Salvador García Soto
Los finales de sexenios siempre fueron etapas marcadas por la incertidumbre en la historia reciente de México. Que si se espera una nueva devaluación, que si los “saca dólares” nos volverán a saquear, que si viene una nueva crisis y el próximo presidente recibirá un país en quiebra; casi siempre los temores fueron económicos y en muchas de las veces resultaron fundados y nos dejaron arranques de sexenio traumáticos y dolorosos para la economía de las familias.
Pero hoy el fin de sexenio de Felipe Calderón es diferente. Por más que le disguste al mandatario esa palabra, sí es “diferente”, porque quizás ahora no haya en el ambiente incertidumbre económica ni financiera y nadie esté pensando o temiendo que el cambio de gobierno nos traiga una crisis económica; pero lo que sí estamos viviendo los mexicanos es un fin de sexenio de horror, con una violencia que se replica en varios estados y que nos deja un muy mal sabor de boca: ¿de que sirvieron entonces seis años de muertes, violencia y un gasto multimillonario en la tan publicitada “guerra contra el crimen organizado”?
El sexenio de Calderón terminará en ese sentido como comenzó: un Michoacán, su tierra, incendiado en algunas de sus regiones por un narco -llámese Familia Michoacana o Templarios- que a pesar de los golpes y la propaganda oficial sobre su desmantelamiento sigue tan armado y articulado que fue capaz de secuestrar e incendiar más de 20 camiones de la Policía Federal en la última escalada de violencia en Apatzingán.
Un Tamaulipas que sigue siendo tierra del narco; con la diferencia -otra vez “diferente”- de que antes mandaban un solo grupo, el del Golfo y aunque tenía corrompidos a gobernadores, empresarios y partidos, había relativa tranquilidad en el estado, mientras que hoy el territorio tamaulipeco es escenario desde hace años de una cruenta guerra entre el Cártel del Golfo y Los Zetas que el gobierno no puede parar y que convulsiona lo mismo al norte del estado con sus coches bomba y su balaceras en Reynosa, Victoria o Nuevo Laredo, que el sur con un sospechoso estallido en la Refinería de Ciudad Madero que desató “alerta roja” federal en instalaciones estratégicas.
También Calderón se irá y nos dejará estados que en su sexenio sufrieron una brutal descomposición y que, por más operativos federales, tropas del Ejército y demás acciones de la guerra calderonista, llegan al fin de sexenio en el descontrol de la violencia. El caso más gráfico es Nuevo León y su zona metropolitana de Monterrey donde Los Zetas siguen sembrando el terror desde hace años y no hay poder federal que se los impida. Del otrora tranquilo Zacatecas, llamado sarcásticamente “el estado Z”, que ahora exporta su inseguridad y violencia a San Luis Potosí, igual que Michoacán contagia de muertes y problemas a Guanajuato.
El gobierno dirá, así lo repite Genaro García Luna, que cada caso tiene su “propia dinámica” y que son “enfrentamientos y ajustes de cuentas entre las bandas y cárteles rivales”, pero la pregunta es qué ha hecho entonces el Estado que en seis años, con el gasto más grande en seguridad y armamento en la historia del país, no pudo controlar esos enfrentamientos y evitar que, en sus disputas territoriales, los cárteles arrastraran a la población civil y le robaran la tranquilidad y la vida a millones de mexicanos.
Ese es el fin de sexenio que estamos viviendo. Tal vez no haya en el horizonte amenazas de crisis ni turbulencias financieras, lo cual se agradece y se reconoce; pero la incertidumbre que viven ahora muchos mexicanos no es menos grave. Y a veces mata.
NOTAS INDISCRETAS… El duro revés para Marcelo Ebrard, que no logró colocar ninguno de sus prospectos en las coordinaciones parlamentarias, apenas se atenuó con la mayoría perredista en la ALDF que beneficiará a Miguel Ángel Mancera. Sin embargo, para Ebrard y su anunciado proyecto 2018 no son buenas noticias confirmar que, por más que afuera muchos lo ven como “el nuevo líder de la izquierda”, adentro las tribus no le tienen el más mínimo respeto. Y así cualquier aspiración futura se le va a complicar. Hoy responde Marcelo desde Acapulco… Se lanzan los dados. Apostamos por Escalera.
Los finales de sexenios siempre fueron etapas marcadas por la incertidumbre en la historia reciente de México. Que si se espera una nueva devaluación, que si los “saca dólares” nos volverán a saquear, que si viene una nueva crisis y el próximo presidente recibirá un país en quiebra; casi siempre los temores fueron económicos y en muchas de las veces resultaron fundados y nos dejaron arranques de sexenio traumáticos y dolorosos para la economía de las familias.
Pero hoy el fin de sexenio de Felipe Calderón es diferente. Por más que le disguste al mandatario esa palabra, sí es “diferente”, porque quizás ahora no haya en el ambiente incertidumbre económica ni financiera y nadie esté pensando o temiendo que el cambio de gobierno nos traiga una crisis económica; pero lo que sí estamos viviendo los mexicanos es un fin de sexenio de horror, con una violencia que se replica en varios estados y que nos deja un muy mal sabor de boca: ¿de que sirvieron entonces seis años de muertes, violencia y un gasto multimillonario en la tan publicitada “guerra contra el crimen organizado”?
El sexenio de Calderón terminará en ese sentido como comenzó: un Michoacán, su tierra, incendiado en algunas de sus regiones por un narco -llámese Familia Michoacana o Templarios- que a pesar de los golpes y la propaganda oficial sobre su desmantelamiento sigue tan armado y articulado que fue capaz de secuestrar e incendiar más de 20 camiones de la Policía Federal en la última escalada de violencia en Apatzingán.
Un Tamaulipas que sigue siendo tierra del narco; con la diferencia -otra vez “diferente”- de que antes mandaban un solo grupo, el del Golfo y aunque tenía corrompidos a gobernadores, empresarios y partidos, había relativa tranquilidad en el estado, mientras que hoy el territorio tamaulipeco es escenario desde hace años de una cruenta guerra entre el Cártel del Golfo y Los Zetas que el gobierno no puede parar y que convulsiona lo mismo al norte del estado con sus coches bomba y su balaceras en Reynosa, Victoria o Nuevo Laredo, que el sur con un sospechoso estallido en la Refinería de Ciudad Madero que desató “alerta roja” federal en instalaciones estratégicas.
También Calderón se irá y nos dejará estados que en su sexenio sufrieron una brutal descomposición y que, por más operativos federales, tropas del Ejército y demás acciones de la guerra calderonista, llegan al fin de sexenio en el descontrol de la violencia. El caso más gráfico es Nuevo León y su zona metropolitana de Monterrey donde Los Zetas siguen sembrando el terror desde hace años y no hay poder federal que se los impida. Del otrora tranquilo Zacatecas, llamado sarcásticamente “el estado Z”, que ahora exporta su inseguridad y violencia a San Luis Potosí, igual que Michoacán contagia de muertes y problemas a Guanajuato.
El gobierno dirá, así lo repite Genaro García Luna, que cada caso tiene su “propia dinámica” y que son “enfrentamientos y ajustes de cuentas entre las bandas y cárteles rivales”, pero la pregunta es qué ha hecho entonces el Estado que en seis años, con el gasto más grande en seguridad y armamento en la historia del país, no pudo controlar esos enfrentamientos y evitar que, en sus disputas territoriales, los cárteles arrastraran a la población civil y le robaran la tranquilidad y la vida a millones de mexicanos.
Ese es el fin de sexenio que estamos viviendo. Tal vez no haya en el horizonte amenazas de crisis ni turbulencias financieras, lo cual se agradece y se reconoce; pero la incertidumbre que viven ahora muchos mexicanos no es menos grave. Y a veces mata.
NOTAS INDISCRETAS… El duro revés para Marcelo Ebrard, que no logró colocar ninguno de sus prospectos en las coordinaciones parlamentarias, apenas se atenuó con la mayoría perredista en la ALDF que beneficiará a Miguel Ángel Mancera. Sin embargo, para Ebrard y su anunciado proyecto 2018 no son buenas noticias confirmar que, por más que afuera muchos lo ven como “el nuevo líder de la izquierda”, adentro las tribus no le tienen el más mínimo respeto. Y así cualquier aspiración futura se le va a complicar. Hoy responde Marcelo desde Acapulco… Se lanzan los dados. Apostamos por Escalera.
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