Peña Nieto y sus inversionistas

Epigmenio Ibarra

Ya sucedió en Brasil. Salió la tv a comprar la Presidencia y lo logró. Collor de Mello, una de las más destacadas figuras de pantalla, se sentó en la silla.

Muy caro pagaron los brasileños ese voto irracional por la galanura de un candidato. Muy caro pagaron haber dejado que la tv moviera su mano a la hora de cruzar la boleta.

El mandato de Collor, interrumpido por la justicia, fue un desastre. La corrupción y el escándalo lo marcaron. Años perdió el país en esa aventura.

A eso mismo, al parecer, nos enfrentamos hoy en México.

Sin ser parte del elenco de la tv privada, Enrique Peña Nieto lo parece. Todo en él, salvo su pasado ligado a Arturo Montiel y al grupo Atlacomulco, es mediático.

Todo en él, salvo sus conexiones con los más oscuros sectores del PRI, se debe a la pantalla.

Años le ha costado a él y la tv construir su imagen.

Miles de millones de pesos hemos pagado los contribuyentes, desde que ascendió a la gubernatura, para perfilarlo a la candidatura y luego catapultarlo a la Presidencia.

Con todo y lo que de nuestros impuestos hemos gastado en su imagen hay otros, los verdaderos y grandes inversionistas, a los que Peña Nieto ha de responder en el caso de que se siente en la silla.

Conciben los priistas desde siempre la Presidencia como un negocio y como tal más que electores buscan socios.

Más todavía los miembros del grupo Atlacomulco, todos ellos seguidores de la máxima del profesor Hank González: “Un político pobre es un pobre político”.

Hace décadas que los miembros de ese grupo, que han amasado gigantescas fortunas turnándose la gubernatura del Estado de México, aspiran a conquistar la Presidencia.

Por ser hijo de extranjeros, Hank González, el patriarca, se quedó en la estacada. El “enriquecimiento inexplicable” de Arturo Montiel le cerró el paso a la candidatura presidencial.

Hoy su pupilo Peña Nieto, el que administró las finanzas en su sexenio y le extendió, pese a la abrumadora evidencia, un también “inexplicable” manto de impunidad, ya se siente en la silla.

El viejo sueño de uno de los grupos políticos más corruptos del país está, según ellos, a punto de cumplirse.

A punta de plata y spots es que querían conseguirlo. No salieron a competir por la Presidencia; salieron a comprarla. Se sentían seguros. Se equivocaron.

No les alcanzó el poder de la tv. No fueron suficientes ni el brutal dispendio publicitario ni las encuestas amañadas y el manejo cómplice, que de las mismas, hicieron algunos medios.

Alzaron la voz los jóvenes y la aplanadora mediática se vino abajo.

Habían excedido, por mucho, los límites legales de gasto de campaña, pero se sentían seguros de ganar y consideraron esa “infracción” un pecado menor.

Sentían tan aplastante y seguro su triunfo que pensaron que nadie cuestionaría ese escandaloso gasto por encima de lo que la ley permite.

Fue cuando dejaron de creerle a sus encuestas que, desesperados, decidieron recurrir, otra vez, a sus inversionistas.

Necesitaban asegurar el triunfo. No podían recurrir a los mecanismos tradicionales, aunque también los usaron.

Pidieron a sus socios, ahora convertidos en cómplices de una acción ilegal, miles de millones de pesos. Vendieron por anticipado el país para comprar, con esos recursos, millones de votos.

Otra vez apostaron a que la contundencia de su triunfo haría, de esta violación a lo que marca la Constitución, un incidente menor. De nuevo se equivocaron.

No hay crimen perfecto y menos todavía cuando el ladrón, en su desesperación, deja tantas huellas.

Demasiado dinero se vieron obligados a mover. Demasiada gente se vio implicada en las operaciones de lavado y transferencia de fondos. Por todos lados dejaron cabos sueltos.

Urgidos además de tanta plata la recibieron de quien la ofreció. A los inversionistas “legales” pueden haberse sumado muchos integrantes del crimen organizado.

Demasiado tarde se dieron cuenta de que ya la tv no lo es todo, ni es la de los opinadores en la pantalla, frente al micrófono o en las primeras planas de los diarios, la última palabra.

Otra cosa hubiera pasado sin las redes sociales. Estarían ya de fiesta Peña Nieto y sus inversionistas repartiéndose el botín y no, como están, respondiendo acusaciones y enfrentando un creciente descrédito internacional.

El “pecado menor” hoy comienza a crecer. La inequidad de la elección, a causa de la complicidad con la tv y algunos medios, se hace evidente.

Lo que el IFE no quiso ver hoy lo deja claro el monitoreo de la UNAM.

Por otro lado, de la compra de votos se pasa a la configuración de delitos del fuero federal.

Obligadas se ven las autoridades a investigar asociación delictuosa, evasión fiscal, lavado de dinero entre los más altos jerarcas del tricolor.

No solo la Presidencia se les puede escapar de las manos, también el registro del partido y para algunos, incluso, la libertad.

Puede que el tribunal cierre los ojos. Nosotros, los ciudadanos, no. Tampoco cerrarán los ojos los medios extranjeros.

Puede que Felipe Calderón y los suyos, como ya lo hizo Josefina, quieran eludir su deber y no investiguen los crímenes cometidos. Nada contendrá el descrédito; la avalancha de pruebas.

Le fallará Peña Nieto tanto al espejo —es decir a la pantalla— como a sus inversionistas. Nosotros no le fallaremos a México.

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