Jóvenes denuncian fraude
AMLO impugna resultados
Televisa, ríos de dinero
Julio Hernández López / Astillero
La celeridad impositiva concertada se ha topado con dos inmediatos puntos de resistencia: el movimiento 132, ya en las calles, implacable y claro, y la recurrencia de Andrés Manuel López Obrador a los tribunales electorales para denunciar un fraude que aún no señala en esos términos pero cuyos ingredientes ya ha precisado.
El golpe nocturno dominical en favor de Peña Nieto necesitaba de rapidez para inyectar los virus del desánimo y el cinismo. Por ello se adelantaron las conferencias de prensa de Josefina Vázquez Mota y Leonardo Valdés Zurita, con la intención de ganar tiempo e impedir el surgimiento de algún dato o elemento discordantes. La panista ni siquiera se esperó a contar con una base numérica medianamente aceptable para darse por derrotada: con lo que había, que era ínfimo, dejó colgados incluso a quienes todavía a esa hora ultimaban detalles en casillas de diferentes partes del país. Valdés Zurita también saltó antes de tiempo, para presumir unos comicios límpidos, dar por ganador a Peña Nieto y servir de telonero a un disimuladamente eufórico Felipe Calderón. Lo importante era asentar el golpe. Luego vendrían las negociadas felicitaciones internacionales al presunto ganador. ¡Al diablo con las instituciones electorales!
Fulgurante operación reportó resultados positivos a sus creadores. En horas, Peña Nieto fue impuesto política y mediáticamente como virtual presidente de la Haigacracia (haiga sido como haiga sido, según la inmortal fórmula pragmática de Calderón) y los caminos electorales, en sus vertientes jurídicas y tecnológicas, quedaron desazolvados para cumplir con los rituales de simulación que desembocarán en la confirmación del madruguete dominical. La diferencia oficial de votos fue diseñada especialmente para inhibir las posteriores protestas: no los 20 o 15 puntos de distancia blandidos durante meses anteriores para aparentar que el copete en campaña era imbatible, pero sí los suficientes para argumentar que ninguna protesta podría tener fundamento.
Ayer mismo, miles de jóvenes pertenecientes al movimiento 132 marcharon por calles de la ciudad de México para protestar sonoramente contra la pretensión de imponer a Peña Nieto. Fue una manifestación alegre y creativa pero, sobre todo, decidida. La apabullante propaganda televisiva disfrazada de noticieros y programas de opinión y análisis no melló en nada las definiciones políticas de esos ciudadanos recientes. La cargada de la mayoría de los medios impresos, con sus primeras planas tan contentas por el triunfo del PRI y tan anunciadoras de los ánimos de control que mueven a los nuevos operadores de prensa, tampoco desanimaron a los estudiantes. Salieron del símbolo de la corrupción sexenal, la Estela de Luz, caminaron hacia las calles privilegiadas de Polanco y a su paso se toparon con manos solidarias desde balcones, con bocinas de automóviles festejando el paso de la marcha y no llenándola de improperios, con la mirada y el análisis circunstanciales de una clase media alta que de pronto vio sus dominios invadidos por miles de jóvenes asegurando que Peña Nieto no ganó. Terminaron su caminata en el Monumento a la Revolución.
Un antes y un después, inéditos y altamente significativos: nunca se había producido una manifestación tan concurrida de ciudadanos, sobre todo jóvenes, para fijar postura respecto a elecciones que todavía no se realizaban, como la que ocurrió durante la insubordinada noche del sábado de las velas y las antorchas que desembocaron en el Zócalo y en la lectura de un manifiesto de lucha social y política. Tampoco habían salido a las calles, en tal número y con tanta decisión, apenas unas horas después de terminados unos comicios presidenciales, tantos jóvenes denunciando fraude y anunciando resistencia. Parece claro que la clave para abrir la caja fuerte del sistema autoritario restaurado y agravado es la siguiente: una vuelta a la izquierda, tres a la izquierda y dos más a la izquierda.
López Obrador compareció ante reporteros la tarde de ayer para ir fijando una cuidadosa estrategia de resistencia. Es natural que mida sus palabras porque enfrente tiene a una plantilla mediática aceitada especialmente para tratar de evidenciar la incongruencia de que un candidato presidencial ejerza sus derechos por las vías legales. La trampa fue sembrada de forma evidente e insistente antes de los comicios, cuando se presionaba al tabasqueño para que firmara pactos de civilidad que no verían compra de votos ni mapaches priístas.
El candidato de las izquierdas ha decidido transitar por completo el sendero legal, recabando pruebas y cumpliendo con los trámites procesales. No acepta que a él le corresponda sofocar el gran descontento por el presunto triunfo de Peña Nieto, y establece la enorme responsabilidad del IFE y del tribunal electoral federal ante lo que ha sucedido y lo que pueda suceder. Diariamente informará de las pruebas que se vayan recopilando y no descarta que pueda darse una resistencia civil pacífica.
A nadie debería molestar, mucho menos exacerbar, que un ciudadano en ejercicio de sus derechos recurra a los tribunales para demandar justicia que cree le ha sido escamoteada. Esa vía de inconformidad jurídica tiene como sustento dos hechos que son de dominio público pleno: la parcialidad evidente de muchos medios de comunicación, Televisa de manera militante, en apoyo de Enrique Peña Nieto y en abierto detrimento de su principal opositor electoral, AMLO; y los ríos de dinero que corrieron en todo el país para compra de votos y para el financiamiento de la operación territorial de las brigadas de promoción del voto en favor del PRI.
Y, mientras se posa la vista en Jalisco, donde el PRI y sus aliados del PRD chuchista-padillista hicieron lo mismo que Peña Nieto a nivel nacional (con ríos de dinero, mapachería y guerra sucia) para crear una victoria artificial de Aristóteles Sandoval sobre Enrique Alfaro, ante un creciente enojo social en el que también participan muchos jóvenes, ¡hasta mañana!
AMLO impugna resultados
Televisa, ríos de dinero
Julio Hernández López / Astillero
La celeridad impositiva concertada se ha topado con dos inmediatos puntos de resistencia: el movimiento 132, ya en las calles, implacable y claro, y la recurrencia de Andrés Manuel López Obrador a los tribunales electorales para denunciar un fraude que aún no señala en esos términos pero cuyos ingredientes ya ha precisado.
El golpe nocturno dominical en favor de Peña Nieto necesitaba de rapidez para inyectar los virus del desánimo y el cinismo. Por ello se adelantaron las conferencias de prensa de Josefina Vázquez Mota y Leonardo Valdés Zurita, con la intención de ganar tiempo e impedir el surgimiento de algún dato o elemento discordantes. La panista ni siquiera se esperó a contar con una base numérica medianamente aceptable para darse por derrotada: con lo que había, que era ínfimo, dejó colgados incluso a quienes todavía a esa hora ultimaban detalles en casillas de diferentes partes del país. Valdés Zurita también saltó antes de tiempo, para presumir unos comicios límpidos, dar por ganador a Peña Nieto y servir de telonero a un disimuladamente eufórico Felipe Calderón. Lo importante era asentar el golpe. Luego vendrían las negociadas felicitaciones internacionales al presunto ganador. ¡Al diablo con las instituciones electorales!
Fulgurante operación reportó resultados positivos a sus creadores. En horas, Peña Nieto fue impuesto política y mediáticamente como virtual presidente de la Haigacracia (haiga sido como haiga sido, según la inmortal fórmula pragmática de Calderón) y los caminos electorales, en sus vertientes jurídicas y tecnológicas, quedaron desazolvados para cumplir con los rituales de simulación que desembocarán en la confirmación del madruguete dominical. La diferencia oficial de votos fue diseñada especialmente para inhibir las posteriores protestas: no los 20 o 15 puntos de distancia blandidos durante meses anteriores para aparentar que el copete en campaña era imbatible, pero sí los suficientes para argumentar que ninguna protesta podría tener fundamento.
Ayer mismo, miles de jóvenes pertenecientes al movimiento 132 marcharon por calles de la ciudad de México para protestar sonoramente contra la pretensión de imponer a Peña Nieto. Fue una manifestación alegre y creativa pero, sobre todo, decidida. La apabullante propaganda televisiva disfrazada de noticieros y programas de opinión y análisis no melló en nada las definiciones políticas de esos ciudadanos recientes. La cargada de la mayoría de los medios impresos, con sus primeras planas tan contentas por el triunfo del PRI y tan anunciadoras de los ánimos de control que mueven a los nuevos operadores de prensa, tampoco desanimaron a los estudiantes. Salieron del símbolo de la corrupción sexenal, la Estela de Luz, caminaron hacia las calles privilegiadas de Polanco y a su paso se toparon con manos solidarias desde balcones, con bocinas de automóviles festejando el paso de la marcha y no llenándola de improperios, con la mirada y el análisis circunstanciales de una clase media alta que de pronto vio sus dominios invadidos por miles de jóvenes asegurando que Peña Nieto no ganó. Terminaron su caminata en el Monumento a la Revolución.
Un antes y un después, inéditos y altamente significativos: nunca se había producido una manifestación tan concurrida de ciudadanos, sobre todo jóvenes, para fijar postura respecto a elecciones que todavía no se realizaban, como la que ocurrió durante la insubordinada noche del sábado de las velas y las antorchas que desembocaron en el Zócalo y en la lectura de un manifiesto de lucha social y política. Tampoco habían salido a las calles, en tal número y con tanta decisión, apenas unas horas después de terminados unos comicios presidenciales, tantos jóvenes denunciando fraude y anunciando resistencia. Parece claro que la clave para abrir la caja fuerte del sistema autoritario restaurado y agravado es la siguiente: una vuelta a la izquierda, tres a la izquierda y dos más a la izquierda.
López Obrador compareció ante reporteros la tarde de ayer para ir fijando una cuidadosa estrategia de resistencia. Es natural que mida sus palabras porque enfrente tiene a una plantilla mediática aceitada especialmente para tratar de evidenciar la incongruencia de que un candidato presidencial ejerza sus derechos por las vías legales. La trampa fue sembrada de forma evidente e insistente antes de los comicios, cuando se presionaba al tabasqueño para que firmara pactos de civilidad que no verían compra de votos ni mapaches priístas.
El candidato de las izquierdas ha decidido transitar por completo el sendero legal, recabando pruebas y cumpliendo con los trámites procesales. No acepta que a él le corresponda sofocar el gran descontento por el presunto triunfo de Peña Nieto, y establece la enorme responsabilidad del IFE y del tribunal electoral federal ante lo que ha sucedido y lo que pueda suceder. Diariamente informará de las pruebas que se vayan recopilando y no descarta que pueda darse una resistencia civil pacífica.
A nadie debería molestar, mucho menos exacerbar, que un ciudadano en ejercicio de sus derechos recurra a los tribunales para demandar justicia que cree le ha sido escamoteada. Esa vía de inconformidad jurídica tiene como sustento dos hechos que son de dominio público pleno: la parcialidad evidente de muchos medios de comunicación, Televisa de manera militante, en apoyo de Enrique Peña Nieto y en abierto detrimento de su principal opositor electoral, AMLO; y los ríos de dinero que corrieron en todo el país para compra de votos y para el financiamiento de la operación territorial de las brigadas de promoción del voto en favor del PRI.
Y, mientras se posa la vista en Jalisco, donde el PRI y sus aliados del PRD chuchista-padillista hicieron lo mismo que Peña Nieto a nivel nacional (con ríos de dinero, mapachería y guerra sucia) para crear una victoria artificial de Aristóteles Sandoval sobre Enrique Alfaro, ante un creciente enojo social en el que también participan muchos jóvenes, ¡hasta mañana!
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