Luis Hernández Navarro
El movimiento #YoSoy132 está innovando la forma de hacer política práctica en México. Lo ha hecho, de entrada, al incidir en el espacio público sin ser un partido político. Ha mostrado que es incorrecto identificar política y partido. Ha enseñado que se puede transformar la realidad, que se puede establecer eficazmente distancia del Estado desde el apartidismo.
El movimiento se ha dado a sí mismo sus propias normas, sus formas de gobierno, sus mecanismos de representación, sus demandas, su plan de acción. En el camino, ha desplegado una capacidad de articulación fuera de lo común. Nacido de la libre asociación creativa y desinteresada de los jóvenes que lo integran, es autónomo e independiente de cualquier grupo o partido político.
Su apartidismo no significa que esté contra los partidos. Simple y llanamente no quiere ser metido en esa jaula. Por ejemplo, estudiantes y voceros de #YoSoy132 calificaron de acertadas y positivas las iniciativas de Andrés Manuel López Obrador en su plan en defensa de la democracia; sin embargo, añadieron: Somos totalmente independientes de sus iniciativas; nos mantenemos apartidistas, pacíficos y neutrales.
El movimiento surgió como un hecho, como un acontecimiento político que modificó el curso de la campaña electoral y la vida política del país. Nadie lo previó, ni lo ideó, ni lo inventó, ni realizó trabajo de organización para fundarlo. Simple y llanamente pasó.
Pero el movimiento sigue sucediendo. Sus iniciativas no cesan. Sus acciones colectivas continúan causando rupturas y transformando la política nacional por una ruta inédita. Irrumpen en el curso normal de los acontecimientos políticos y los descarrilan. Cambian, sin permiso, el libreto dictado desde el poder sobre el destino inmediato de la tragicomedia política nacional y obligan a escribirlo nuevamente.
Como si el cansancio y el desgaste no existieran, a sus convocatorias a tomar las calles para frenar la imposición de Enrique Peña Nieto se suman, semana tras semana, decenas de miles de ciudadanos. Y, aunque la fuerza de #YoSoy132 no debe medirse por lo que de él se dice en los medios, cada una de sus propuestas es replicada y desvirtuada hasta el cansancio por los intelectuales mediáticos. Por algo será.
Los integrantes del movimiento están creando colectivamente su destino. Lo están haciendo con imaginación e inventiva, evitando repetir el pasado. Nada está escrito de antemano en su futuro. Nadie sabe realmente qué sucederá, aunque sus integrantes anticipan que su acción está provocando el nacimiento de una realidad diferente. Dicho de otra manera: la incertidumbre es el nombre del juego.
La reacción del mundo político institucional ante la protesta ha sido de enojo y desconcierto. Severamente cuestionado por los jóvenes inconformes, como si fuera un papá regañón que reprende a hijos desobedientes, Leonardo Valdés Zurita los mandó a estudiar y a que nos digan qué van a aportar para que el país sea más democrático, progrese y sea un mejor lugar para vivir. Y el abogado de cuanta causa innoble hay en el país, Diego Fernández de Cevallos, afirmó que #YoSoy132 ha perdido su esencia y ha sido infiltrado por fuerzas que desdibujan el origen del movimiento.
#YoSoy132 es un nuevo actor en la lucha por la emancipación, en el sentido que da a este concepto el filósofo Jacques Rancière: “La refutación en acto de este reparto a priori de las formas de vida. Es el movimiento por el cual los y las que se situaban en el mundo privado se afirman capaces de una mirada, de una palabra y de un pensamiento públicos”. En este camino, el movimiento reivindica, en los hechos, principios que no han caído en la obsolescencia.
Es por ello que ha establecido una política de alianzas que lo acerca a los campesinos de Atenco, los comuneros de Cherán, el Congreso Nacional Indígena, los maestros democráticos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación o los electricistas del SME. Estas relaciones han provocado descalificaciones histéricas de quienes, en lugar de aprender del movimiento, pretenden darle lecciones.
#YoSoy132 no enarbola reivindicaciones particulares. Demanda exigencias que competen al conjunto de la sociedad, que implican a todos los interesados con un cambio de rumbo en la ruta nacional. Su exigencia de democratizar los medios de comunicación electrónicos y de frenar la imposición de Enrique Peña Nieto son propuestas compartidas por una amplia franja de la población.
El movimiento ha fijado su propio calendario, diferente a los tiempos del poder. Por ejemplo, acordó el cerco pacífico a Televisa el mismo día en que comienzan los juegos olímpicos, fecha en la que están en juego poderosos intereses comerciales.
En su acción, ha obligado a los medios electrónicos a que se ocupen de él. Al analizar la nueva Primavera de los Pueblos, el filósofo francés Alain Badiou cita el comentario de un rebelde egipcio que ejemplifica con precisión lo que sucede en México en este terreno: Antes yo miraba la televisión, ahora la televisión me mira a mí.
En la protesta anti-Peña del pasado domingo, como en ocasiones anteriores, se respiraba la ausencia de miedo. A pesar de las campañas de satanización en su contra, #YoSoy132 ha desterrado de su filas el temor que paraliza. Este domingo, la multitud marchó, al tiempo festiva e indignada, dispuesta a cambiar al país.
La realidad está en las calles, advirtió una pancarta presente en esa manifestación, afirmando, sin decirlo, que no se encuentra ni en las pantallas de televisión ni en las líneas ágatas de la prensa del poder. Esa realidad, la de las calles, asegura hoy que otro país es posible.
El movimiento #YoSoy132 está innovando la forma de hacer política práctica en México. Lo ha hecho, de entrada, al incidir en el espacio público sin ser un partido político. Ha mostrado que es incorrecto identificar política y partido. Ha enseñado que se puede transformar la realidad, que se puede establecer eficazmente distancia del Estado desde el apartidismo.
El movimiento se ha dado a sí mismo sus propias normas, sus formas de gobierno, sus mecanismos de representación, sus demandas, su plan de acción. En el camino, ha desplegado una capacidad de articulación fuera de lo común. Nacido de la libre asociación creativa y desinteresada de los jóvenes que lo integran, es autónomo e independiente de cualquier grupo o partido político.
Su apartidismo no significa que esté contra los partidos. Simple y llanamente no quiere ser metido en esa jaula. Por ejemplo, estudiantes y voceros de #YoSoy132 calificaron de acertadas y positivas las iniciativas de Andrés Manuel López Obrador en su plan en defensa de la democracia; sin embargo, añadieron: Somos totalmente independientes de sus iniciativas; nos mantenemos apartidistas, pacíficos y neutrales.
El movimiento surgió como un hecho, como un acontecimiento político que modificó el curso de la campaña electoral y la vida política del país. Nadie lo previó, ni lo ideó, ni lo inventó, ni realizó trabajo de organización para fundarlo. Simple y llanamente pasó.
Pero el movimiento sigue sucediendo. Sus iniciativas no cesan. Sus acciones colectivas continúan causando rupturas y transformando la política nacional por una ruta inédita. Irrumpen en el curso normal de los acontecimientos políticos y los descarrilan. Cambian, sin permiso, el libreto dictado desde el poder sobre el destino inmediato de la tragicomedia política nacional y obligan a escribirlo nuevamente.
Como si el cansancio y el desgaste no existieran, a sus convocatorias a tomar las calles para frenar la imposición de Enrique Peña Nieto se suman, semana tras semana, decenas de miles de ciudadanos. Y, aunque la fuerza de #YoSoy132 no debe medirse por lo que de él se dice en los medios, cada una de sus propuestas es replicada y desvirtuada hasta el cansancio por los intelectuales mediáticos. Por algo será.
Los integrantes del movimiento están creando colectivamente su destino. Lo están haciendo con imaginación e inventiva, evitando repetir el pasado. Nada está escrito de antemano en su futuro. Nadie sabe realmente qué sucederá, aunque sus integrantes anticipan que su acción está provocando el nacimiento de una realidad diferente. Dicho de otra manera: la incertidumbre es el nombre del juego.
La reacción del mundo político institucional ante la protesta ha sido de enojo y desconcierto. Severamente cuestionado por los jóvenes inconformes, como si fuera un papá regañón que reprende a hijos desobedientes, Leonardo Valdés Zurita los mandó a estudiar y a que nos digan qué van a aportar para que el país sea más democrático, progrese y sea un mejor lugar para vivir. Y el abogado de cuanta causa innoble hay en el país, Diego Fernández de Cevallos, afirmó que #YoSoy132 ha perdido su esencia y ha sido infiltrado por fuerzas que desdibujan el origen del movimiento.
#YoSoy132 es un nuevo actor en la lucha por la emancipación, en el sentido que da a este concepto el filósofo Jacques Rancière: “La refutación en acto de este reparto a priori de las formas de vida. Es el movimiento por el cual los y las que se situaban en el mundo privado se afirman capaces de una mirada, de una palabra y de un pensamiento públicos”. En este camino, el movimiento reivindica, en los hechos, principios que no han caído en la obsolescencia.
Es por ello que ha establecido una política de alianzas que lo acerca a los campesinos de Atenco, los comuneros de Cherán, el Congreso Nacional Indígena, los maestros democráticos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación o los electricistas del SME. Estas relaciones han provocado descalificaciones histéricas de quienes, en lugar de aprender del movimiento, pretenden darle lecciones.
#YoSoy132 no enarbola reivindicaciones particulares. Demanda exigencias que competen al conjunto de la sociedad, que implican a todos los interesados con un cambio de rumbo en la ruta nacional. Su exigencia de democratizar los medios de comunicación electrónicos y de frenar la imposición de Enrique Peña Nieto son propuestas compartidas por una amplia franja de la población.
El movimiento ha fijado su propio calendario, diferente a los tiempos del poder. Por ejemplo, acordó el cerco pacífico a Televisa el mismo día en que comienzan los juegos olímpicos, fecha en la que están en juego poderosos intereses comerciales.
En su acción, ha obligado a los medios electrónicos a que se ocupen de él. Al analizar la nueva Primavera de los Pueblos, el filósofo francés Alain Badiou cita el comentario de un rebelde egipcio que ejemplifica con precisión lo que sucede en México en este terreno: Antes yo miraba la televisión, ahora la televisión me mira a mí.
En la protesta anti-Peña del pasado domingo, como en ocasiones anteriores, se respiraba la ausencia de miedo. A pesar de las campañas de satanización en su contra, #YoSoy132 ha desterrado de su filas el temor que paraliza. Este domingo, la multitud marchó, al tiempo festiva e indignada, dispuesta a cambiar al país.
La realidad está en las calles, advirtió una pancarta presente en esa manifestación, afirmando, sin decirlo, que no se encuentra ni en las pantallas de televisión ni en las líneas ágatas de la prensa del poder. Esa realidad, la de las calles, asegura hoy que otro país es posible.
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