Denisse Dresser
Espontáneo. Irreverente. Atrevido. Cuestionador. Así surgió el movimiento #YoSoy132 y así sacudió al país. Con un posicionamiento lejos de las imposiciones ideológicas y cerca de las preocupaciones ciudadanas. Con una lógica lejana a los intereses de los poderes fácticos y cerca de quienes los cuestionan. Rechazó la desinformación y exigió la veracidad; rechazó la manipulación y exigió el profesionalismo; rechazó las directrices del duopolio televisivo y logró romper el cerco que con demasiada frecuencia impone. Armado únicamente con el entusiasmo y los instrumentos de las redes sociales, cambió el debate prelectoral y lo condujo hacia lo que realmente importa: la disfuncionalidad de la democracia mexicana y las peores prácticas que aún la caracterizan.
#YoSoy132 sacudió, electrizó, incidió y lo hizo notablemente. Exhibió los vínculos entre el poder mediático y el poder político y lo hizo eficazmente. Obligó a las televisoras a ceder y a los políticos a recular. Obligó a los candidatos a debatir y a los medios a informar. Abolló la candidatura de Enrique Peña Nieto y lo forzó a anunciar reformas que de otra manera jamás habría promovido. Armó marchas multitudinarias en el Distrito Federal y sacudió conciencias en otros estados. Colocó –en varios eventos de campaña– al puntero priista contra la pared. Pero más importante aún: abasteció la esperanza en el país posible. Cuestionó la pasividad de un país predecible. Le informó al PRI que ya no podría gobernar de la misma manera: edificando porros, comprando candidaturas, manteniendo a México en la inamovilidad.
Pero ahora en la coyuntura poselectoral #YoSoy132 enfrenta retos definitorios y riesgos importantes, más allá de armar asambleas y emitir comunicados, organizar marchas y promover plantones, gritar “más escuelas y menos telenovelas”, denunciar la elección y llamar a invalidarla. El movimiento tiene un capital político que no debe despilfarrar; tiene un impacto mediático que no debe desaprovechar; tiene un caudal de apoyo que no debe tirar por la borda y lo hará si no atiende los siguientes riesgos:
El riesgo de la radicalización. Hoy #YoSoy132 se ha vuelto un movimiento político más amplio que el original, más grande que el de 132 alumnos de la Universidad Iberoamericana que le dio origen. Actualmente reúne muchas banderas, muchas causas, muchos agravios que trascienden los originalmente planteados. Actualmente abarca a grupos como el Sindicato Mexicano de Electricistas, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco, el Frente Popular Francisco Villa. Organizaciones que llevan años manifestándose contra el gobierno; organizaciones con agravios legítimos pero distantes a los originales que el movimiento estudiantil decía enarbolar; organizaciones con una imagen más cuestionada entre la sociedad. El riesgo para #YoSoy132 es acabar engullido por ellas. El reto para #YoSoy132 es asegurar que eso no suceda. Mantener la independencia intelectual y la autonomía política. Solidarizarse con algunas causas pero no asumirlas todas. Tender puentes hacia otros movimientos sociales pero no sucumbir ante sus líderes más radicales.
El riesgo de la irrelevancia. Hoy #YoSoy132 exhorta a desconocer la elección e invalidarla, a rechazar la victoria de Enrique Peña Nieto y a impedir que tome posesión. Pero ¿qué pasará con el movimiento si el TRIFE certifica los resultados?, ¿si la protesta social contra la imposición no logra revertirla? Los estudiantes deben pensar táctica y estratégicamente sobre qué quieren lograr más allá de lo que desean vetar. Y es allí donde #YoSoy132 se entrampa en una larga lista de demandas que van desde eliminar las evaluaciones académicas “impuestas por el Fondo Monetario Internacional, la OCDE y el Banco Mundial” hasta el combate al neoliberalismo. Un día el objetivo del movimiento parece ser impedir la llegada de Peña Nieto a la Presidencia; al otro la demanda es la restitución del trabajo que les fue quitado con la disolución de Luz y Fuerza del Centro. Un día la meta es tomar Televisa; al otro es marchar junto al SME. Más que denunciar, el movimiento debe proponer. Más que atacar reformas en puerta, el movimiento debe empujar las propias. Más que diagnosticar lo que no funciona del sistema, el movimiento debe contribuir a cambiarlo.
El riesgo de la rigidez. Hoy #YoSoy132 puede quedar ahogado en sus asambleas, atrapado en la dinámica de las marchas sin rumbo, encajonado por una estructura que, como describe Diego Ángeles Sistac en ADN Político, “los pone contra el reloj y a veces contra sí mismos”. La horizontalidad del movimiento le resta eficacia y especificidad. La falta de una buena estructura –dinámica y flexible– ha llevado a un cúmulo de información desigual que confunde a la opinión pública y que no permite diferenciar cuándo una acción es propia del movimiento y cuándo no lo es, como en el caso del plantón fuera del IFE que no fue acordado por la asamblea universitaria. Las fricciones internas amenazan con debilitar la unidad, las agendas contrastantes pueden minarla. Al movimiento le urge encontrar una forma de procesar las diferencias que permita –al mismo tiempo– capitalizar las coincidencias. Al movimiento le urge una dinámica interna que le permita actuar con mayor rapidez, tomar decisiones con más eficacia, presentarse ante la sociedad con mayor coherencia.
#YoSoy132 irrumpió en la vida política con una frescura inusitada y bienvenida. Ahora no debe perderla al sumarse a agendas que no son las suyas, al apoyar agravios que son los que originalmente atendió, al caer en posturas atávicas que minan su credibilidad e independencia, al asumir posturas llamativas pero improductivas. #YoSoy132 le dio la cara al poder y ahora debe domesticarlo con propuestas prácticas de política pública. Con medidas específicas que puedan ser atendidas por el Poder Legislativo y cabildeadas dentro de él. Con iniciativas claras que contribuyan a democratizar a los medios y obligar a la rendición de cuentas y la transparencia y la representación ciudadana. Los jóvenes han señalado los rasgos autoritarios del sistema político mexicano. Ahora les toca ser su sombra.
Espontáneo. Irreverente. Atrevido. Cuestionador. Así surgió el movimiento #YoSoy132 y así sacudió al país. Con un posicionamiento lejos de las imposiciones ideológicas y cerca de las preocupaciones ciudadanas. Con una lógica lejana a los intereses de los poderes fácticos y cerca de quienes los cuestionan. Rechazó la desinformación y exigió la veracidad; rechazó la manipulación y exigió el profesionalismo; rechazó las directrices del duopolio televisivo y logró romper el cerco que con demasiada frecuencia impone. Armado únicamente con el entusiasmo y los instrumentos de las redes sociales, cambió el debate prelectoral y lo condujo hacia lo que realmente importa: la disfuncionalidad de la democracia mexicana y las peores prácticas que aún la caracterizan.
#YoSoy132 sacudió, electrizó, incidió y lo hizo notablemente. Exhibió los vínculos entre el poder mediático y el poder político y lo hizo eficazmente. Obligó a las televisoras a ceder y a los políticos a recular. Obligó a los candidatos a debatir y a los medios a informar. Abolló la candidatura de Enrique Peña Nieto y lo forzó a anunciar reformas que de otra manera jamás habría promovido. Armó marchas multitudinarias en el Distrito Federal y sacudió conciencias en otros estados. Colocó –en varios eventos de campaña– al puntero priista contra la pared. Pero más importante aún: abasteció la esperanza en el país posible. Cuestionó la pasividad de un país predecible. Le informó al PRI que ya no podría gobernar de la misma manera: edificando porros, comprando candidaturas, manteniendo a México en la inamovilidad.
Pero ahora en la coyuntura poselectoral #YoSoy132 enfrenta retos definitorios y riesgos importantes, más allá de armar asambleas y emitir comunicados, organizar marchas y promover plantones, gritar “más escuelas y menos telenovelas”, denunciar la elección y llamar a invalidarla. El movimiento tiene un capital político que no debe despilfarrar; tiene un impacto mediático que no debe desaprovechar; tiene un caudal de apoyo que no debe tirar por la borda y lo hará si no atiende los siguientes riesgos:
El riesgo de la radicalización. Hoy #YoSoy132 se ha vuelto un movimiento político más amplio que el original, más grande que el de 132 alumnos de la Universidad Iberoamericana que le dio origen. Actualmente reúne muchas banderas, muchas causas, muchos agravios que trascienden los originalmente planteados. Actualmente abarca a grupos como el Sindicato Mexicano de Electricistas, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco, el Frente Popular Francisco Villa. Organizaciones que llevan años manifestándose contra el gobierno; organizaciones con agravios legítimos pero distantes a los originales que el movimiento estudiantil decía enarbolar; organizaciones con una imagen más cuestionada entre la sociedad. El riesgo para #YoSoy132 es acabar engullido por ellas. El reto para #YoSoy132 es asegurar que eso no suceda. Mantener la independencia intelectual y la autonomía política. Solidarizarse con algunas causas pero no asumirlas todas. Tender puentes hacia otros movimientos sociales pero no sucumbir ante sus líderes más radicales.
El riesgo de la irrelevancia. Hoy #YoSoy132 exhorta a desconocer la elección e invalidarla, a rechazar la victoria de Enrique Peña Nieto y a impedir que tome posesión. Pero ¿qué pasará con el movimiento si el TRIFE certifica los resultados?, ¿si la protesta social contra la imposición no logra revertirla? Los estudiantes deben pensar táctica y estratégicamente sobre qué quieren lograr más allá de lo que desean vetar. Y es allí donde #YoSoy132 se entrampa en una larga lista de demandas que van desde eliminar las evaluaciones académicas “impuestas por el Fondo Monetario Internacional, la OCDE y el Banco Mundial” hasta el combate al neoliberalismo. Un día el objetivo del movimiento parece ser impedir la llegada de Peña Nieto a la Presidencia; al otro la demanda es la restitución del trabajo que les fue quitado con la disolución de Luz y Fuerza del Centro. Un día la meta es tomar Televisa; al otro es marchar junto al SME. Más que denunciar, el movimiento debe proponer. Más que atacar reformas en puerta, el movimiento debe empujar las propias. Más que diagnosticar lo que no funciona del sistema, el movimiento debe contribuir a cambiarlo.
El riesgo de la rigidez. Hoy #YoSoy132 puede quedar ahogado en sus asambleas, atrapado en la dinámica de las marchas sin rumbo, encajonado por una estructura que, como describe Diego Ángeles Sistac en ADN Político, “los pone contra el reloj y a veces contra sí mismos”. La horizontalidad del movimiento le resta eficacia y especificidad. La falta de una buena estructura –dinámica y flexible– ha llevado a un cúmulo de información desigual que confunde a la opinión pública y que no permite diferenciar cuándo una acción es propia del movimiento y cuándo no lo es, como en el caso del plantón fuera del IFE que no fue acordado por la asamblea universitaria. Las fricciones internas amenazan con debilitar la unidad, las agendas contrastantes pueden minarla. Al movimiento le urge encontrar una forma de procesar las diferencias que permita –al mismo tiempo– capitalizar las coincidencias. Al movimiento le urge una dinámica interna que le permita actuar con mayor rapidez, tomar decisiones con más eficacia, presentarse ante la sociedad con mayor coherencia.
#YoSoy132 irrumpió en la vida política con una frescura inusitada y bienvenida. Ahora no debe perderla al sumarse a agendas que no son las suyas, al apoyar agravios que son los que originalmente atendió, al caer en posturas atávicas que minan su credibilidad e independencia, al asumir posturas llamativas pero improductivas. #YoSoy132 le dio la cara al poder y ahora debe domesticarlo con propuestas prácticas de política pública. Con medidas específicas que puedan ser atendidas por el Poder Legislativo y cabildeadas dentro de él. Con iniciativas claras que contribuyan a democratizar a los medios y obligar a la rendición de cuentas y la transparencia y la representación ciudadana. Los jóvenes han señalado los rasgos autoritarios del sistema político mexicano. Ahora les toca ser su sombra.
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