Francisco Rodriguez / Índice Político
Rechinando de limpio. Así quedó el banco inglés HSBC, luego de que los funcionarios mejor pagados de Hacienda, de su dependiente la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, lo mismo que del “autónomo” Banco de México dieran carpetazo al escándalo estallado en el Congreso de Estados Unidos, donde se denunciara que esa organización financiera “blanqueó”, durante los primeros dos años del calderonato –remember Zhen Li, Lozano Alarcón y el “coopelas o cuellos”--, más de 7 mil millones de dólares.
Una multa insignificante y ¡zaz!, la “lavadora” entró al ciclo de enjuague. O más precisamente, al ciclo de los enjuagues.
Como si fuera la Real Academia de la Banca, el papel de Hacienda se redujo al lema de la que lo es de la Lengua Española: “Limpia, pule y da esplendor”.
En realidad, Hacienda, la CNBV y el Banco de México alientan la corrupción, solapan la impunidad.
La de los poderosos, por supuesto.
Para José Antonio Meade, Guillermo Babatz y para Agustín Carstens, si un banco se corrompe es porque puede, y si no lo hace es porque no quiere.
Si cae en la corrupción, empero, ya tendrá a los dizque funcionarios públicos mejor pagados haciéndose cargo de su defensa.
Así funciona El Sistema, nos guste o no.
Y en cuanto un banco “lava”, defrauda o roba sin que pase nada, los demás tienden a contagiarse de acuerdo al principio de emulación.
No obstante, las facilidades institucionales para corromperse no explican que la epidemia de corrupción se haya extendido por todo el sistema financiero como una metástasis.
Para que el contagio se produzca hace falta algo más que la licencia o la permisividad institucional, que constituye una condición necesaria, pero no suficiente.
Y ese plus que incentiva el contagio es la existencia de un clima de impunidad tanto real como percibida.
1) Un clima de impunidad real porque –por ejemplo—el financiamiento ilegal de los partidos a través de empresas fantasmas y organizaciones bancarias como Monex no figura en el Código Penal, y dada la maraña legal y su consiguiente inseguridad jurídica, son muy pocas las sentencias de condena firme que lograrán obtenerse tras las imputaciones de corrupción.
2) Y un clima de impunidad percibida porque la opinión pública alberga un amplio margen de fatalismo y, por tanto, de tolerancia respecto a la corrupción.
Tratadistas como Arnold Heidenheimer distinguen tres zonas de corrupción. Existe una zona blanca, tolerada tanto por las élites como por los “proles” de a pie: por ejemplo, evadir o eludir el pago de impuestos.
Luego, hay una zona negra de corrupción clandestina para la que no hay tolerancia al ser condenada por élites y masas: ejemplo, el soborno de los jueces.
Y en medio hay otra zona gris, donde no hay acuerdo entre élites y masas porque la tolerancia social es incierta, habiendo sectores más permisivos --generalmente los menos informados--, y otros en cambio más intolerantes, que son los más cívicos e ilustrados. Y el que las corrupciones concretas caigan en una u otra zona depende del clima de tolerancia o rechazo creado por la opinión publicada.
El problema es que los ámbitos de opinión están liderados por las élites dirigentes, copropietarias, socias o simplemente mandamases de los periodistas.
A diferencia de los países nórdicos, cuyas élites son intolerantes con la corrupción, en los países latinos y católicos como México sucede al revés. Entre nosotros las élites sociales incurren con impunidad en prácticas de corrupción: evasión de impuestos, doble contabilidad, lavado de dinero negro...
De ahí que su mal ejemplo se propague desde arriba, autorizando a dizque “servidores públicos” y a ciudadanos a dejarse contagiar con impotente fatalismo por la impune corrupción de sus élites incivilizadas.
Por eso Hacienda limpia, pule y da esplendor a los fraudes de los poderosos.
Índice Flamígero: El consejero presidente del IFE, Leonardo Valdés, también sacó el jabón y los cepillos. Adoptó la actitud de fregona de pisos y limpió con inusitada intervención en el Consejo General de tan desacreditada institución la imagen de la encuestadora GEA-ISA y del diario Milenio, que en la pasada campaña presidencial mantuvieron durante más de cien días una campaña publicitaria disfrazada de estudio demoscópico. Valdés también limpia, pule y da… + + + Parafraseando al inolvidable Abel Quezada, dentro de 124 días termina el invierno ¿y comienza la primavera?
Rechinando de limpio. Así quedó el banco inglés HSBC, luego de que los funcionarios mejor pagados de Hacienda, de su dependiente la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, lo mismo que del “autónomo” Banco de México dieran carpetazo al escándalo estallado en el Congreso de Estados Unidos, donde se denunciara que esa organización financiera “blanqueó”, durante los primeros dos años del calderonato –remember Zhen Li, Lozano Alarcón y el “coopelas o cuellos”--, más de 7 mil millones de dólares.
Una multa insignificante y ¡zaz!, la “lavadora” entró al ciclo de enjuague. O más precisamente, al ciclo de los enjuagues.
Como si fuera la Real Academia de la Banca, el papel de Hacienda se redujo al lema de la que lo es de la Lengua Española: “Limpia, pule y da esplendor”.
En realidad, Hacienda, la CNBV y el Banco de México alientan la corrupción, solapan la impunidad.
La de los poderosos, por supuesto.
Para José Antonio Meade, Guillermo Babatz y para Agustín Carstens, si un banco se corrompe es porque puede, y si no lo hace es porque no quiere.
Si cae en la corrupción, empero, ya tendrá a los dizque funcionarios públicos mejor pagados haciéndose cargo de su defensa.
Así funciona El Sistema, nos guste o no.
Y en cuanto un banco “lava”, defrauda o roba sin que pase nada, los demás tienden a contagiarse de acuerdo al principio de emulación.
No obstante, las facilidades institucionales para corromperse no explican que la epidemia de corrupción se haya extendido por todo el sistema financiero como una metástasis.
Para que el contagio se produzca hace falta algo más que la licencia o la permisividad institucional, que constituye una condición necesaria, pero no suficiente.
Y ese plus que incentiva el contagio es la existencia de un clima de impunidad tanto real como percibida.
1) Un clima de impunidad real porque –por ejemplo—el financiamiento ilegal de los partidos a través de empresas fantasmas y organizaciones bancarias como Monex no figura en el Código Penal, y dada la maraña legal y su consiguiente inseguridad jurídica, son muy pocas las sentencias de condena firme que lograrán obtenerse tras las imputaciones de corrupción.
2) Y un clima de impunidad percibida porque la opinión pública alberga un amplio margen de fatalismo y, por tanto, de tolerancia respecto a la corrupción.
Tratadistas como Arnold Heidenheimer distinguen tres zonas de corrupción. Existe una zona blanca, tolerada tanto por las élites como por los “proles” de a pie: por ejemplo, evadir o eludir el pago de impuestos.
Luego, hay una zona negra de corrupción clandestina para la que no hay tolerancia al ser condenada por élites y masas: ejemplo, el soborno de los jueces.
Y en medio hay otra zona gris, donde no hay acuerdo entre élites y masas porque la tolerancia social es incierta, habiendo sectores más permisivos --generalmente los menos informados--, y otros en cambio más intolerantes, que son los más cívicos e ilustrados. Y el que las corrupciones concretas caigan en una u otra zona depende del clima de tolerancia o rechazo creado por la opinión publicada.
El problema es que los ámbitos de opinión están liderados por las élites dirigentes, copropietarias, socias o simplemente mandamases de los periodistas.
A diferencia de los países nórdicos, cuyas élites son intolerantes con la corrupción, en los países latinos y católicos como México sucede al revés. Entre nosotros las élites sociales incurren con impunidad en prácticas de corrupción: evasión de impuestos, doble contabilidad, lavado de dinero negro...
De ahí que su mal ejemplo se propague desde arriba, autorizando a dizque “servidores públicos” y a ciudadanos a dejarse contagiar con impotente fatalismo por la impune corrupción de sus élites incivilizadas.
Por eso Hacienda limpia, pule y da esplendor a los fraudes de los poderosos.
Índice Flamígero: El consejero presidente del IFE, Leonardo Valdés, también sacó el jabón y los cepillos. Adoptó la actitud de fregona de pisos y limpió con inusitada intervención en el Consejo General de tan desacreditada institución la imagen de la encuestadora GEA-ISA y del diario Milenio, que en la pasada campaña presidencial mantuvieron durante más de cien días una campaña publicitaria disfrazada de estudio demoscópico. Valdés también limpia, pule y da… + + + Parafraseando al inolvidable Abel Quezada, dentro de 124 días termina el invierno ¿y comienza la primavera?
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