La plaza Garibaldi, elegida por la autoridades del CNCA y GDF estaba a reventar y tanto el fervor como el cariño por la encarnación de la Macorina se manifestaba en todas las esquinas.
Arturo Cruz Bárcenas
México, DF. A las siete de la noche arribó el cortejo fúnebre donde en una carroza que transitó por Eje Central eran transportados los restos mortales de la intérprete Chavela Vargas, fallecida el pasado domingo.
El pueblo ya llevaba una espera había de dos horas, porque previamente se habían informado que el tributo a la cantante comenzaría a las cinco de la tarde. El vox populi exclamaba: “¡Chavela es del pueblo, Chavela es del pueblo mexicano!”
Fue el paroxismo.
La plaza Garibaldi, elegida por la autoridades del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y del Gobierno del Distrito Federal (GDF) estaba a reventar y tanto el fervor como el cariño por la encarnación de la Macorina se manifestaba en todas las esquinas.
Por fin se colocó el ataúd en la esquina oriente detrás de la plaza donde se encuentra la estatua que honra al cantautor José Alfredo Jiménez, con quien Chavela se desveló en parranda eterna, tanto como lo pueden hacer dos almas que saben transmitir y motivar sentimientos.
Los controles de seguridad fueron insuficientes y la supuesta capilla ardiente fue invadida por decenas y decenas de fotógrafos. El pueblo, paciente hasta las siete de la noche, comenzó a protestar porque sus lugares habían sido ocupados.
Muchos de los asistentes llevaban más de dos horas de pie, en su mayoría gente de la tercera de edad, quienes en esa larga espera ya habían repasado los temas de Chavela, en un coro que se escuchaba más allá del Eje Central, dentro del mercado de San Camilito.
Gritos y más gritos. Comenzó el homenaje en la plaza de los charros, donde cada noche se beben tragos y se ahogan penas.
El mariachi de la Secretaría de Seguridad Pública atenuaba los gritos con Dios nunca muere, uno de los himnos oaxaqueños que frente al ataúd de Chavela adquiría otra dimensión.
Cerca del féretros se observaban más de 20 coronas, entre ellas se alcazaba a leer que provenían del GDF, de la Secretaría de Cultura capitalina, del Auditorio Nacional, de la embajada de España y de Christian y Miguel Alemán, entre otras.
También en un solo coro se escuchaban proclamas populares del pueblo como “¡Viva tu compadre, José Alfredo Jiménez!”, Ya está con su compadre José Alfredo”, “Se ve, se siente, Chavela está presente”.
Los fotógrafos de prensa obstruían la visibilidad al respetable, que ofendido gritaba: “¡Fuera prensa, fuera prensa”.
Los vernáculos se arrancaron con Amor eterno, del divo Juan Gabriel: “... que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca...”; fue entonces cuando las primeras lágrimas surgieron.
El cielo, encapotado, amenazaba con dejar caer su lluvia fría y pesada como las lágrimas de los admiradores de Chavela Vargas.
Tlácloc, mandamás imperturbable, soltó las primeras gotas y las exclamaciones del pueblo exigían que comenzara el tránsito frente al cajón mortuorio de color caoba, que encima lucía el poncho rojinegro que por décadas caracterizó a la intérprete de origen costarricense, naturalizada mexicana.
Arturo Cruz Bárcenas
México, DF. A las siete de la noche arribó el cortejo fúnebre donde en una carroza que transitó por Eje Central eran transportados los restos mortales de la intérprete Chavela Vargas, fallecida el pasado domingo.
El pueblo ya llevaba una espera había de dos horas, porque previamente se habían informado que el tributo a la cantante comenzaría a las cinco de la tarde. El vox populi exclamaba: “¡Chavela es del pueblo, Chavela es del pueblo mexicano!”
Fue el paroxismo.
La plaza Garibaldi, elegida por la autoridades del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y del Gobierno del Distrito Federal (GDF) estaba a reventar y tanto el fervor como el cariño por la encarnación de la Macorina se manifestaba en todas las esquinas.
Por fin se colocó el ataúd en la esquina oriente detrás de la plaza donde se encuentra la estatua que honra al cantautor José Alfredo Jiménez, con quien Chavela se desveló en parranda eterna, tanto como lo pueden hacer dos almas que saben transmitir y motivar sentimientos.
Los controles de seguridad fueron insuficientes y la supuesta capilla ardiente fue invadida por decenas y decenas de fotógrafos. El pueblo, paciente hasta las siete de la noche, comenzó a protestar porque sus lugares habían sido ocupados.
Muchos de los asistentes llevaban más de dos horas de pie, en su mayoría gente de la tercera de edad, quienes en esa larga espera ya habían repasado los temas de Chavela, en un coro que se escuchaba más allá del Eje Central, dentro del mercado de San Camilito.
Gritos y más gritos. Comenzó el homenaje en la plaza de los charros, donde cada noche se beben tragos y se ahogan penas.
El mariachi de la Secretaría de Seguridad Pública atenuaba los gritos con Dios nunca muere, uno de los himnos oaxaqueños que frente al ataúd de Chavela adquiría otra dimensión.
Cerca del féretros se observaban más de 20 coronas, entre ellas se alcazaba a leer que provenían del GDF, de la Secretaría de Cultura capitalina, del Auditorio Nacional, de la embajada de España y de Christian y Miguel Alemán, entre otras.
También en un solo coro se escuchaban proclamas populares del pueblo como “¡Viva tu compadre, José Alfredo Jiménez!”, Ya está con su compadre José Alfredo”, “Se ve, se siente, Chavela está presente”.
Los fotógrafos de prensa obstruían la visibilidad al respetable, que ofendido gritaba: “¡Fuera prensa, fuera prensa”.
Los vernáculos se arrancaron con Amor eterno, del divo Juan Gabriel: “... que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca...”; fue entonces cuando las primeras lágrimas surgieron.
El cielo, encapotado, amenazaba con dejar caer su lluvia fría y pesada como las lágrimas de los admiradores de Chavela Vargas.
Tlácloc, mandamás imperturbable, soltó las primeras gotas y las exclamaciones del pueblo exigían que comenzara el tránsito frente al cajón mortuorio de color caoba, que encima lucía el poncho rojinegro que por décadas caracterizó a la intérprete de origen costarricense, naturalizada mexicana.
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