Luis Hernández Navarro
Son cerca de las 12 de la noche. Es martes 3 de julio. En el entronque de Tlalpan y Periférico, en la sede del Instituto Federal Electoral, decenas de jóvenes enseñan a los automovilistas una pancarta en la que se lee: #YoSoy132. México votó. Peña no ganó.
Días antes, el lunes 25 de junio, el movimiento difundió un video en YouTube titulado Seis días para salvar a México, en el que pide a los ciudadanos cambiar al país. Nada más, nada menos.
Allí se afirma: Queda poco tiempo. Este es nuestro pasado, de represión y oscuridad. Pero también es el pasado de un pueblo que lucha y ha tomado las riendas de su destino, #Yosoy132 es heredero de esta historia, y asumimos esta tradición con orgullo y responsabilidad. ¡Es hora de cambiar a México!
Quien se propone salvar a México no es un partido político, sino un movimiento de jóvenes universitarios. No tienen líderes visibles, sino representantes y voceros de sus instituciones educativas electos de manera rotativa. Nacieron antes de las elecciones del 1º de julio, exigiendo la democratización de los medios y cuestionando la pretensión de imponer como presidente de la República a Enrique Peña Nieto. Toman sus decisiones en asambleas.
No dan tregua. Parecen incansables. Cada día, desde hace más de dos meses, toman las calles, realizan asambleas, debaten, reflexionan, organizan conciertos, protestan, denuncian y difunden sus mensajes en las redes sociales, hasta el punto de hacer de sus tuits trending topics.
El miércoles 4 de julio, después de más de ocho horas de discusión, se declararon en rechazo al proceso de imposición del candidato Enrique Peña Nieto para ocupar el cargo de la Presidencia de la República. Rechazaron un proceso electoral viciado de origen, con instituciones deliberadamente incapaces de prevenir y sancionar las incontables anomalías.
El 6 de julio, el movimiento efectuó una manifestación frente a la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) para pugnar por la democratización de los medios de comunicación. Demandaron participar en el proceso de las concesiones. Simultáneamente desmadrosos y serios, los estudiantes ingresaron en la Cofete tocando jaranas e interpretando coplas relativas a la antidemocracia de la telecracia. Finalmente se reunieron con el titular, Eduardo Pérez Motta.
Óscar O’Farrill sintetizó el sentimiento de indignación hacia el poder fáctico del monopolio televisivo existente entre miles de jóvenes: “Lo que más me enoja –dijo al periódico Reforma– es la manipulación que existe en este dupolio; que se pronuncien por un partido, que le hagan toda la campaña a Peña Nieto, al PRI, que no den contenido de valor para la ciudadanía, que le sigan dando atole con el dedo a la gente”.
La energía social y la inventiva que despliega la protesta es viento fresco en el aire viciado de la política nacional. Los universitarios han formulado más de 30 demandas asociadas con la democratización de los medios de comunicación. Un día antes de las elecciones del 1º de julio y un día después miles de jóvenes tomaron las calles de la ciudad de México y de otras urbes. En la capital, miles de vecinos del centro se sumaron espontáneamente a las marchas, indignados por la inequidad del proceso electoral y la coacción y compra de votos en favor de Peña Nieto.
El movimiento sostiene que la información es un derecho y como tal los organismos públicos requieren hacer todas las gestiones necesarias para garantizar que ésta llegue fidedigna y de la manera más veraz posible.
La festiva irreverencia juvenil, su pretensión de cambiar al país sin pedir permiso a los de arriba, ha generado múltiples reproches de comentaristas y políticos que juzgan un despropósito su vocación transformadora y su desobediencia. Como si fueran padres enojones que se meten a las fiestas de sus hijos para reconvenirles por su mal comportamiento, han pasado de los consejos a los regaños y de allí a las calumnias.
De la misma manera en que muchos adultos piensan que la rebeldía de los jóvenes es resultado de la mala influencia de sus amigos y no producto de la conciencia de su propia condición, los comentócratas acusan a los universitarios de estar manipulados por la izquierda electoral. Suponen, en un acto de profundo desprecio e ignorancia, que los estudiantes no son capaces de pensar y decidir por sí mismos.
Pero el movimiento es ajeno a la lógica de acción de partidos y políticos. No se sujeta a ellos, ni a su agenda ni a sus tiempos. Ha definido su propio espacio de intervención y sus demandas. A pesar de su bisoñez, ha demostrado tener enorme madurez. Expresa el gran descontento en un amplio sector de la juventud universitaria con los medios de comunicación electrónicos y con el régimen político.
A quienes pusieron en duda su sobrevivencia pasados los comicios del 1º de julio, les respondieron con un vigoroso plan de acción que se desenvolverá durante las próximas semanas. Ni Enrique Peña ni las televisoras tendrán tregua. De hecho, de tiempo atrás ya habían contestado al cuestionamiento cuando en sus marchas portaban carteles preguntando: Y tú qué harás el 2 de julio? o afirmando: ¡Esto empieza el 2 de julio!
Parte de la prensa se ha dedicado a destacar las diferencias que existen en el movimiento, cuando lo verdaderamente relevante y significativo son las coincidencias que día a día alcanza. Que en una movilización social tan masiva, heterogénea y políticamente ambiciosa se presenten contradicciones es lo más natural del mundo. Lo novedoso es que sus integrantes puedan procesarlas creativamente y mantengan la unidad sobre lo esencial.
Los jóvenes universitarios tienen prisa por cambiar al país. ¿De dónde proviene esa urgencia? De no querer vivir en un país indigno. De no tener tiempo para esperar. Su vida no es fácil, pero es su vida y es muy suya, y es una, y pasa volando.
Son cerca de las 12 de la noche. Es martes 3 de julio. En el entronque de Tlalpan y Periférico, en la sede del Instituto Federal Electoral, decenas de jóvenes enseñan a los automovilistas una pancarta en la que se lee: #YoSoy132. México votó. Peña no ganó.
Días antes, el lunes 25 de junio, el movimiento difundió un video en YouTube titulado Seis días para salvar a México, en el que pide a los ciudadanos cambiar al país. Nada más, nada menos.
Allí se afirma: Queda poco tiempo. Este es nuestro pasado, de represión y oscuridad. Pero también es el pasado de un pueblo que lucha y ha tomado las riendas de su destino, #Yosoy132 es heredero de esta historia, y asumimos esta tradición con orgullo y responsabilidad. ¡Es hora de cambiar a México!
Quien se propone salvar a México no es un partido político, sino un movimiento de jóvenes universitarios. No tienen líderes visibles, sino representantes y voceros de sus instituciones educativas electos de manera rotativa. Nacieron antes de las elecciones del 1º de julio, exigiendo la democratización de los medios y cuestionando la pretensión de imponer como presidente de la República a Enrique Peña Nieto. Toman sus decisiones en asambleas.
No dan tregua. Parecen incansables. Cada día, desde hace más de dos meses, toman las calles, realizan asambleas, debaten, reflexionan, organizan conciertos, protestan, denuncian y difunden sus mensajes en las redes sociales, hasta el punto de hacer de sus tuits trending topics.
El miércoles 4 de julio, después de más de ocho horas de discusión, se declararon en rechazo al proceso de imposición del candidato Enrique Peña Nieto para ocupar el cargo de la Presidencia de la República. Rechazaron un proceso electoral viciado de origen, con instituciones deliberadamente incapaces de prevenir y sancionar las incontables anomalías.
El 6 de julio, el movimiento efectuó una manifestación frente a la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) para pugnar por la democratización de los medios de comunicación. Demandaron participar en el proceso de las concesiones. Simultáneamente desmadrosos y serios, los estudiantes ingresaron en la Cofete tocando jaranas e interpretando coplas relativas a la antidemocracia de la telecracia. Finalmente se reunieron con el titular, Eduardo Pérez Motta.
Óscar O’Farrill sintetizó el sentimiento de indignación hacia el poder fáctico del monopolio televisivo existente entre miles de jóvenes: “Lo que más me enoja –dijo al periódico Reforma– es la manipulación que existe en este dupolio; que se pronuncien por un partido, que le hagan toda la campaña a Peña Nieto, al PRI, que no den contenido de valor para la ciudadanía, que le sigan dando atole con el dedo a la gente”.
La energía social y la inventiva que despliega la protesta es viento fresco en el aire viciado de la política nacional. Los universitarios han formulado más de 30 demandas asociadas con la democratización de los medios de comunicación. Un día antes de las elecciones del 1º de julio y un día después miles de jóvenes tomaron las calles de la ciudad de México y de otras urbes. En la capital, miles de vecinos del centro se sumaron espontáneamente a las marchas, indignados por la inequidad del proceso electoral y la coacción y compra de votos en favor de Peña Nieto.
El movimiento sostiene que la información es un derecho y como tal los organismos públicos requieren hacer todas las gestiones necesarias para garantizar que ésta llegue fidedigna y de la manera más veraz posible.
La festiva irreverencia juvenil, su pretensión de cambiar al país sin pedir permiso a los de arriba, ha generado múltiples reproches de comentaristas y políticos que juzgan un despropósito su vocación transformadora y su desobediencia. Como si fueran padres enojones que se meten a las fiestas de sus hijos para reconvenirles por su mal comportamiento, han pasado de los consejos a los regaños y de allí a las calumnias.
De la misma manera en que muchos adultos piensan que la rebeldía de los jóvenes es resultado de la mala influencia de sus amigos y no producto de la conciencia de su propia condición, los comentócratas acusan a los universitarios de estar manipulados por la izquierda electoral. Suponen, en un acto de profundo desprecio e ignorancia, que los estudiantes no son capaces de pensar y decidir por sí mismos.
Pero el movimiento es ajeno a la lógica de acción de partidos y políticos. No se sujeta a ellos, ni a su agenda ni a sus tiempos. Ha definido su propio espacio de intervención y sus demandas. A pesar de su bisoñez, ha demostrado tener enorme madurez. Expresa el gran descontento en un amplio sector de la juventud universitaria con los medios de comunicación electrónicos y con el régimen político.
A quienes pusieron en duda su sobrevivencia pasados los comicios del 1º de julio, les respondieron con un vigoroso plan de acción que se desenvolverá durante las próximas semanas. Ni Enrique Peña ni las televisoras tendrán tregua. De hecho, de tiempo atrás ya habían contestado al cuestionamiento cuando en sus marchas portaban carteles preguntando: Y tú qué harás el 2 de julio? o afirmando: ¡Esto empieza el 2 de julio!
Parte de la prensa se ha dedicado a destacar las diferencias que existen en el movimiento, cuando lo verdaderamente relevante y significativo son las coincidencias que día a día alcanza. Que en una movilización social tan masiva, heterogénea y políticamente ambiciosa se presenten contradicciones es lo más natural del mundo. Lo novedoso es que sus integrantes puedan procesarlas creativamente y mantengan la unidad sobre lo esencial.
Los jóvenes universitarios tienen prisa por cambiar al país. ¿De dónde proviene esa urgencia? De no querer vivir en un país indigno. De no tener tiempo para esperar. Su vida no es fácil, pero es su vida y es muy suya, y es una, y pasa volando.
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