Bienvenidos a 2006...

Jorge Camil

La derrota de Josefina el domingo pasado fue también la derrota de Felipe Calderón, el gran perdedor de la contienda. Fue, como reconoció Gustavo Madero al día siguiente, una derrota mayúscula. Calderón jamás se perdonará haberle regresado el poder al PRI, un partido al que ha odiado desde niño. Pero el triste fracaso de su gobierno no dejaba lugar a muchas opciones. Sabía cuál sería el resultado, por eso se cuidó de no dar la impresión de estar demasiado involucrado en el proceso, como hizo Vicente Fox. Prefirió dejar en los electores la impresión de ser un presidente como Ernesto Zedillo. Él sería el presidente de la segunda alternancia. Y así marcó nuestro destino político: ir de alternancia en alternancia, sin arribar jamás al puerto de la plena democracia y sin acabar de salir de una transición interminable.

Alguna extraña influencia ejerce Calderón sobre Josefina, porque sin ser santo de su devoción, y sin haberle ayudado en la campaña, la convenció de salir a los medios a aceptar la derrota antes de que se conocieran las cifras del conteo rápido. Enfrentada a ese predicamento humillante, después de tres arduos meses de campaña, a lo más que llegó la candidata fue a lanzar, con ojos llorosos, sonsonete desgastado y sonrisa desdibujada, un par de mensajes subliminales de su propia cosecha; pidió que el partido volviera a ser una institución ciudadana y, más extraño aún, una opción de libertad.

Estoy seguro de que fueron frases suyas, porque las machacó durante toda la campaña; especialmente la del tema de la libertad, que fue quizá su manera tibia de separarse de Calderón. Nunca se dio cuenta de que dejaba en los electores la impresión de que éste era un tirano que había secuestrado el partido para convertirlo en un castillo de la pureza (el hombre que en 1950 encerró a su familia 18 años para que no la contaminara el mundo exterior). Hoy, con la autoridad de haber sido candidata presidencial, y con sus 12.5 millones de votos, Josefina podría usar su movimiento anunciado para disputarle el poder a Calderón, y regresar al PAN de los Gómez Morin, los González Luna y los Preciado Hernández del siglo pasado. Quizá regresando a sus raíces y valores originales el partido dejaría de ser tabla de lanzamiento para oportunistas como Fox y panistas pragmáticos como Calderón.

Fue buena decisión no impugnar la elección ni cuestionar el segundo lugar. Eso los hubiese obligado a ventilar los motivos de la derrota frente a más de 12 millones de electores cautivos y analistas dispuestos a hurgar aún más en las entrañas de un sexenio que convirtió al PAN en otro daño colateral de Calderón. Al término de la justa electoral Calderón felicitó a Peña Nieto y anunció el resultado de la elección en cadena nacional. Con eso, el candidato priísta se sintió en libertad de pronunciar su mensaje a la nación.

Hace dos semanas advertí en este mismo espacio que nos asomábamos a un conflicto electoral que podría volverse violento: http://bit.ly/LGCZc3. Y el martes pasado, antes de que el IFE se pronunciara oficialmente, Andrés Manuel López Obrador abandonó la república amorosa y denunció un enorme fraude electoral. ¿Es una violación del pacto de civilidad? ¡Para nada! Lo firmó porque iba a ganar.

AMLO acusó irregularidades ocurridas antes, durante y después de la elección (lo que indica que ya está consultando abogados, porque esa descripción tan precisa es la de un delito continuado). Añadió que por la cobertura de los medios y el dinero a raudales del PRI, se trató de una elección inequitativa en violación de la Constitución, y plagada de irregularidades. Ya impugnó los comicios y pidió el recuento de todos los votos de la elección presidencial. Lo acompañaban los presidentes de los partidos de su coalición. Así que regresamos a una elección de tres: Peña Nieto, AMLO… y ahora Felipe Calderón.

Antes de las elecciones dije en mi blog (http://bit.ly/P21Rlj) que la guerra de las encuestas fue un espejismo que logró distraernos del escenario de un conflicto electoral. Advertí que López Obrador, consciente del fraude orquestado en su contra en 2006, había iniciado su campaña curándose en salud; alegando que se preparaba un fraude electoral. Hoy finalmente lo está denunciando.

En 2008 publiqué en La Jornada un artículo titulado Un conflicto interminable (http://bit.ly/Nu0HaK). En él lamentaba que dos años después del conflicto de 2006 la república languidecía dividida, y enfrascada en la pelea del voto por voto y casilla por casilla. Proyectábamos la imagen de un país atrapado sin salida, convertido en rehén de ambiciones, odios y venganzas. En 2012 vamos por el mismo camino.

El martes pasado, mientras el consejo del IFE discutía la petición de López Obrador, se infiltraron brigadas de choque entre los estudiantes de #YoSoy132 impidiendo el acceso al edificio. Esperemos que después de una jornada cívica ejemplar no se anule la elección, y que nadie caiga en la tentación de convertir este conflicto en un problema estudiantil. Debemos recordar la frase: 2 de octubre no se olvida.

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