Álvaro Cepeda Neri
No escapa ningún mexicano a la ola de violencia sangrienta que protagonizan la delincuencia organizada, desafiantemente canalla, y las Fuerzas Armadas y policiacas de la estrategia de Calderón, avalada por una fracción de la elite de generales del Ejército Mexicano (otros están arrestados por presunta complicidad con el narcotráfico y otros en la mira del ajuste de cuentas entre ellos por la disputa del poder ante quien resulte, con o sin ilegalidades, nuevo presidente de la República).
Todos los días la información reporta homicidios. ¡Hay secuestros llevados a cabo hasta por una jueza!, como es el caso de Luz María Guerrero Delgado de Leija, quien ordenó la detención de la reportera Sanjuana Martínez; hay mexicanos desplazados buscando asilo, y los que nos quedamos sobrevivimos en la angustia, el enojo y la rabia desesperada que nos pone en alerta para defender nuestra vida y, mientras, nos enteramos de los más de 100 mil muertos (tal vez son muchos más por los enterrados clandestinamente).
Entre ellos se cuentan a los periodistas y sus periódicos como víctimas de todos los delitos y abusos de funcionarios, de presidentes municipales, desgobernadores y autoridades federales; también de las pandillas de sicarios del narcotráfico, de los taladores y de asaltantes que se aprovechan del río revuelto del anarquismo que priva por todo el territorio, en un contexto de violencia policiaca-militar (la corrupción como protagonista en muchas de éstas) y la retadora y bárbara acción matona de las delincuencias. Calderón y sus generales, organizadores de esta guerra intestina, cargarán con su parte, donde niños, mujeres, ancianos y jóvenes sufren las embestidas a muerte de unos y otros, siendo víctimas que nada tienen que ver en esa endemoniada violencia donde no paramos de contar los muertos… ¡Y Calderón muerto de risa porque reducirán la sal en los productos de harina o haciéndose el chistoso de que le pone “cerca” a la gripe aviar!
Si el foxismo fue una tragedia por sus consecuencias, el calderonismo ha resultado un completo desastre, porque sus políticas públicas arrasaron con quienes dependen de su trabajo, sobreviven en el desempleo y se mueren de necesidades, ya que Calderón administró para los poderosos, se alió con los Azcárraga y Salinas Pliego, y con ellos, nadando de a muertito en la corrupción, desmanteló empresas públicas, dejó que muriera Mexicana de Aviación, etcétera. Sus funcionarios y aliados-amigos en las dependencias despreciaron a la prensa que ejerce la crítica con base en la información verídica y ordenó negarle publicidad oficial.
Y lo más grave es que durante cinco años permitió que la violencia delincuencial cumpliera sus amenazas contra los periodistas y particularmente los reporteros. Nadie más es responsable de la guerra interna que Calderón, el mismo que se uniforma de general de cinco estrellas para ejercerla de jefe de Estado, jefe de gobierno, jefe de las Fuerzas Armadas, jefe de los empresarios, jefe de los banqueros… Pero enemigo del pueblo, al que ha dejado al garete.
Los periodistas (y el pueblo todo) son asesinados, encarcelados, secuestrados; con pistolas apuntando a sus cabezas les prohíben informar, ametrallan edificios de los editores y Calderón, que debería dar máxima seguridad federal, se contenta con los reportes de homicidios.
Los diarios El Norte y El Mañana, por enésima ocasión han sido ametrallados con el mensaje de que no se ocupen de la violencia sangrienta ocasionada por los narcotraficantes, misma que el calderonismo lleva más de cinco años asegurando se ha contenido cuando es una mentira. Y el Poder Judicial de Nuevo León permitió que una abusiva jueza, porque fue objeto de información sobre su corrupción, haya detenido arbitrariamente a la reportera de La Jornada Sanjuana Martínez. Hay un relajamiento constitucional, pues funcionarios de todo nivel no acatan el imperio de la legalidad. Y ninguno de ellos garantiza la mínima seguridad, dejando que los transgresores impongan su ley selvática. La anarquía y el caos reinan por todo el gobierno mínimo y fallido que ha desempeñado Calderón, aún titular del Poder Ejecutivo federal, dejando a un país al borde de una crisis general donde la sociedad, individual y colectivamente, está harta del desgobierno.
La detención de la reportera de La Jornada, y lo sucedido a los diarios El Norte y El Mañana son más ejemplos de los hechos de violencia sangrienta y abusos del poder público, donde funcionarios y delincuencias son la pinza contra todos los mexicanos, incluyendo periodistas, medios de comunicación y esas vidas comprometidas con el trabajo de informar, criticar y ejercer el contrapoder de todos los que se ostentan como dueños de la “verdad” económica, política, religiosa y hasta cultural.
No escapa ningún mexicano a la ola de violencia sangrienta que protagonizan la delincuencia organizada, desafiantemente canalla, y las Fuerzas Armadas y policiacas de la estrategia de Calderón, avalada por una fracción de la elite de generales del Ejército Mexicano (otros están arrestados por presunta complicidad con el narcotráfico y otros en la mira del ajuste de cuentas entre ellos por la disputa del poder ante quien resulte, con o sin ilegalidades, nuevo presidente de la República).
Todos los días la información reporta homicidios. ¡Hay secuestros llevados a cabo hasta por una jueza!, como es el caso de Luz María Guerrero Delgado de Leija, quien ordenó la detención de la reportera Sanjuana Martínez; hay mexicanos desplazados buscando asilo, y los que nos quedamos sobrevivimos en la angustia, el enojo y la rabia desesperada que nos pone en alerta para defender nuestra vida y, mientras, nos enteramos de los más de 100 mil muertos (tal vez son muchos más por los enterrados clandestinamente).
Entre ellos se cuentan a los periodistas y sus periódicos como víctimas de todos los delitos y abusos de funcionarios, de presidentes municipales, desgobernadores y autoridades federales; también de las pandillas de sicarios del narcotráfico, de los taladores y de asaltantes que se aprovechan del río revuelto del anarquismo que priva por todo el territorio, en un contexto de violencia policiaca-militar (la corrupción como protagonista en muchas de éstas) y la retadora y bárbara acción matona de las delincuencias. Calderón y sus generales, organizadores de esta guerra intestina, cargarán con su parte, donde niños, mujeres, ancianos y jóvenes sufren las embestidas a muerte de unos y otros, siendo víctimas que nada tienen que ver en esa endemoniada violencia donde no paramos de contar los muertos… ¡Y Calderón muerto de risa porque reducirán la sal en los productos de harina o haciéndose el chistoso de que le pone “cerca” a la gripe aviar!
Si el foxismo fue una tragedia por sus consecuencias, el calderonismo ha resultado un completo desastre, porque sus políticas públicas arrasaron con quienes dependen de su trabajo, sobreviven en el desempleo y se mueren de necesidades, ya que Calderón administró para los poderosos, se alió con los Azcárraga y Salinas Pliego, y con ellos, nadando de a muertito en la corrupción, desmanteló empresas públicas, dejó que muriera Mexicana de Aviación, etcétera. Sus funcionarios y aliados-amigos en las dependencias despreciaron a la prensa que ejerce la crítica con base en la información verídica y ordenó negarle publicidad oficial.
Y lo más grave es que durante cinco años permitió que la violencia delincuencial cumpliera sus amenazas contra los periodistas y particularmente los reporteros. Nadie más es responsable de la guerra interna que Calderón, el mismo que se uniforma de general de cinco estrellas para ejercerla de jefe de Estado, jefe de gobierno, jefe de las Fuerzas Armadas, jefe de los empresarios, jefe de los banqueros… Pero enemigo del pueblo, al que ha dejado al garete.
Los periodistas (y el pueblo todo) son asesinados, encarcelados, secuestrados; con pistolas apuntando a sus cabezas les prohíben informar, ametrallan edificios de los editores y Calderón, que debería dar máxima seguridad federal, se contenta con los reportes de homicidios.
Los diarios El Norte y El Mañana, por enésima ocasión han sido ametrallados con el mensaje de que no se ocupen de la violencia sangrienta ocasionada por los narcotraficantes, misma que el calderonismo lleva más de cinco años asegurando se ha contenido cuando es una mentira. Y el Poder Judicial de Nuevo León permitió que una abusiva jueza, porque fue objeto de información sobre su corrupción, haya detenido arbitrariamente a la reportera de La Jornada Sanjuana Martínez. Hay un relajamiento constitucional, pues funcionarios de todo nivel no acatan el imperio de la legalidad. Y ninguno de ellos garantiza la mínima seguridad, dejando que los transgresores impongan su ley selvática. La anarquía y el caos reinan por todo el gobierno mínimo y fallido que ha desempeñado Calderón, aún titular del Poder Ejecutivo federal, dejando a un país al borde de una crisis general donde la sociedad, individual y colectivamente, está harta del desgobierno.
La detención de la reportera de La Jornada, y lo sucedido a los diarios El Norte y El Mañana son más ejemplos de los hechos de violencia sangrienta y abusos del poder público, donde funcionarios y delincuencias son la pinza contra todos los mexicanos, incluyendo periodistas, medios de comunicación y esas vidas comprometidas con el trabajo de informar, criticar y ejercer el contrapoder de todos los que se ostentan como dueños de la “verdad” económica, política, religiosa y hasta cultural.
Comentarios