El sepelio demoscópico de AMLO

Fausto Pretelín

Las encuestas no nacieron para manipular a las audiencias sino para conocer la opinión de la gente que no conocemos, es decir, de la población en general; es la estadística el único elemento con el que se debe conformar una encuesta.

Los financiamientos de partidos políticos a empresas encuestadoras, se pueden convertir en conductores de metodologías voluntaria o involuntariamente. Todo depende de la ética de los dueños. Pero también depende del multifuncionamiento de las encuestadoras. Algunas de ellas preguntan en el mismo momento, por las preferencias electorales pero también la opinión sobre la mermelada del Gansito.

Quienes perdieron, además de la credibilidad de algunas encuestadoras, son los líderes de opinión que sepultaron a López Obrador cada noche.

Leo Zuckermann, arropado por la atmósfera que significa jugar en casa (El Colegio de México) pero también por un grupo de encuestólogos, que por decreto señalaron a sus números como sólidos, y por lo tanto incuestionables, se mofó del ausente Alejandro Moreno (Reforma) durante una reunión celebrada el 27 de junio.

Con la intención de simular gracia, Zuckermann recordó mediante un cuadro de la revista Nexos, las diferencias existentes entre los números de las encuestas de Reforma con diversos resultados electorales: “Entre las encuestadoras reprobadas está el periódico Reforma; quizá por eso no quisieron venir hoy, porque si hubiera sido alumnos de El Colegio de México ya los hubieran corrido de la industria de las encuestas”.

Otro de los presentes en la reunión académica, Francisco Abundis, calificó de “aberrante” a la encuesta del Reforma correspondiente al mes de mayo y cuya brecha entre Peña Nieto y López Obrador la ubicó en tan sólo cuatro puntos.

Hoy, ni Zuckermann ni Abundis han pedido una disculpa (no a Moreno que resultaría imposible, sino a sus fans). Por el contrario, el cinismo suele ser cómodo cuando uno se encuentra sobre las nubes.

Abundis se ha convertido en una especie de embajador de los encuestólogos y ha intentado escribir explicaciones sobre los desatinados números de su empresa, Parametría, en plural y no en singular. Como la retórica dino manda.
En Francia y en España los árbitros de futbol son desconocidos entre los aficionados a ese deporte; en México son protagonistas. Les gustan los reflectores, los programas especiales, dar comentarios e inclusive, algunos de ellos se prestan a hacer payasadas en la televisión.

En Francia y en España los encuestólogos son gente desconocida entre los votantes, simplemente los resultados de las encuestas son dados a conocer por medios de comunicación y punto; en México, a varios encuestólogos les gusta el micrófono y las cámaras de televisión; opinan en contra de sus competidores públicamente, van señalando rutas críticas erróneas de candidatos, “explican fenómenos”, se ríen y provocan risas y abucheos entre los televidentes. En pocas palabras, forman parte del rating carpero.

El pasado 22 de abril, a las ocho de la noche, Nicolas Sarkozy daba una “sopresa” al electorado francés; su posible derrumbe en la primera vuelta no había acontecido. De 10 encuestas, siete le daban al candidato socialista François Hollande la victoria entre 1 y 5 puntos (de esas siete, en cinco la diferencia superaba a los 2.5 puntos); de las otras tres, una colocaba a Sarkozy como ganador, y dos mostraban números empatados. En la primera vuelta participaron diez candidatos; el fenómeno no es nuevo.

Cuando existen diez opciones para votar, algunos ciudadanos que no forman parte del voto duro de los virtualmente partidos ganadores, zapean sabiendo que sólo dos pasarán a la segunda vuelta. Sabiendo que en esa ocasión, Hollande y Sarkozy pasarían a la segunda vuelta, algunos de ellos votaron, por ejemplo, por la candidata del partido Verde o por la centrista Bayrou. A la espiral del silencio también se le toma en cuenta en los modelos demoscópicos aunque la varianza sea elevada.

La brecha real el día de la elección entre el primero y el segundo lugar sólo presentaba 1.45 puntos. El candidato socialista, François Hollande, obtenía 28.63% mientras que Sarkozy se quedaba en 27.18%. Sin embargo, en esa noche la polémica no fueron los encuestólogos que habían fallado, en realidad, todos miraban hacia el Frente Nacional de Marine Le Pen, y lo hacían por el posible trasvase de votos que el partido ultraderechista le podría dar a Sarkozy en la segunda vuelta (6 de mayo) a petición, claro, de su lideresa Marine. La encuesta de salida presentada por el Instituto LH2 aseguraba que dos de cada 10 franceses habían votado por el Frente Nacional. El número exacto fue 18% del electorado.

Las matemáticas estaban con Hollande, pues sólo cuatro de cada 10 franceses que habían votado por Le Pen en la primera vuelta, le darían, en la segunda vuelta, su voto a Sarkozy. Algo más, el centrista François Bayrou, quien obtuvo 9.13% de los votos durante la primera vuelta, anunció a los suyos la vía libre para la segunda vuelta, es decir, Bayrou no pidió el voto para alguno de los dos finalistas. Sí lo hizo Mélenchon, del Partido Comunista, quien pidió el voto a favor de Hollande.
François Hollande ganaría la elección presidencial con 51.62% de los votos. La abstención quedó por debajo del 20%.

De las empresas encuestadoras nadie habló. En España tampoco los encuestólogos son protagonistas del “cotilleo” como sucede en México.

En las últimas elecciones de la comunidad catalana, la brecha de las estimaciones de la encuesta Noxa, publicada en el periódico La Vanguardia, sobre los resultados, fue menor al error muestral. Artur Mas, al frente de Convergència i Unió se convertiría en presidente sacando del poder al socialista José Montilla.

Al nivel nacional tampoco hubo mayor problema. La debacle de Zapatero por la crisis económica, le daría sin mayor problema el triunfo al Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy en las elecciones generales celebradas el pasado 20 de noviembre. En una encuesta de Metroscopia publicada en El País (a finales de agosto) el PP obtenía 44.8% de la intención de voto frente al 30.8% del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Dos meses después, los resultados de la elección fueron muy similares: PP, 44.62% frente al 28.73% del PSOE.

En México el financiamiento partidista a un buen número de empresas encuestadoras y la conducción editorial que con ellas realizan diversos líderes de opinión, las han convertido en productos publicitarios.

Un ejemplo es lo sucedido con la empresa GEA/ISA, contratada por el Grupo Milenio para desarrollar trackings (series diarias). Cuatro días antes de la elección los números fueron los siguientes: Peña Nieto 46.7%; López Obrador 28.1%; Vázquez Mota 22.6%; y Quadri 2.6 por ciento. La brecha fue de 8.49%, pero más allá de la enorme cantidad de puntos (en votos pasó de 9 millones de votos estimados a 3 millones reales) lo inverosímil fue el rasgo eufórico, por retador, que sostuvo el director, conductor y editorialista de Milenio, Ciro Gómez Leyva, a lo largo de los cien días anteriores al 28 de junio.

La euforia es vital en atmósferas publicitarias pero no lo es en medios editoriales. El conductor retó, como aquellos adolescentes (en mi época) que se citaban al salir de clases del Instituto México, en la rampa de Plaza Universidad para arreglar sus diferendos a golpes: nos vemos el 1 de julio a las 11 de la noche.

No es difícil distinguir entre las encuestas que estimaron erróneamente las preferencias electorales a aquellas que mediante la euforia enterraron cada noche a López Obrador. Pero en México nunca pasa nada. Seguirán los Zuckermann, Abundis y Gómez Leyva emocionando a su púbico fiel. Quién iba a decir. Ellos le han entregado al místico de López Obrador, elementos con los que se demuestra el espectáculo grotesco del show de las encuestas.

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