Un asunto de huevos

La amenaza que se avecina
Paliar el vendaval

Miguel Ángel Velázquez / Ciudad Perdida


Por si fuera poco, ahora resulta que la amenaza de una crisis inflacionaria se empieza a sentir en todas partes del país, y, desde luego, en la capital. El detonante es el precio del huevo, pero hay muchos más: la carne, las harinas, los constantes gasolinazos. Los ingredientes para esta otra tragedia económica ya están aquí y se añaden, por sabido, al temido dictamen del tribunal electoral federal, que ciego y sordo, pero parte del engranaje del poder, no tendrá respuesta positiva al reclamo que exige la invalidez de la elección presidencial.

Hay que mirar al país con ojos previsores. El caldo de cultivo, al que deben agregarse los casi cien mil muertos por la violencia, según la cifra oficial, el galopante desempleo y otras muchas linduras que ha traído el régimen neoliberal que azota al país desde hace más de tres décadas, no augura nada nuevo. Ya en este espacio preguntábamos hace algunos días que cuál es el precio de la paz, y podemos asegurar que es el mismo que el de dar un poco de esperanza a los habitantes de México de que las cosas pueden cambiar. Lo peor, lo más caro, será insistir en cada uno de los modelos que han adoptado los gobiernos del PRI y del PAN, cuyas consecuencias se sienten con mayor peso cada día.

Por eso también, hoy más que nunca, las líneas trazadas por los gobiernos del Distrito Federal sirven para cuando menos paliar un tanto las desgracias económicas y sociales a las que se enfrentan las familias mexicanas.

Ni es casual, y a estas fechas tampoco electorero, que el gobierno de Marcelo Ebrard haya sacado las reservas de huevos de la Central de Abasto, para ponerlos a disposición de la gente de menos recursos, sobre todo cuando se sabe, o cuando menos lo sabe Marcelo, que el huevo es uno de los alimentos principales en la dieta nacional. No puede haber críticas, pero seguramente tampoco habrá difusión para un hecho que pone de manifiesto las diferencias entre quienes no entienden de las necesidades de la gente y quienes se preocupan por evitar la catástrofe social, que parece inevitable.

Y no sólo es esa tarea, la de aliviar la situación de emergencia de muchas familias, cuando menos en la ciudad de México. En los 60 comedores públicos distribuidos por todo el Distrito Federal en zonas de alta marginación –en la ciudad hay cerca de 300– se iniciaron labores para ofrecer mejores alimentos gratuitos a quienes lo necesitan.

No lo dijo el jefe de Gobierno, tal vez para no causar mayor alarma de la que los hechos, por sí solos, hablan, pero se vive, si tenemos que juzgar por esos mismos hechos, una situación de emergencia, se quiera o no. Precios altos y desabasto, además de todo lo demás, son parte de la herencia que nos deja esa forma de gobierno. Pero el remedio está pronto, seguramente habrá una forma para hacer que alguien, al final del sexenio, se convierta en uno de los nuevos ricos, que son, también, parte de la herencia.

Así que los que no miran por los problema del país pueden estar tranquilos. No pasa nada, en lo demás hay intranquilidad y desesperanza porque los caminos del mal se extienden sin remedio, y si no, nada más hay que esperar las decisiones de los jueces de la elección, y verán.

De pasadita

Cuidado con lo que pasa en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Allí, dicen quienes laboran o estudian en esa institución, se ha cometido un fraude en la elección de quienes deben cuidar el trabajo de esa casa de estudios, y no sería sano para el gobierno de la ciudad que una cosa de esas sucediera cuando de limpieza y honestidad se quieren dar lecciones a los que no entienden del cambio necesario.

La presencia de la rectora Esther Orozco se ha convertido en un mal no necesario para el gobierno de la ciudad. Su permanencia en la institución más que una ayuda es un verdadero lastre, y un dolor de cabeza para Marcelo Ebrard, que por ninguna razón debe dejar herencias malditas a la administración que viene.

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