Raymundo Riva Palacio
Desde el viernes pasado llegaron a México miembros de varias agencias de inteligencia de Estados Unidos para participar en la investigación del ataque a dos agentes de la CIA el viernes pasado en la zona de Tres Marías. Desde el momento en que sucedió, la Embajada de Estados Unidos entró en frenesí y se decretó una alerta roja a todo el personal norteamericano en territorio mexicano, porque no tenían claro qué es lo que había pasado.
Esa noche la Embajada emitió un comunicado donde aseguró que el vehículo diplomático en el que viajaban había sido “emboscado”, sin dar mayores detalles. En medio de su incertidumbre, de lo único que tenían certeza es que se había tratado de un atentado premeditado.
La información que manejan algunos funcionarios estadounidenses es alarmante. Fuentes con acceso a ellos afirman que los asesores fueron atacados cuando regresaban a su base. Lo que han reconstruido es que la agresión comenzó en el camino de terracería hacia la instalación, cuando una camioneta se les emparejó, los identificó visualmente y empezó a dispararles. El vehículo de la Embajada maniobró y regresó a la carretera federal a Cuernavaca, donde otros automóviles se sumaron al ataque.
El parte de la Policía Federal habla de cuatro vehículos con los que se topó cuando les hizo el alto, que al hacer caso omiso de él, los siguió hasta que llegaron a la carretera. Ahí, según el parte, siguieron al vehículo diplomático mientras que los otros tres tomaron con rumbo de la ciudad de México y desaparecieron.
El ataque es uno de los más graves en reciente memoria a estadounidenses en un país donde no están en guerra. Los agentes son parte de un grupo de asesores que en coordinación con la DEA, la CIA y el Comando Norte, capacitan a las fuerzas especiales de la Armada mexicana en 55 bases secretas en México. Una de ellas es la del Cerro del Capulín, en el municipio morelense de Xalatlaco, donde los entrenan en instalación de radares –en otras dan cursos contra guerrilla, narcotraficantes y terroristas-.
Funcionarios de ese país sostienen que los agentes federales estaban en un retén y cuando se aproximaba el vehículo diplomático, les dispararon e hirieron a los agentes. El parte policial, sin embargo, asegura que los agentes fueron quienes los trasladaron al hospital para ser atendidos, lo que no explica que si eran parte de los agresores, porqué no los remataron.
Esta es una de las incógnitas del incidente que despierta tanta preocupación entre los estadounidenses, que no saben quién filtró la información del vehículo donde iban los agentes, a qué horas regresarían a la base y, un dato no menor, quién reveló la ubicación de una de las instalaciones secretas que tienen en México.
El tema de la filtración los tiene paralizados, pues no se si provino de las fuerzas de seguridad mexicanas o de las estadounidenses. La PGR investiga si hay indicios del crimen organizado en el atentado, como temen los estadounidenses.
De ser así, sería la primera vez desde que Rafael Caro Quintero, uno de los jefes del Cártel de Guadalajara, ordenó el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, a mediados de los 80s. Osiel Cárdenas, jefe del Cártel del Golfo, estuvo a punto de matar a un agente de la DEA y uno del FBI hace una década, pero el temor de una represalia como en el caso de Caro Quintero, lo inhibió.
Funcionarios estadounidenses sugieren que el autor material es uno de los capos de la droga, no necesariamente un cártel, pero no ven cómo podría desafiarlos sabiendo la magnitud de la represalia, si no tuviera otro tipo de ayuda superior. Por eso la alarma. ¿Quién podría estar detrás del atentado? ¿Cuál es el grado de infiltración que existe en este tipo de operaciones? Sin respuestas aún, las consecuencias son incalculables.
En el corto plazo, la paralización de sus actividades contra los narcotraficantes en territorio mexicano. En el largo, expuesta la vulnerabilidad de las operaciones en México, quién decidió declarar una guerra tan temeraria, a Estados Unidos.
Desde el viernes pasado llegaron a México miembros de varias agencias de inteligencia de Estados Unidos para participar en la investigación del ataque a dos agentes de la CIA el viernes pasado en la zona de Tres Marías. Desde el momento en que sucedió, la Embajada de Estados Unidos entró en frenesí y se decretó una alerta roja a todo el personal norteamericano en territorio mexicano, porque no tenían claro qué es lo que había pasado.
Esa noche la Embajada emitió un comunicado donde aseguró que el vehículo diplomático en el que viajaban había sido “emboscado”, sin dar mayores detalles. En medio de su incertidumbre, de lo único que tenían certeza es que se había tratado de un atentado premeditado.
La información que manejan algunos funcionarios estadounidenses es alarmante. Fuentes con acceso a ellos afirman que los asesores fueron atacados cuando regresaban a su base. Lo que han reconstruido es que la agresión comenzó en el camino de terracería hacia la instalación, cuando una camioneta se les emparejó, los identificó visualmente y empezó a dispararles. El vehículo de la Embajada maniobró y regresó a la carretera federal a Cuernavaca, donde otros automóviles se sumaron al ataque.
El parte de la Policía Federal habla de cuatro vehículos con los que se topó cuando les hizo el alto, que al hacer caso omiso de él, los siguió hasta que llegaron a la carretera. Ahí, según el parte, siguieron al vehículo diplomático mientras que los otros tres tomaron con rumbo de la ciudad de México y desaparecieron.
El ataque es uno de los más graves en reciente memoria a estadounidenses en un país donde no están en guerra. Los agentes son parte de un grupo de asesores que en coordinación con la DEA, la CIA y el Comando Norte, capacitan a las fuerzas especiales de la Armada mexicana en 55 bases secretas en México. Una de ellas es la del Cerro del Capulín, en el municipio morelense de Xalatlaco, donde los entrenan en instalación de radares –en otras dan cursos contra guerrilla, narcotraficantes y terroristas-.
Funcionarios de ese país sostienen que los agentes federales estaban en un retén y cuando se aproximaba el vehículo diplomático, les dispararon e hirieron a los agentes. El parte policial, sin embargo, asegura que los agentes fueron quienes los trasladaron al hospital para ser atendidos, lo que no explica que si eran parte de los agresores, porqué no los remataron.
Esta es una de las incógnitas del incidente que despierta tanta preocupación entre los estadounidenses, que no saben quién filtró la información del vehículo donde iban los agentes, a qué horas regresarían a la base y, un dato no menor, quién reveló la ubicación de una de las instalaciones secretas que tienen en México.
El tema de la filtración los tiene paralizados, pues no se si provino de las fuerzas de seguridad mexicanas o de las estadounidenses. La PGR investiga si hay indicios del crimen organizado en el atentado, como temen los estadounidenses.
De ser así, sería la primera vez desde que Rafael Caro Quintero, uno de los jefes del Cártel de Guadalajara, ordenó el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, a mediados de los 80s. Osiel Cárdenas, jefe del Cártel del Golfo, estuvo a punto de matar a un agente de la DEA y uno del FBI hace una década, pero el temor de una represalia como en el caso de Caro Quintero, lo inhibió.
Funcionarios estadounidenses sugieren que el autor material es uno de los capos de la droga, no necesariamente un cártel, pero no ven cómo podría desafiarlos sabiendo la magnitud de la represalia, si no tuviera otro tipo de ayuda superior. Por eso la alarma. ¿Quién podría estar detrás del atentado? ¿Cuál es el grado de infiltración que existe en este tipo de operaciones? Sin respuestas aún, las consecuencias son incalculables.
En el corto plazo, la paralización de sus actividades contra los narcotraficantes en territorio mexicano. En el largo, expuesta la vulnerabilidad de las operaciones en México, quién decidió declarar una guerra tan temeraria, a Estados Unidos.
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