Yancuic Agencia de Noticias y Publicidad
El dirigente del PAN, Gustavo Madero, decidió unirse a la causa del PRD y de su candidato perdedor Andrés Manuel López Obrador, en su lucha por invalidar, al menos en los medios, la elección presidencial de 2012. Se trata de un giro importante en la estrategia de Acción Nacional e, implícitamente, de una descalificación a las palabras del presidente Calderón pronunciadas el mismo día de la elección y a la determinación del mandatario por una transición tersa y ordenada. Es extraño que un partido que se ha mantenido leal al Presidente que emanó de sus filas haga hoy, en los hechos, un deslinde de tal proporción y decida unir fuerzas con el adversario ideológico, el mismo que hace seis años se declaró enemigo del abanderado panista a la Presidencia.
¿Representa el dirigente del PAN la postura del panismo? Si la razón define, es evidente que no, ni siquiera la de su candidata presidencial, Josefina Vázquez Mota, que la misma noche del 1 de julio definió postura, mucho menos la del presidente Calderón; el caso da para pensar en una supuesta rebelión a manera de salvar su responsabilidad por el desastroso resultado al que llevó al PAN y hacerla trasladar al presidente Calderón o a su candidata. No falta quien advierta en la postura del disminuido y cuestionado dirigente panista una estrategia en el intento de encarecer el apoyo y la disposición del PAN en su conjunto, tesis que no reproduciría la conducta que ha caracterizado a este político a lo largo de su trayectoria.
Cierto es que el PAN desde hace tiempo ha presentado agravios por el asunto Monex, también que ha reconocido el resultado adverso de la elección y ha señalado que insistirá en el desahogo de la investigación en curso para que sean las instituciones competentes las que realicen las indagatorias del caso. Lo que sorprende no es que el PAN reitere su posición, sino que la enmarque en la estrategia del PRD para invalidar la elección presidencial. La cuestión se vuelve fundamental por tratarse de un asunto claramente político, no jurídico, que tiene que ver con el calculado propósito de López Obrador de erigirse en el líder formal y/o moral del PRD, luego de la declaratoria de validez de la elección presidencial, en septiembre. En otras palabras, Gustavo Madero está sirviendo a la causa que llevó a su partido a perder su condición de opción fundamental frente al candidato más fuerte. Porque, además del abandono en el que dejó a su candidata, fue su antipriismo a ultranza y la subestimación de una contienda de tres lo que más influyó para que su partido llegara al tercer lugar de las preferencias. Y ahora, el dirigente del PAN reincide en la postura que los llevó a ese sitio.
La incongruencia no se refiere a la gratitud o reciprocidad que el PAN podría deberle al PRI por lo acontecido hace seis años, cuando el presidente Calderón enfrentó dificultades para superar la feroz resistencia de López Obrador a la toma de posesión. No, la inconsistencia del dirigente del PAN es más sustantiva y tiene que ver con la postura del dirigente de Acción Nacional frente a la legalidad y la política. Siempre, aun en las horas más difíciles e inciertas, la lucha cívica del PAN tuvo claro el cauce que debían tener las diferencias originadas en los comicios. No es el caso de López Obrador, para quien las leyes o las instituciones tienen la medida de su conveniencia política. Si el resultado no le favorece, la elección es una farsa, independientemente de los acontecimientos, del partido o del adversario. En 2006 fueron el PAN y Felipe Calderón, hoy son el PRI y Enrique Peña, sin importar la diferencia, la legalidad de los comicios de senadores y diputados, o los triunfos del PRD en el Distrito Federal, Morelos y Tabasco. Se impugna y se cuestiona lo que se perdió, exclusivamente porque se perdió.
Al sumarse a la causa de López Obrador, el dirigente del PAN conduce a su partido a derroteros muy inciertos. Afortunadamente, la legalidad del sistema y la postura a favor de la institucionalidad democrática de muchos panistas pronostica el término de la irresponsable aventura del promotor de la derrota panista. Pronto vendrán las aclaraciones y las correcciones, pero el daño está hecho y sería conveniente asignarlo a la cuenta personal del dirigente Madero y no a la del partido, sobre todo por la necesidad que tiene el país de contar con una oposición leal a la institucionalidad democrática.
López Obrador y sus voceros han anunciado que respetarán el fallo del Tribunal, como también antes dijeron que respetarían el resultado de la elección. Es posible que el dirigente del PAN identifique aquí un punto de coincidencia, aunque sería un caso de extrema ingenuidad. Lo cierto es que existe un cauce legal e institucional para la diferencia planteada por la izquierda y, por ello, es preciso que sean las instituciones, y no las presiones sociales o políticas, las que se impongan.
Las elecciones han concluido. Las diferencias y las querellas habrán de solventarse a través de los procedimientos legales del sistema institucional. El país exige dejar atrás una contienda que ya ha sido resuelta por una clara mayoría. El voto democrático asigna a las tres fuerzas políticas fundamentales responsabilidades que deben asumir con plenitud. La pluralidad es una oportunidad, pero también un compromiso. El país debe desandar ese camino del chantaje calculado de los malos perdedores; son muchas las dificultades y muy grandes los desafíos como para perder tiempo, energía y oportunidades en temas que tienen sus propios tiempos y espacios. Ahora es tiempo de que ganadores y no ganadores asuman, con la urgencia que el país demanda, su responsabilidad frente a la determinación ciudadana expresada en forma clara, libre y democrática este pasado primero de julio.
El dirigente del PAN, Gustavo Madero, decidió unirse a la causa del PRD y de su candidato perdedor Andrés Manuel López Obrador, en su lucha por invalidar, al menos en los medios, la elección presidencial de 2012. Se trata de un giro importante en la estrategia de Acción Nacional e, implícitamente, de una descalificación a las palabras del presidente Calderón pronunciadas el mismo día de la elección y a la determinación del mandatario por una transición tersa y ordenada. Es extraño que un partido que se ha mantenido leal al Presidente que emanó de sus filas haga hoy, en los hechos, un deslinde de tal proporción y decida unir fuerzas con el adversario ideológico, el mismo que hace seis años se declaró enemigo del abanderado panista a la Presidencia.
¿Representa el dirigente del PAN la postura del panismo? Si la razón define, es evidente que no, ni siquiera la de su candidata presidencial, Josefina Vázquez Mota, que la misma noche del 1 de julio definió postura, mucho menos la del presidente Calderón; el caso da para pensar en una supuesta rebelión a manera de salvar su responsabilidad por el desastroso resultado al que llevó al PAN y hacerla trasladar al presidente Calderón o a su candidata. No falta quien advierta en la postura del disminuido y cuestionado dirigente panista una estrategia en el intento de encarecer el apoyo y la disposición del PAN en su conjunto, tesis que no reproduciría la conducta que ha caracterizado a este político a lo largo de su trayectoria.
Cierto es que el PAN desde hace tiempo ha presentado agravios por el asunto Monex, también que ha reconocido el resultado adverso de la elección y ha señalado que insistirá en el desahogo de la investigación en curso para que sean las instituciones competentes las que realicen las indagatorias del caso. Lo que sorprende no es que el PAN reitere su posición, sino que la enmarque en la estrategia del PRD para invalidar la elección presidencial. La cuestión se vuelve fundamental por tratarse de un asunto claramente político, no jurídico, que tiene que ver con el calculado propósito de López Obrador de erigirse en el líder formal y/o moral del PRD, luego de la declaratoria de validez de la elección presidencial, en septiembre. En otras palabras, Gustavo Madero está sirviendo a la causa que llevó a su partido a perder su condición de opción fundamental frente al candidato más fuerte. Porque, además del abandono en el que dejó a su candidata, fue su antipriismo a ultranza y la subestimación de una contienda de tres lo que más influyó para que su partido llegara al tercer lugar de las preferencias. Y ahora, el dirigente del PAN reincide en la postura que los llevó a ese sitio.
La incongruencia no se refiere a la gratitud o reciprocidad que el PAN podría deberle al PRI por lo acontecido hace seis años, cuando el presidente Calderón enfrentó dificultades para superar la feroz resistencia de López Obrador a la toma de posesión. No, la inconsistencia del dirigente del PAN es más sustantiva y tiene que ver con la postura del dirigente de Acción Nacional frente a la legalidad y la política. Siempre, aun en las horas más difíciles e inciertas, la lucha cívica del PAN tuvo claro el cauce que debían tener las diferencias originadas en los comicios. No es el caso de López Obrador, para quien las leyes o las instituciones tienen la medida de su conveniencia política. Si el resultado no le favorece, la elección es una farsa, independientemente de los acontecimientos, del partido o del adversario. En 2006 fueron el PAN y Felipe Calderón, hoy son el PRI y Enrique Peña, sin importar la diferencia, la legalidad de los comicios de senadores y diputados, o los triunfos del PRD en el Distrito Federal, Morelos y Tabasco. Se impugna y se cuestiona lo que se perdió, exclusivamente porque se perdió.
Al sumarse a la causa de López Obrador, el dirigente del PAN conduce a su partido a derroteros muy inciertos. Afortunadamente, la legalidad del sistema y la postura a favor de la institucionalidad democrática de muchos panistas pronostica el término de la irresponsable aventura del promotor de la derrota panista. Pronto vendrán las aclaraciones y las correcciones, pero el daño está hecho y sería conveniente asignarlo a la cuenta personal del dirigente Madero y no a la del partido, sobre todo por la necesidad que tiene el país de contar con una oposición leal a la institucionalidad democrática.
López Obrador y sus voceros han anunciado que respetarán el fallo del Tribunal, como también antes dijeron que respetarían el resultado de la elección. Es posible que el dirigente del PAN identifique aquí un punto de coincidencia, aunque sería un caso de extrema ingenuidad. Lo cierto es que existe un cauce legal e institucional para la diferencia planteada por la izquierda y, por ello, es preciso que sean las instituciones, y no las presiones sociales o políticas, las que se impongan.
Las elecciones han concluido. Las diferencias y las querellas habrán de solventarse a través de los procedimientos legales del sistema institucional. El país exige dejar atrás una contienda que ya ha sido resuelta por una clara mayoría. El voto democrático asigna a las tres fuerzas políticas fundamentales responsabilidades que deben asumir con plenitud. La pluralidad es una oportunidad, pero también un compromiso. El país debe desandar ese camino del chantaje calculado de los malos perdedores; son muchas las dificultades y muy grandes los desafíos como para perder tiempo, energía y oportunidades en temas que tienen sus propios tiempos y espacios. Ahora es tiempo de que ganadores y no ganadores asuman, con la urgencia que el país demanda, su responsabilidad frente a la determinación ciudadana expresada en forma clara, libre y democrática este pasado primero de julio.
Comentarios