Immanuel Wallerstein
La mayoría de los políticos y de los expertos tienen interés personal en prometer que vienen tiempos mejores, siempre y cuando se sigan sus consejos en torno a las políticas públicas. Las actuales dificultades económicas mundiales no fueron excepción a esta conducta. Sea que la discusión se enfoque en el desempleo en Estados Unidos, en los rampantes costos de los préstamos estatales en Europa o en las repentinas tasas menguantes en el crecimiento de China, India y Brasil, las expresiones de optimismo por el mediano plazo siguen estando a la orden del día.
Pero ¿qué pasa si esto no es justificado? De vez en cuando irrumpe un poquito de honestidad. El 7 de agosto Andrew Ross Sorkin escribió un artículo en The New York Times, en el cual ofreció una explicación más directa de por qué los inversionistas han abandonado la bolsa de valores: porque ha sido una propuesta de pérdida. Una generación completa de inversionistas no ha ganado ni un céntimo. El 10 de agosto James Mackintosh escribió, de modo semejante, en el Financial Times: Los economistas han comenzado a aceptar que la Gran Recesión dañó permanentemente el crecimiento. ...Los inversionistas son más pesimistas. Y por encima de todo, el New York Times publicó un reportaje el 14 de agosto acerca del costo creciente de operaciones más rápidas, en el cual, muy al fondo del texto, uno puede leer: (los inversionistas) se apartan también de un mercado que casi no ha entregado dividendos en las últimas décadas, debido a las burbujas de activos y a la inestabilidad en la economía global.
En medio de todas las observaciones que afirman que unos cuantos están haciendo increíbles sumas de dinero, ¿cómo puede ser que la bolsa de valores sea una propuesta de pérdida? Durante mucho tiempo la sabiduría básica relacionada con las inversiones era que, en el largo plazo, los dividendos de la bolsa, ajustados a la inflación, eran altos, específicamente más altos que los bonos. Se suponía que esto era la recompensa por asumir los riesgos derivados de la mayor volatilidad de las acciones de la bolsa a corto plazo o inclusive a mediano. Los cálculos varían, pero hablando en general los dividendos de las acciones bursátiles durante el siglo pasado fueron mucho mayores que los de los bonos, suponiendo, por supuesto, que uno se quedaba con las acciones.
Lo que pasa más desapercibido es el hecho de que durante todo ese mismo siglo el nivel de ganancia de las acciones fue más o menos dos veces el incremento en el PIB –algo que ha hecho que algunos cuantos analistas lo califiquen de juego de Ponzi. Resulta que gran parte de esos maravillosos dividendos de las acciones ha ocurrido en el periodo que comenzó a principios de 1970 –la era a la que se conoce como globalización, neoliberalismo y/o financialización.
Pero ¿qué ha ocurrido, de hecho, durante este periodo? Debemos comenzar anotando que el periodo posterior a 1970 vino tras el lapso que hasta el momento es el de mayor expansión de la producción, de la productividad y del valor de la plusvalía global en la historia de la economía-mundo capitalista. Es por esto que los franceses llaman a este periodo los trente glorieuses (los 30 años gloriosos, 1943-1973). En mi lenguaje analítico, ésta fue una fase A de Kondratieff y aquellos que mantuvieron sus acciones durante este periodo lo hicieron muy bien, en efecto. Y también los productores, los trabajadores asalariados y los gobiernos en términos de ingreso. Esto pareció dar una renovada argumentación al capitalismo como sistema-mundo, que llegaba después de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, que fue tan vastamente destructiva.
Ah, pero tan buenos tiempos no continuaron, no podían continuar, para siempre. Simplemente porque la expansión de la economía-mundo se basó en algunos cuasi monopolios en las así llamadas industrias líder, que duraron lo que duraron hasta que las minaron competidores que finalmente pudieron acceder al mercado mundial. La competencia mayor redujo los precios (su virtud) –pero también su rentabilidad (su vicio). La economía-mundo entró en un prolongado estancamiento durante 30 o 40 años (1970-2012+) que no fueron tampoco gloriosos. Este periodo está marcado por un endeudamiento creciente (de más o menos todo mundo), desempleo creciente a escala global y retirada creciente de muchos, tal vez la mayoría de los inversionistas, de la bolsa de valores a la seguridad de los mercados de bonos –siendo los más notables los Bonos del Tesoro estadunidenses.
Los Bonos del Tesoro han sido seguros o más seguros, por supuesto, pero no muy rentables, excepto para un siempre más pequeño grupo de bancos y fondos de cobertura que manipularon las operaciones financieras en todo el mundo –sin producir valor alguno. Entonces, esto nos trajo a donde estamos ahora: a un mundo increíblemente polarizado, con salarios reales significativamente por debajo de sus picos de 1970 (pero aún por encima de los puntos más bajos de la década de 1940) y el ingreso del gobierno también está muy bajo. Una crisis de deuda tras otra empobrecieron un segmento del sistema-mundo tras otro. Y como resultado, lo que conocemos como demanda efectiva se ha ido secando en todo el planeta, que es a lo que Sorkin se refiere cuando dice que el mercado ya no es atractivo como fuente de ganancias con las cuales acumular capital.
Bueno, podría decirse, al menos están los así llamados países emergentes, que han estado mejorando conforme Estados Unidos y Europa occidental se meten en problemas más y más grandes. La lista es larga y consecutiva. Incluye primero a Japón, luego a Corea del Sur y Taiwán, luego a Europa del sur e Irlanda, después al BRIC (especialmente China, India y Brasil), luego a Turquía e Indonesia, y ahora (eso argumentan) a varios estados africanos. El conflicto es que resulta que casi todos éstos se han desempeñado bien sólo temporalmente y después comenzaron a meterse en problemas.
El núcleo del dilema es una de las contradicciones fundamentales del sistema. Lo que maximiza el ingreso para los más eficientes jugadores en el corto plazo (los incrementos en los márgenes de ganancia) exprime a los compradores en el largo plazo. Y mientras más y más personas y zonas se involucran plenamente a la economía-mundo, hay menos y menos margen para los ajustes o la renovación, y los inversionistas, los consumidores y los gobiernos enfrentan opciones más y más imposibles.
Recordemos que la tasa de rendimiento durante el siglo pasado era de dos veces el incremento del PIB. ¿Puede esto replicarse una segunda vez? Es difícil imaginar, no sólo para mí. Parece que igual le parece a la mayoría de los inversionistas potenciales en el mercado. Esto crea un constreñimiento que vemos exhibido todos los días en Estados Unidos, en Europa y pronto en las economías emergentes. El nivel de deuda es muy alto para mantenerlo.
Así, por un lado, hay un poderoso llamado político a la austeridad, pero la austeridad significa, en efecto, recortar los beneficios existentes (como las pensiones, el nivel de asistencia en salud, los gastos en educación) y recortar también el papel que tienen los gobiernos en garantizar estos beneficios. Y si casi toda la gente tiene menos, obviamente gasta menos, y la gente que vende encuentra menos gente que compra –es decir, menos demanda efectiva. Así, la producción se hace menos rentable (rendimientos de las acciones) y los gobiernos son más pobres aun.
Es un círculo vicioso y no hay un modo fácil o aceptable para salirse. Tal vez no hay ninguna salida. Esto es algo que algunos de nosotros hemos estado llamando la crisis estructural de la economía-mundo capitalista. Conduce a fluctuaciones caóticas (y bastante locas) conforme el sistema se bifurca, y nos hallamos en una prolongada y fiera lucha en torno a qué clase de sistema va a suceder al que estamos metidos.
Los políticos y los expertos prefieren no enfrentar esta realidad y las opciones que les impone. Aun un realista como el señor Sorkin termina su análisis expresando la esperanza de que la economía recibirá una inyección en el brazo y que el público tendrá fe en el largo plazo. Si ustedes creen que eso será suficiente son el colmo de lo crédulo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
La mayoría de los políticos y de los expertos tienen interés personal en prometer que vienen tiempos mejores, siempre y cuando se sigan sus consejos en torno a las políticas públicas. Las actuales dificultades económicas mundiales no fueron excepción a esta conducta. Sea que la discusión se enfoque en el desempleo en Estados Unidos, en los rampantes costos de los préstamos estatales en Europa o en las repentinas tasas menguantes en el crecimiento de China, India y Brasil, las expresiones de optimismo por el mediano plazo siguen estando a la orden del día.
Pero ¿qué pasa si esto no es justificado? De vez en cuando irrumpe un poquito de honestidad. El 7 de agosto Andrew Ross Sorkin escribió un artículo en The New York Times, en el cual ofreció una explicación más directa de por qué los inversionistas han abandonado la bolsa de valores: porque ha sido una propuesta de pérdida. Una generación completa de inversionistas no ha ganado ni un céntimo. El 10 de agosto James Mackintosh escribió, de modo semejante, en el Financial Times: Los economistas han comenzado a aceptar que la Gran Recesión dañó permanentemente el crecimiento. ...Los inversionistas son más pesimistas. Y por encima de todo, el New York Times publicó un reportaje el 14 de agosto acerca del costo creciente de operaciones más rápidas, en el cual, muy al fondo del texto, uno puede leer: (los inversionistas) se apartan también de un mercado que casi no ha entregado dividendos en las últimas décadas, debido a las burbujas de activos y a la inestabilidad en la economía global.
En medio de todas las observaciones que afirman que unos cuantos están haciendo increíbles sumas de dinero, ¿cómo puede ser que la bolsa de valores sea una propuesta de pérdida? Durante mucho tiempo la sabiduría básica relacionada con las inversiones era que, en el largo plazo, los dividendos de la bolsa, ajustados a la inflación, eran altos, específicamente más altos que los bonos. Se suponía que esto era la recompensa por asumir los riesgos derivados de la mayor volatilidad de las acciones de la bolsa a corto plazo o inclusive a mediano. Los cálculos varían, pero hablando en general los dividendos de las acciones bursátiles durante el siglo pasado fueron mucho mayores que los de los bonos, suponiendo, por supuesto, que uno se quedaba con las acciones.
Lo que pasa más desapercibido es el hecho de que durante todo ese mismo siglo el nivel de ganancia de las acciones fue más o menos dos veces el incremento en el PIB –algo que ha hecho que algunos cuantos analistas lo califiquen de juego de Ponzi. Resulta que gran parte de esos maravillosos dividendos de las acciones ha ocurrido en el periodo que comenzó a principios de 1970 –la era a la que se conoce como globalización, neoliberalismo y/o financialización.
Pero ¿qué ha ocurrido, de hecho, durante este periodo? Debemos comenzar anotando que el periodo posterior a 1970 vino tras el lapso que hasta el momento es el de mayor expansión de la producción, de la productividad y del valor de la plusvalía global en la historia de la economía-mundo capitalista. Es por esto que los franceses llaman a este periodo los trente glorieuses (los 30 años gloriosos, 1943-1973). En mi lenguaje analítico, ésta fue una fase A de Kondratieff y aquellos que mantuvieron sus acciones durante este periodo lo hicieron muy bien, en efecto. Y también los productores, los trabajadores asalariados y los gobiernos en términos de ingreso. Esto pareció dar una renovada argumentación al capitalismo como sistema-mundo, que llegaba después de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, que fue tan vastamente destructiva.
Ah, pero tan buenos tiempos no continuaron, no podían continuar, para siempre. Simplemente porque la expansión de la economía-mundo se basó en algunos cuasi monopolios en las así llamadas industrias líder, que duraron lo que duraron hasta que las minaron competidores que finalmente pudieron acceder al mercado mundial. La competencia mayor redujo los precios (su virtud) –pero también su rentabilidad (su vicio). La economía-mundo entró en un prolongado estancamiento durante 30 o 40 años (1970-2012+) que no fueron tampoco gloriosos. Este periodo está marcado por un endeudamiento creciente (de más o menos todo mundo), desempleo creciente a escala global y retirada creciente de muchos, tal vez la mayoría de los inversionistas, de la bolsa de valores a la seguridad de los mercados de bonos –siendo los más notables los Bonos del Tesoro estadunidenses.
Los Bonos del Tesoro han sido seguros o más seguros, por supuesto, pero no muy rentables, excepto para un siempre más pequeño grupo de bancos y fondos de cobertura que manipularon las operaciones financieras en todo el mundo –sin producir valor alguno. Entonces, esto nos trajo a donde estamos ahora: a un mundo increíblemente polarizado, con salarios reales significativamente por debajo de sus picos de 1970 (pero aún por encima de los puntos más bajos de la década de 1940) y el ingreso del gobierno también está muy bajo. Una crisis de deuda tras otra empobrecieron un segmento del sistema-mundo tras otro. Y como resultado, lo que conocemos como demanda efectiva se ha ido secando en todo el planeta, que es a lo que Sorkin se refiere cuando dice que el mercado ya no es atractivo como fuente de ganancias con las cuales acumular capital.
Bueno, podría decirse, al menos están los así llamados países emergentes, que han estado mejorando conforme Estados Unidos y Europa occidental se meten en problemas más y más grandes. La lista es larga y consecutiva. Incluye primero a Japón, luego a Corea del Sur y Taiwán, luego a Europa del sur e Irlanda, después al BRIC (especialmente China, India y Brasil), luego a Turquía e Indonesia, y ahora (eso argumentan) a varios estados africanos. El conflicto es que resulta que casi todos éstos se han desempeñado bien sólo temporalmente y después comenzaron a meterse en problemas.
El núcleo del dilema es una de las contradicciones fundamentales del sistema. Lo que maximiza el ingreso para los más eficientes jugadores en el corto plazo (los incrementos en los márgenes de ganancia) exprime a los compradores en el largo plazo. Y mientras más y más personas y zonas se involucran plenamente a la economía-mundo, hay menos y menos margen para los ajustes o la renovación, y los inversionistas, los consumidores y los gobiernos enfrentan opciones más y más imposibles.
Recordemos que la tasa de rendimiento durante el siglo pasado era de dos veces el incremento del PIB. ¿Puede esto replicarse una segunda vez? Es difícil imaginar, no sólo para mí. Parece que igual le parece a la mayoría de los inversionistas potenciales en el mercado. Esto crea un constreñimiento que vemos exhibido todos los días en Estados Unidos, en Europa y pronto en las economías emergentes. El nivel de deuda es muy alto para mantenerlo.
Así, por un lado, hay un poderoso llamado político a la austeridad, pero la austeridad significa, en efecto, recortar los beneficios existentes (como las pensiones, el nivel de asistencia en salud, los gastos en educación) y recortar también el papel que tienen los gobiernos en garantizar estos beneficios. Y si casi toda la gente tiene menos, obviamente gasta menos, y la gente que vende encuentra menos gente que compra –es decir, menos demanda efectiva. Así, la producción se hace menos rentable (rendimientos de las acciones) y los gobiernos son más pobres aun.
Es un círculo vicioso y no hay un modo fácil o aceptable para salirse. Tal vez no hay ninguna salida. Esto es algo que algunos de nosotros hemos estado llamando la crisis estructural de la economía-mundo capitalista. Conduce a fluctuaciones caóticas (y bastante locas) conforme el sistema se bifurca, y nos hallamos en una prolongada y fiera lucha en torno a qué clase de sistema va a suceder al que estamos metidos.
Los políticos y los expertos prefieren no enfrentar esta realidad y las opciones que les impone. Aun un realista como el señor Sorkin termina su análisis expresando la esperanza de que la economía recibirá una inyección en el brazo y que el público tendrá fe en el largo plazo. Si ustedes creen que eso será suficiente son el colmo de lo crédulo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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