operación electoral, ha hecho que muchos panistas -cada vez más- tengan la convicción de que Calderón actuó por lo menos con la misma deslealtad con su partido que Vicente Fox.

En el equipo de Vázquez Mota se midió el impacto electoral que tuvieron en la campaña dos pronunciamientos de Fox a favor de Peña Nieto: El primero, el 11 de abril, hizo perder 4 puntos a la panista y, el segundo, el 4 de junio -a casi un mes de la elección-, cuando llamó a “cerrar filas” con el priista, la pérdida fue de otros dos.

En el caso de Calderón, quien tomó como una afrenta que obligaba a venganza el triunfo de Vázquez Mota sobre Ernesto Cordero, el socavamiento no fue medido demoscópicamente -por lo menos no en el equipo de campaña-, pero existen evidencias políticas de cómo no sólo no hubo apoyo a la candidata -legalmente, claro-, sino cómo avaló “una contracampaña” que implicaba, por ejemplo, darles línea a opinadores para hablar mal de ella.

Todo esto lo hacía Alejandra Sota –quien ya garantizó su empleo futuro en Televisa— con el conocimiento pleno de Calderón, quien la nombró además su principal interlocutora ante el propio Peña Nieto, en asuntos que pavimentaban un contubernio para intercambios de impunidad e inmunidad transexenal.

De hecho, opinan prominentes panistas, el escándalo sobre la “refundación” o “reestructuración” del PAN es, en realidad, una cortina de humo para ocultar justamente los arreglos entre Calderón y Peña Nieto, quien pudo cometer todas las fechorías que quiso, entre ellas el lavado de dinero para comprar votos, con la garantía de que las evidencias están perfectamente resguardadas.

La traición de Calderón al PAN no es nueva y, de hecho, se inició tras la elección de 2006 cuando el PRI le garantizó no sólo la toma de posesión, sino la permanencia en el cargo todo el sexenio, a cambio no sólo de regresarle el poder en 2012, sino evitar tocar en lo más mínimo los fundamentos del régimen político cimentado en la corrupción y la impunidad.

Por eso no fue capaz de molestar a ninguno de los gobernadores ni exgobernadores priistas, aun los más sátrapas como Ulises Ruiz de Oaxaca y Mario Marín de Puebla. De hecho, en este último estado los propios panistas presentaron evidencias de cómo Calderón toleró todo tipo de atropellos de los priistas.

“El gobernador actuó con toda impunidad porque sabemos que hay un pacto”, me dijo, en 2007, el entonces diputado federal Alfonso Bello Pérez, quien aseguró que esto se denunció inútilmente a los entonces jefe de la Oficina de la Presidencia, Juan Camilo Mouriño, y secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña. “El gobierno le dio a Marín impunidad para dejarle las manos libres.”

Pero una evidencia incontrovertible fue el pacto, que pretendía secreto, para que el PAN no hiciera alianza con el PRD en el Estado de México, en 2010, y que fue operado por César Nava, por Calderón y Luis Nava Miranda, el hombre de mayor confianza de Peña Nieto –antes y ahora–, con Fernando Gómez Mont como testigo.

La elección de este año sólo ratificó el contubernio de Calderón con Peña que, si agravia a los panistas, ofende sobre todo a todos los mexicanos, porque, en su complicidad para ser intocable, ha dejado impunes actuaciones criminales que sólo profundizarán el deterioro social de México.

En la agonía de su infecunda gestión sexenal, con una costosa megalomanía, Calderón es, en efecto, un traidor a la democracia, como Fox, a quien detesta y a quienes Peña unió en torno suyo, quizá por ser políticos sin luces y sin escrúpulos…

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