Apro
El poeta Javier Sicilia sostuvo un ríspido encuentro de más de una hora con el sheriff Joe Arpaio, a quien le recriminó por su abierto racismo y por maltratar a los migrantes, a quienes, por cierto, humilla vistiéndolos de color rosa.
En medio de la discusión, en la que no hubo acuerdos, el alguacil del condado de Maricopa dijo que era mejor vestirlos así, por razones de seguridad, que maltratarlos, como ocurre en México.
Arpaio es conocido entre las organizaciones sociales latinas como un personaje racista por las expresiones que ha hecho contra mexicanos y centroamericanos, a quienes incluso califica de “mugrosos”.
Sentados en las oficinas del sheriff, Sicilia y Arpaio se enfrascaron en una larga discusión sobre los derechos humanos, las drogas y la venta de armas.
El alguacil aceptó el encuentro en sus oficinas; incluso, llamó a la prensa de la localidad para cubrir el evento.
Vestido de café, camisa crema y corbata oscura, Arpaio saludó al grupo, en su mayoría mexicanos, y dijo que le gustaba reunirse con cualquier tipo de personas con las que se puede hablar, y no con los que le gritan en la calle.
En la sala de conferencias de su oficina, a la que se accede por una puerta de alta seguridad, Arpaio escuchó el mensaje que leyó Sicilia en nombre de la Caravana:
“No venimos en son de guerra sino de paz, a decirles que tienen el 50% por ciento de la responsabilidad de la guerra que hay en México”, acusó el poeta.
Luego de escuchar la larga presentación de Arpaio –con 20 años como alguacil, profesor en México sobre seguridad y agente de la Agencia Antidrogas estadunidense (DEA) en varios estados fronterizos–, Sicilia soltó: “Le pregunto si tratar a los migrantes como perros es una política correcta”.
El cuestionamiento sorprendió al alguacil, quien devolvió: “Yo no administro las cárceles”.
Arpaio busca la reelección como alguacil y en varias calles de la ciudad hay carteles de apoyo a sus aspiraciones.
Sobre el tema de las drogas, el mando policiaco de la ciudad dijo que es un tema internacional, aunque achacó a los países productores la responsabilidad del tráfico ilegal.
En respuesta, Sicilia aclaró: “Mi gobierno es corrupto y le impusieron una guerra contra las drogas, no es un asunto de seguridad nacional, ustedes quieren evitar el consumo, pero tienen una responsabilidad con 23 millones de adictos.
“Las armas de exterminio –prosiguió el poeta– humillan la Segunda Enmienda y el Estado está criminalizando a la gente”.
Arpaio dijo que no le gustaba opinar de los gobiernos de otros países y que, como alguacil electo por cuatro millones de personas, lo único que hacía era cumplir con la ley.
En varios momentos, el poeta hizo alusión el catolicismo de Arpaio, para saber cómo es que interpreta la Biblia y a la vez discrimina a los migrantes.
“Yo no mezclo la religión con la política. Soy católico, pero ello no tiene nada que ver con la inmigración o con la ley”, contestó el sheriff en tono altisonante.
En algún momento del encuentro, Arpaio se molestó con la intérprete que viaja con la caravana y aprovechó para decir que nadie le puede ordenar cómo hablar.
La traductora dejó su lugar a otra compañera y, sin hacer pausas, el alguacil arremetió sin detenerse: “No discuto estos problemas sociales. Entiendo lo que pasa en México, toda la corrupción, los 50 mil muertos, pero usted debe quejarse en México.
“No sabía a qué venían, pensé que hablarían de migración, pero qué bueno que quieran hablar de drogas”.
Al final, Sicilia lo invitó a México y le pidió tratar con más humanidad a los presos. “No vamos a cambiar su posición sobre los inmigrantes, pero podría tener condiciones más humanas y dignas, sería un gesto de humanidad que nos llevaríamos”.
Arpaio declinó la invitación, aduciendo que cuatro cárteles de la droga mexicanos han fijado unos cinco millones de dólares como precio a su cabeza.
Y, finalmente, exclamó: “¿Por qué les preocupa el color con que visto a los reos? No se preocupen por mis cárceles, sino por su país. Usted compare lo que hace mi gente y lo que se hace en México. ¿Cómo cerramos esta plática?, dígame algo lindo”.
Mitin en la cárcel
Antes del encuentro, la Caravana por la Paz realizó un acto de resistencia civil pacífica frente a la cárcel Estrella del condado Maricopa, donde Arpaio viste de rosa a los migrantes detenidos para denigrarlos.
Luego el poeta fue a buscar al alguacil a sus oficinas en el centro de la ciudad.
A las 10:30 horas, los integrantes de la Caravana por la Paz se apostaron en silencio frente a la cárcel mostrando sus pancartas, en las que se exigía respeto a los derechos de los migrantes.
Algunos vehículos que pasaban tripulados por latinos tocaron sus bocinas en señal de apoyo. Pero en otro auto conducido por dos hombres blancos, éstos gritaron en inglés: “¡Tu bandera no vale nada!”, refiriéndose al lábaro patrio que portan los caravaneros.
Frente a la oficina de Arpaio se encuentra colocado, encima de un tráiler, un tanque de guerra pintado de negro y con el lema: “Sheriff Arpaio’s War on Drugs”, junto con anuncios sobre no a las drogas, ni a las pandillas, el alcohol o el tabaco.
Al percatarse de la presencia de la caravana, un grupo de policías, armados y vestidos de verde, salieron a vigilar que los activistas no rebasaran la banqueta.
Ahí estuvieron blandiendo sus toletes hasta que el grupo de mexicanos abandonó la zona, dirigiéndose a Tucson, el siguiente punto de visita de la Caravana por la Paz.
El poeta Javier Sicilia sostuvo un ríspido encuentro de más de una hora con el sheriff Joe Arpaio, a quien le recriminó por su abierto racismo y por maltratar a los migrantes, a quienes, por cierto, humilla vistiéndolos de color rosa.
En medio de la discusión, en la que no hubo acuerdos, el alguacil del condado de Maricopa dijo que era mejor vestirlos así, por razones de seguridad, que maltratarlos, como ocurre en México.
Arpaio es conocido entre las organizaciones sociales latinas como un personaje racista por las expresiones que ha hecho contra mexicanos y centroamericanos, a quienes incluso califica de “mugrosos”.
Sentados en las oficinas del sheriff, Sicilia y Arpaio se enfrascaron en una larga discusión sobre los derechos humanos, las drogas y la venta de armas.
El alguacil aceptó el encuentro en sus oficinas; incluso, llamó a la prensa de la localidad para cubrir el evento.
Vestido de café, camisa crema y corbata oscura, Arpaio saludó al grupo, en su mayoría mexicanos, y dijo que le gustaba reunirse con cualquier tipo de personas con las que se puede hablar, y no con los que le gritan en la calle.
En la sala de conferencias de su oficina, a la que se accede por una puerta de alta seguridad, Arpaio escuchó el mensaje que leyó Sicilia en nombre de la Caravana:
“No venimos en son de guerra sino de paz, a decirles que tienen el 50% por ciento de la responsabilidad de la guerra que hay en México”, acusó el poeta.
Luego de escuchar la larga presentación de Arpaio –con 20 años como alguacil, profesor en México sobre seguridad y agente de la Agencia Antidrogas estadunidense (DEA) en varios estados fronterizos–, Sicilia soltó: “Le pregunto si tratar a los migrantes como perros es una política correcta”.
El cuestionamiento sorprendió al alguacil, quien devolvió: “Yo no administro las cárceles”.
Arpaio busca la reelección como alguacil y en varias calles de la ciudad hay carteles de apoyo a sus aspiraciones.
Sobre el tema de las drogas, el mando policiaco de la ciudad dijo que es un tema internacional, aunque achacó a los países productores la responsabilidad del tráfico ilegal.
En respuesta, Sicilia aclaró: “Mi gobierno es corrupto y le impusieron una guerra contra las drogas, no es un asunto de seguridad nacional, ustedes quieren evitar el consumo, pero tienen una responsabilidad con 23 millones de adictos.
“Las armas de exterminio –prosiguió el poeta– humillan la Segunda Enmienda y el Estado está criminalizando a la gente”.
Arpaio dijo que no le gustaba opinar de los gobiernos de otros países y que, como alguacil electo por cuatro millones de personas, lo único que hacía era cumplir con la ley.
En varios momentos, el poeta hizo alusión el catolicismo de Arpaio, para saber cómo es que interpreta la Biblia y a la vez discrimina a los migrantes.
“Yo no mezclo la religión con la política. Soy católico, pero ello no tiene nada que ver con la inmigración o con la ley”, contestó el sheriff en tono altisonante.
En algún momento del encuentro, Arpaio se molestó con la intérprete que viaja con la caravana y aprovechó para decir que nadie le puede ordenar cómo hablar.
La traductora dejó su lugar a otra compañera y, sin hacer pausas, el alguacil arremetió sin detenerse: “No discuto estos problemas sociales. Entiendo lo que pasa en México, toda la corrupción, los 50 mil muertos, pero usted debe quejarse en México.
“No sabía a qué venían, pensé que hablarían de migración, pero qué bueno que quieran hablar de drogas”.
Al final, Sicilia lo invitó a México y le pidió tratar con más humanidad a los presos. “No vamos a cambiar su posición sobre los inmigrantes, pero podría tener condiciones más humanas y dignas, sería un gesto de humanidad que nos llevaríamos”.
Arpaio declinó la invitación, aduciendo que cuatro cárteles de la droga mexicanos han fijado unos cinco millones de dólares como precio a su cabeza.
Y, finalmente, exclamó: “¿Por qué les preocupa el color con que visto a los reos? No se preocupen por mis cárceles, sino por su país. Usted compare lo que hace mi gente y lo que se hace en México. ¿Cómo cerramos esta plática?, dígame algo lindo”.
Mitin en la cárcel
Antes del encuentro, la Caravana por la Paz realizó un acto de resistencia civil pacífica frente a la cárcel Estrella del condado Maricopa, donde Arpaio viste de rosa a los migrantes detenidos para denigrarlos.
Luego el poeta fue a buscar al alguacil a sus oficinas en el centro de la ciudad.
A las 10:30 horas, los integrantes de la Caravana por la Paz se apostaron en silencio frente a la cárcel mostrando sus pancartas, en las que se exigía respeto a los derechos de los migrantes.
Algunos vehículos que pasaban tripulados por latinos tocaron sus bocinas en señal de apoyo. Pero en otro auto conducido por dos hombres blancos, éstos gritaron en inglés: “¡Tu bandera no vale nada!”, refiriéndose al lábaro patrio que portan los caravaneros.
Frente a la oficina de Arpaio se encuentra colocado, encima de un tráiler, un tanque de guerra pintado de negro y con el lema: “Sheriff Arpaio’s War on Drugs”, junto con anuncios sobre no a las drogas, ni a las pandillas, el alcohol o el tabaco.
Al percatarse de la presencia de la caravana, un grupo de policías, armados y vestidos de verde, salieron a vigilar que los activistas no rebasaran la banqueta.
Ahí estuvieron blandiendo sus toletes hasta que el grupo de mexicanos abandonó la zona, dirigiéndose a Tucson, el siguiente punto de visita de la Caravana por la Paz.
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