La pornografía como ceremonia

Lydia Cacho

Miles de maestros, hoteleros, políticos, estudiantes, sacerdotes, pastores cristianos, técnicos de Internet y conserjes escolares han sido arrestados este año en el mundo por producir, consumir y compartir pornografía infantil. La reciente noticia del descubrimiento de una red de pornografía infantil cuyos integrantes viven en Estados Unidos, Holanda y México, entre otros países, reveló un dato imprescindible de recalcar: 140 bebés, niñas y niños victimados fueron debidamente reconocidos por el equipo de ciberpolicías encabezado por Bruce Foucart, encargado, en Boston, de la unidad de Investigaciones en Seguridad Interna del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés).

El más pequeño de los bebés tenía 19 días de nacido y su violador había subido la fotografía del pequeño narrando lo hecho con él. Hay niñas y niños abusados en escuelas, casas y hoteles; otros raptados en la calle, afuera de un supermercado o escuelas sin controles de salida. Lo que todos los violadores de menores de 18 años tienen en común es que son consumidores compulsivos de pornografía, e Internet es su instrumento favorito para comprarla y compartirla. El ciberespacio les permite demostrarles a los miles de abusadores de menores de edad que sus víctimas son objetos de placer.

Si algo he aprendido en mi carrera periodística, especialmente desde que escribí “Los Demonios del Edén”, es que millones de personas siguen defendiendo el porno como “cool” y “progre”, porque desconocen los alcances y contenidos de la ciberpornografía contemporánea. En ese debate se infiltran todos los días miles de pedófilos que buscan abusar sexualmente de jóvenes, niñas y niños que mientras descubren su sexualidad no son capaces de distinguir y prever los peligros de caer en manos de un violador.

Estos violadores y pornógrafos amateurs descubren cada día a miles como ellos en un ámbito complejo, donde las leyes de la censura no son útiles. El ciberespacio simplemente permite a los pedófilos potenciar la evidencia de sus delitos para convertirla en un trofeo.

Porque los pornógrafos cosifican, es decir, consideran objetos, cosas, a sus víctimas; con ello toman a un ser humano y por medio del ejercicio del poder que tiene sobre él o ella le arrebatan su libertad para convertirle en una mercancía, un producto para su goce personal. Toda la pornografía tiene como componente central la subordinación de un ser humano que es utilizado sexualmente por otro ser humano (comúnmente uno o varios hombres). A través de la pornografía se ha perpetuado históricamente la sexualización de la desigualdad y de la violencia erotizada como un juego de placer.

En la medida en la que se convirtió en una industria y las mafias rusas, estadounidenses y mexicanas se involucraron en crear sistemas de cobro para el porno en Internet (con el subsecuente lavado de dinero), en el año 2000 surgió el boom de la pornografía adolescente hecha para adultos. El renacimiento del efecto Loliporn más violento que nunca; todo ello producido al estilo “reality” haciendo creer a la audiencia adolescente en internet que a las chicas y chicos de 14 años les encanta estar en orgías con hombres adultos. Estamos frente a la ola de normalización histórica de la violencia sexual adolescente e infantil.

Solamente en Estados Unidos se alquilan cada año 100 millones de videos y DVDs pornográficos de “fake teens” (las falsas adolescentes que en realidad son mujeres de 18 años que actúan y aparentan 15 o 16). Los ingresos de la industria pornográfica, desde páginas web hasta revistas y canales de TV rebasa los 14 mil millones de dólares anuales. Cosificar a los seres humanos es muy buen negocio.

Los pedófilos son grandes narcisistas, aman convertirse en estrellas porno de su propia película o de sus fotografías, que comparten vía teléfono, Facebook y otras redes sociales. Demuestran su poder para deshumanizar a seres humanos imponiendo su poder, ejerciendo violencia sexual y moral. En todos los pedófilos, desde políticos hasta conserjes escolares hay un componente de abuso de poder; son transgresores convencidos de que podrán salirse con la suya. Por eso es tan importante sentenciar a los violadores directos, a los clientes del turismo sexual infantil y a los que les lavan el dinero. Sólo debilitando las redes de poder se debilitará a los pedófilos empoderados.

Con el acceso universal a la pornografía, desde Internet hasta los celulares, la censura no tiene ni cabida ni sentido. Las ciberpolicías del mundo están rebasadas por el fenómeno, pero cada día mejoran sus técnicas y tanto periodistas como ciberactivistas se han convertido en aliados contra los pornopederastas. El resto debe nacer de la educación sexual con una perspectiva de igualdad, que les haga saber a nuestros hijos e hijas que la violencia sexual no es natural ni debe serlo jamás.

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