Napoleón Gómez Urrutia
Ante los recientes acontecimientos públicos, hoy está más viva que nunca la demanda nacional por un profundo cambio del modelo injusto de política económica y social que padece México. Los últimos sucesos no opacan la intensidad de este reclamo fundamental de la nación. Por el contrario, cada día que pasa surge con más vigor la imperiosa urgencia de una transformación a fondo de la economía y de la política, en el sentido que la mayoría de la sociedad la demanda y la requiere.
Las necesidades de crecimiento económico y desarrollo social del país no sólo se satisfacen con modificaciones de contenido democrático en el sistema político o en el proceso electoral, por muy necesarias que ellas sean. Pues en el fondo, no es democrático el avance político que ignore la transformación de las actuales y absurdas estructuras económicas y sociales, que debe estar dirigida a favorecer los intereses de las inmensas mayorías y satisfacer los apremios reales de la nación.
Esto es algo que no han querido entender ni mucho menos aceptar las élites gobernantes que en los últimos seis lustros han dominado en México, así como en otros países. Las grandes crisis económicas y financieras que se viven hoy en diversos países de Europa, en los mismos Estados Unidos y en las naciones de alto grado de desarrollo, así como en el Medio Oriente y los países árabes, tienen por causa común una política de menosprecio a los derechos humanos de los pueblos, de sus trabajadores y de sus organizaciones sociales, para favorecer a los minúsculos pero poderosos núcleos de interés económico y financiero que se escudan en la falsa y arrogante imagen de las llamadas fuerzas del mercado.
Esta política es una de las causas básicas del estado de desorden económico y social que prevalece en México desde hace más de tres décadas cuando menos, con más de 50 millones de pobres, con una concentración insultante de la riqueza y la correspondiente desigualdad, y con una brutal inseguridad pública alimentada en México los pasados seis años por la torpe guerra contra el crimen organizado que, si se aprecia bien, es un engendro neto de esa política antisocial y antinacional, la cual se basa en la pretensión de arreglar los conflictos sociales solamente con militares, cárceles y represión, sin atender a las causas profundas de esta explosión de violencia delincuencial.
Desde hace cinco sexenios gubernamentales, comenzando con el trío De la Madrid-Salinas-Zedillo en la presidencia de la nación, y continuando con la pareja panista de Fox y Calderón, las élites del poder económico y político en México se han dedicado a expoliar al país, sin miramientos y sin ninguna vergüenza política. En su conjunto, todo esfuerzo gubernamental o de los empresarios que han actuado como sus cómplices, ha estado determinado por el designio de favorecer los intereses de unos cuantos, frente a los de las mayorías. Por este camino han ido deslizando a México, cada vez más profundamente, en el hundimiento y el desastre.
Para mí en lo personal, y para las fuerzas sociales con las cuales dialogamos, está más vivo que nunca el propósito de cambiar a fondo el modelo económico y social de México. Nada ni nadie nos hará renunciar a este derecho al verdadero progreso nacional. Ni las persecuciones políticas o judiciales nos han debilitado ni nos han hecho desistir de llevar adelante este gran propósito de visión y de avance histórico, y tampoco lo lograrán en el futuro.
Nuestra conducta política se ha determinado por esta tarea verdaderamente liberadora de las fuerzas y del espíritu creador de un pueblo tan inteligente y generoso como el mexicano. Toda decisión política que nos ponga en el camino de emanciparnos de la estrategia neoliberal, la hemos asumido a plena conciencia de sus riesgos y de sus peligros, pues esta es la más importante lucha que pueda darse actualmente en México.
Ni el desánimo de algunos otros ni mucho menos el miedo al cambio cancelarán este esfuerzo. Por el contrario, postulamos más que nunca un camino de transformaciones progresistas fundamentales, y lo continuaremos haciendo, no importa lo que políticos mediocres u hombres de empresa sin visión hayan pensado sobre nuestra actuación social o política, o lo que lleguen a considerar más adelante. Lo que la nación necesita urgentemente es sumar todas las voluntades y fuerzas posibles para lograr la transformación profunda del modelo injusto y antisocial por el cual se rige la economía de México en la actualidad.
Si lo han logrado otros países en Latinoamérica, no se ve por qué el nuestro no lo ha de alcanzar si, además, fuimos quienes históricamente abrimos ese camino en la región. Esas naciones, igual que otras en el mundo, se están liberando de yugos ideológicos y sociales y empiezan a marchar en el sentido histórico correcto para sus pueblos y sus realidades, sean cuales sean las amenazas o los peligros que deban enfrentar o ya estén encarando.
La política de México debe servir al gran objetivo de liberarnos de la estrategia económica y social concentradora de la riqueza que nos oprime, que nos impide avanzar y que nos obstruye para crear las bases sólidas del verdadero desarrollo, de la generación de empleos, de la racionalidad y la justicia en las relaciones de producción y trabajo, así como para poder otorgar el trato de dignidad económica, política y social que merecen todos los mexicanos. Ninguna otra tarea es tan importante como esta, en los términos del presente, si queremos un futuro de progreso, bienestar y libertad.
Ante los recientes acontecimientos públicos, hoy está más viva que nunca la demanda nacional por un profundo cambio del modelo injusto de política económica y social que padece México. Los últimos sucesos no opacan la intensidad de este reclamo fundamental de la nación. Por el contrario, cada día que pasa surge con más vigor la imperiosa urgencia de una transformación a fondo de la economía y de la política, en el sentido que la mayoría de la sociedad la demanda y la requiere.
Las necesidades de crecimiento económico y desarrollo social del país no sólo se satisfacen con modificaciones de contenido democrático en el sistema político o en el proceso electoral, por muy necesarias que ellas sean. Pues en el fondo, no es democrático el avance político que ignore la transformación de las actuales y absurdas estructuras económicas y sociales, que debe estar dirigida a favorecer los intereses de las inmensas mayorías y satisfacer los apremios reales de la nación.
Esto es algo que no han querido entender ni mucho menos aceptar las élites gobernantes que en los últimos seis lustros han dominado en México, así como en otros países. Las grandes crisis económicas y financieras que se viven hoy en diversos países de Europa, en los mismos Estados Unidos y en las naciones de alto grado de desarrollo, así como en el Medio Oriente y los países árabes, tienen por causa común una política de menosprecio a los derechos humanos de los pueblos, de sus trabajadores y de sus organizaciones sociales, para favorecer a los minúsculos pero poderosos núcleos de interés económico y financiero que se escudan en la falsa y arrogante imagen de las llamadas fuerzas del mercado.
Esta política es una de las causas básicas del estado de desorden económico y social que prevalece en México desde hace más de tres décadas cuando menos, con más de 50 millones de pobres, con una concentración insultante de la riqueza y la correspondiente desigualdad, y con una brutal inseguridad pública alimentada en México los pasados seis años por la torpe guerra contra el crimen organizado que, si se aprecia bien, es un engendro neto de esa política antisocial y antinacional, la cual se basa en la pretensión de arreglar los conflictos sociales solamente con militares, cárceles y represión, sin atender a las causas profundas de esta explosión de violencia delincuencial.
Desde hace cinco sexenios gubernamentales, comenzando con el trío De la Madrid-Salinas-Zedillo en la presidencia de la nación, y continuando con la pareja panista de Fox y Calderón, las élites del poder económico y político en México se han dedicado a expoliar al país, sin miramientos y sin ninguna vergüenza política. En su conjunto, todo esfuerzo gubernamental o de los empresarios que han actuado como sus cómplices, ha estado determinado por el designio de favorecer los intereses de unos cuantos, frente a los de las mayorías. Por este camino han ido deslizando a México, cada vez más profundamente, en el hundimiento y el desastre.
Para mí en lo personal, y para las fuerzas sociales con las cuales dialogamos, está más vivo que nunca el propósito de cambiar a fondo el modelo económico y social de México. Nada ni nadie nos hará renunciar a este derecho al verdadero progreso nacional. Ni las persecuciones políticas o judiciales nos han debilitado ni nos han hecho desistir de llevar adelante este gran propósito de visión y de avance histórico, y tampoco lo lograrán en el futuro.
Nuestra conducta política se ha determinado por esta tarea verdaderamente liberadora de las fuerzas y del espíritu creador de un pueblo tan inteligente y generoso como el mexicano. Toda decisión política que nos ponga en el camino de emanciparnos de la estrategia neoliberal, la hemos asumido a plena conciencia de sus riesgos y de sus peligros, pues esta es la más importante lucha que pueda darse actualmente en México.
Ni el desánimo de algunos otros ni mucho menos el miedo al cambio cancelarán este esfuerzo. Por el contrario, postulamos más que nunca un camino de transformaciones progresistas fundamentales, y lo continuaremos haciendo, no importa lo que políticos mediocres u hombres de empresa sin visión hayan pensado sobre nuestra actuación social o política, o lo que lleguen a considerar más adelante. Lo que la nación necesita urgentemente es sumar todas las voluntades y fuerzas posibles para lograr la transformación profunda del modelo injusto y antisocial por el cual se rige la economía de México en la actualidad.
Si lo han logrado otros países en Latinoamérica, no se ve por qué el nuestro no lo ha de alcanzar si, además, fuimos quienes históricamente abrimos ese camino en la región. Esas naciones, igual que otras en el mundo, se están liberando de yugos ideológicos y sociales y empiezan a marchar en el sentido histórico correcto para sus pueblos y sus realidades, sean cuales sean las amenazas o los peligros que deban enfrentar o ya estén encarando.
La política de México debe servir al gran objetivo de liberarnos de la estrategia económica y social concentradora de la riqueza que nos oprime, que nos impide avanzar y que nos obstruye para crear las bases sólidas del verdadero desarrollo, de la generación de empleos, de la racionalidad y la justicia en las relaciones de producción y trabajo, así como para poder otorgar el trato de dignidad económica, política y social que merecen todos los mexicanos. Ninguna otra tarea es tan importante como esta, en los términos del presente, si queremos un futuro de progreso, bienestar y libertad.
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