Eduardo Nava Hernández / El cambio de Michoacán
Me preguntaron mis alumnos de Economía mi opinión acerca del movimiento #yosoy132. Algunos de ellos, si bien pocos, están participando en él o han asistido a sus reuniones en Morelia. Les di mi valoración más o menos en términos sucintos que ahora amplío para los lectores.
Como todo movimiento estudiantil amplio, plural, es también heterogéneo. Lo que llama la atención en este caso es que el movimiento haya comenzado por los estudiantes de las universidades privadas, aparentemente pertenecientes a una élite o que se ubican entre los sectores más favorecidos de la sociedad mexicana. Sin paradoja, en ello está la clave para su comprensión. No es sólo que tengan acceso más fácil a una información en mayor cantidad y calidad que otros grupos sociales; fue también el trato que, durante la visita de Peña Nieto a la Ibero, y después, la cúpula priísta y los medios a su servicio les dieron, señalándolos con sospechas infundadas de infiltración, boicot y vandalismo.
La movilización juvenil, empero, detonada en el ambiente enrarecido de una contienda electoral en la que prevalece en buena medida la manipulación informativa y la complicidad de grandes medios, se gestó largamente. Es el producto de un tipo de desarrollo que tiene como efectos más extremos entre los jóvenes la exclusión y la violencia. Alrededor de siete millones de ellos han sido reconocidos por el Inegi sin oportunidades de estudio o de empleo; y ante esta realidad, la delincuencia simple y la organizada, así como la violencia oficial ronda cotidianamente a los jóvenes, como protagonistas o como víctimas. No olvidemos que ya algunos estudiantes de las instituciones públicas y privadas han caído (dos en el Tecnológico de Monterrey, entre ellos) en manos de las fuerzas del Estado o de los propios delincuentes.
Y exclusión y violencia han generado, a lo largo de al menos tres décadas, en la psicología individual y colectiva, la pérdida de confianza frente a fuerzas impersonales aparentemente omnipotentes, en las que el individuo o las comunidades cuentan muy poco, como los mercados, el Estado o un sistema político no democrático. A la estructura de dominación característica del capitalismo ultraliberal corresponde un proyecto educativo que postula y privilegia la competencia entre las personas, más que la colaboración entre ellas -la llamada evaluación y certificación de aptitudes y competencias, por ejemplo-, y por tanto el individualismo. Comparando a la generación juvenil actual con la de 1968, como uno de sus referentes históricos necesarios, los estudiantes de entonces enfrentaban seguramente condiciones más difíciles en lo político -un sistema más rígido y de pleno dominio del partido de régimen, cerrazón absoluta de los medios de comunicación, mayores amenazas de represión-, pero menos opresivas en lo económico. En cambio, la de los 60 era una generación que tenía mucha más confianza en su propia capacidad para transformar el mundo. Hoy, las ventajas de los jóvenes estriban en un mayor y mejor acceso a la información y a la vinculación global inmediata, que es la condición que ha permitido sus formas actuales de organización.
Lo que #yosoy132 ha traído como gran novedad, irrumpiendo en el ambiente político del país y modificando los escenarios electorales, es la recuperación de la confianza de los jóvenes en su fuerza colectiva. Pequeños grandes logros empiezan a coronarlos sus sienes: el ser tomados en cuenta por los grandes medios de comunicación, la transmisión en los canales estelares de las grandes cadenas del segundo debate entre candidatos presidenciales, su reconocimiento como actores de la sociedad por las fuerzas políticas y los mismos candidatos. En Michoacán, el movimiento logró que sea repuesto en las frecuencias radiales del sistema oficial el noticiero de Carmen Aristegui. La calidad y el manejo de la información, condición indispensable para la construcción de un orden democrático, se ha colocado en el foco de la discusión. Se empiezan a remover, aunque no a derribar, pesadas estructuras erigidas desde los grandes centros de poder formal o informal.
Se les critica su falta de claridad programática, la improvisación de algunas de sus propuestas; se les pide incluso que éstas superen a las de los partidos o de organizaciones sociales ya consolidadas. No está en ese aspecto, a mi entender, su aportación. Los jóvenes hoy integrados al #yosoy132, con su movilización y su incipiente organización (que tiene el reto de trascender a la coyuntura electoral) pueden dejar una huella y un mensaje al conjunto de la sociedad con su sola presencia, como a su manera lo hicieron los de la generación de 1968. Estos últimos lo hicieron señalando y cuestionando algunas de las expresiones más agudas del autoritarismo: los presos políticos, el aparato represivo del Estado (condensado en el delito de disolución social), la responsabilidad de las autoridades por los actos concretos de represión. Los actuales se han ubicado en alguna medida en la misma tesitura cuando reclaman al candidato priista su responsabilidad en la represión a Atenco y a la del PAN las complicidades de su partido y del gobierno federal en la tragedia de la Guardería ABC; y ponen sobre la mesa, en ambos casos, como en el del proceso político, la cuestionable actuación de los grandes medios de difusión.
Pero el aporte acaso más trascendente de los jóvenes estudiantes de hoy puede estar en la actualización del encadenamiento de formas de conciencia-acción-organización que tiende a ubicarlos por derecho propio en el escenario político como auténticos actores. Actores imprevistos, por cierto, pero no imprevisibles. Como tales, están devolviéndose a sí mismos y a la sociedad como conjunto la confianza en la acción colectiva y en su capacidad de transformar la realidad. Actuarán, seguramente, por ensayo y error, seguramente tendrán equivocaciones, como las tuvieron otras generaciones. Acaso sus victorias inmediatas sean muy parciales, limitadas, incluso desviadas; habrá también derrotas. Pero si a la sociedad en un sentido más amplio trasciende ese ejemplo de acción autónoma y de autoconfianza, alguna huella en ésta dejarán. El movimiento se demuestra, dicen, andando.
Me preguntaron mis alumnos de Economía mi opinión acerca del movimiento #yosoy132. Algunos de ellos, si bien pocos, están participando en él o han asistido a sus reuniones en Morelia. Les di mi valoración más o menos en términos sucintos que ahora amplío para los lectores.
Como todo movimiento estudiantil amplio, plural, es también heterogéneo. Lo que llama la atención en este caso es que el movimiento haya comenzado por los estudiantes de las universidades privadas, aparentemente pertenecientes a una élite o que se ubican entre los sectores más favorecidos de la sociedad mexicana. Sin paradoja, en ello está la clave para su comprensión. No es sólo que tengan acceso más fácil a una información en mayor cantidad y calidad que otros grupos sociales; fue también el trato que, durante la visita de Peña Nieto a la Ibero, y después, la cúpula priísta y los medios a su servicio les dieron, señalándolos con sospechas infundadas de infiltración, boicot y vandalismo.
La movilización juvenil, empero, detonada en el ambiente enrarecido de una contienda electoral en la que prevalece en buena medida la manipulación informativa y la complicidad de grandes medios, se gestó largamente. Es el producto de un tipo de desarrollo que tiene como efectos más extremos entre los jóvenes la exclusión y la violencia. Alrededor de siete millones de ellos han sido reconocidos por el Inegi sin oportunidades de estudio o de empleo; y ante esta realidad, la delincuencia simple y la organizada, así como la violencia oficial ronda cotidianamente a los jóvenes, como protagonistas o como víctimas. No olvidemos que ya algunos estudiantes de las instituciones públicas y privadas han caído (dos en el Tecnológico de Monterrey, entre ellos) en manos de las fuerzas del Estado o de los propios delincuentes.
Y exclusión y violencia han generado, a lo largo de al menos tres décadas, en la psicología individual y colectiva, la pérdida de confianza frente a fuerzas impersonales aparentemente omnipotentes, en las que el individuo o las comunidades cuentan muy poco, como los mercados, el Estado o un sistema político no democrático. A la estructura de dominación característica del capitalismo ultraliberal corresponde un proyecto educativo que postula y privilegia la competencia entre las personas, más que la colaboración entre ellas -la llamada evaluación y certificación de aptitudes y competencias, por ejemplo-, y por tanto el individualismo. Comparando a la generación juvenil actual con la de 1968, como uno de sus referentes históricos necesarios, los estudiantes de entonces enfrentaban seguramente condiciones más difíciles en lo político -un sistema más rígido y de pleno dominio del partido de régimen, cerrazón absoluta de los medios de comunicación, mayores amenazas de represión-, pero menos opresivas en lo económico. En cambio, la de los 60 era una generación que tenía mucha más confianza en su propia capacidad para transformar el mundo. Hoy, las ventajas de los jóvenes estriban en un mayor y mejor acceso a la información y a la vinculación global inmediata, que es la condición que ha permitido sus formas actuales de organización.
Lo que #yosoy132 ha traído como gran novedad, irrumpiendo en el ambiente político del país y modificando los escenarios electorales, es la recuperación de la confianza de los jóvenes en su fuerza colectiva. Pequeños grandes logros empiezan a coronarlos sus sienes: el ser tomados en cuenta por los grandes medios de comunicación, la transmisión en los canales estelares de las grandes cadenas del segundo debate entre candidatos presidenciales, su reconocimiento como actores de la sociedad por las fuerzas políticas y los mismos candidatos. En Michoacán, el movimiento logró que sea repuesto en las frecuencias radiales del sistema oficial el noticiero de Carmen Aristegui. La calidad y el manejo de la información, condición indispensable para la construcción de un orden democrático, se ha colocado en el foco de la discusión. Se empiezan a remover, aunque no a derribar, pesadas estructuras erigidas desde los grandes centros de poder formal o informal.
Se les critica su falta de claridad programática, la improvisación de algunas de sus propuestas; se les pide incluso que éstas superen a las de los partidos o de organizaciones sociales ya consolidadas. No está en ese aspecto, a mi entender, su aportación. Los jóvenes hoy integrados al #yosoy132, con su movilización y su incipiente organización (que tiene el reto de trascender a la coyuntura electoral) pueden dejar una huella y un mensaje al conjunto de la sociedad con su sola presencia, como a su manera lo hicieron los de la generación de 1968. Estos últimos lo hicieron señalando y cuestionando algunas de las expresiones más agudas del autoritarismo: los presos políticos, el aparato represivo del Estado (condensado en el delito de disolución social), la responsabilidad de las autoridades por los actos concretos de represión. Los actuales se han ubicado en alguna medida en la misma tesitura cuando reclaman al candidato priista su responsabilidad en la represión a Atenco y a la del PAN las complicidades de su partido y del gobierno federal en la tragedia de la Guardería ABC; y ponen sobre la mesa, en ambos casos, como en el del proceso político, la cuestionable actuación de los grandes medios de difusión.
Pero el aporte acaso más trascendente de los jóvenes estudiantes de hoy puede estar en la actualización del encadenamiento de formas de conciencia-acción-organización que tiende a ubicarlos por derecho propio en el escenario político como auténticos actores. Actores imprevistos, por cierto, pero no imprevisibles. Como tales, están devolviéndose a sí mismos y a la sociedad como conjunto la confianza en la acción colectiva y en su capacidad de transformar la realidad. Actuarán, seguramente, por ensayo y error, seguramente tendrán equivocaciones, como las tuvieron otras generaciones. Acaso sus victorias inmediatas sean muy parciales, limitadas, incluso desviadas; habrá también derrotas. Pero si a la sociedad en un sentido más amplio trasciende ese ejemplo de acción autónoma y de autoconfianza, alguna huella en ésta dejarán. El movimiento se demuestra, dicen, andando.
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