Votos diversos

Marta Lamas

La intención de voto se ha convertido en materia de disputas entre amistades y familiares. Hay quienes se niegan –con todo derecho– a decir por quién piensan votar, y también hay quienes declaran abierta y militantemente su voluntad, suscitando reacciones de lo más diversas. En el pequeño mundo en el que circulo, mis compañeras feministas hablan de refrendar su voto duro por el partido por el que siempre han votado: el PRD. En ese sentido, el voto duro se convierte en un signo de identidad biográfica. Otras feministas, que están sacadas de onda con la tibieza de Andrés Manuel respecto a la agenda de los derechos sexuales y reproductivos, plantean un extraño voto razonado: “Quiero que gane, para debatirle sus posturas sobre nuestros temas. Prefiero convertirme en la oposición de AMLO que de cualquiera de los otros”.

¡Bienvenida la oposición! Hacer oposición es imprescindible para la salud de la democracia. Sin un puñado de personas que se empeñen en criticar y señalar las fallas, errores y olvidos, la política perdería fuerza y quienes están en el poder no se esforzarían por rectificar las políticas equivocadas o por tomar en cuenta otras perspectivas. Sin embargo, no deja de parecerme extraño votar por un candidato esperando convertirse en oposición.

En otros ambientes he escuchado a varias personas decir que, como no las convence ninguno de los candidatos presidenciales, piensan anular su voto: ir a la casilla y tachar toda la boleta para invalidarla. Como eso me parece una insensatez, les señalo que la elección no es un concurso de buenos antecedentes ni una competencia de talentos. El voto implica ejercer un derecho de ciudadanía, lo cual remite a construir democracia en un estado de derecho. Por eso me parece que no tiene sentido alguno abstenerse de votar. Me contestan que ir a la casilla no es abstenerse, sino mostrar su descontento con los cuatro candidatos presidenciales. Algunos incluso dicen: “Yo quería que Marcelo fuera el candidato de la izquierda”. Les respondo: “Entonces voten para que sea secretario de Gobernación”.

Votar por el gabinete de Andrés Manuel parece ser una forma de voto útil. “Es el único que pone las cartas sobre la mesa”. “Así, ya sabemos a qué atenernos”. “Quién mejor que De la Fuente para la SEP”. “Estas elecciones representan una oportunidad que no hay que desaprovechar, pues aunque no sea el candidato presidencial deseado, es un gabinetazo que garantiza un cambio progresista”.

Casi todas mis amistades están por el voto razonado, y en los casos en que ninguna opción los convence totalmente han decidido expresarse por la que se acerca más a su aspiración. O, como dicen algunos, por elegir “el menor de los males”. La mayoría de mis estudiantes habla de una decisión de voto razonada, aunque me dicen que es una pena que los partidos se esfuercen más en dañar el capital simbólico y el prestigio de sus rivales que en hacer comprensibles sus propuestas o que en buscar soluciones compartidas.

Tienen razón. En sociedades democráticas políticamente eficientes gran parte de la energía política se canaliza hacia determinadas metas compartidas, que se definen mediante intensos y complejos debates pero que luego todos los partidos políticos apoyan. En México esa energía se consume en pelearse ferozmente o en sabotear los actos y propuestas del adversario. Y como a los partidos les importa hacerse del poder –para eso existen–, entonces es obvio que su actitud en las elecciones está ante todo motivada por el deseo de ganar y no por la voluntad de encontrar cuestiones compartidas. Lamentablemente para todos, el antagonismo partidario pesa más que cualquier posibilidad de coincidir en un objetivo compartido.

Una expresión del voto razonado es el voto cruzado, que reivindica la importancia de garantizar la presencia de la pluralidad partidaria e impedir el “carro completo” al lograr un Congreso plural y equilibrado. Quienes desean votar “cruzado” piensan elegir a un partido para la Presidencia y a otro para senadores y diputados, esperando así que ningún partido tenga una mayoría que no lo obligue a negociar con los demás.

Desde luego, la situación del país ya no da para que quien asuma el poder no escuche la diversidad de voces y propuestas que han circulado. Una gran tarea que se desprenderá de estas elecciones es la de construir acuerdos entre todos los partidos para definir temas fundamentales. Hay que construir un piso de acuerdos y romper muchos círculos viciosos para desarrollar líneas estratégicas que saquen a México del estancamiento y de la brutal desigualdad social, y hacerlo garantizando al mismo tiempo los derechos de todas las personas. Claro que para realizar esto sería mejor contar con un sistema parlamentarista, o sea, uno donde se arman coaliciones entre distintas posturas partidarias. Pero mientras no se reforme nuestro régimen político habrá que funcionar con lo que tenemos. Y justo por eso es fundamental la disposición a aceptar que todas las concepciones políticas puedan llegar a conciliar soluciones compartidas.

Finalmente, aunque ustedes ya se imaginen por quién voy a votar, creo que debo decirles que mi voto razonado será por Andrés Manuel López Obrador.

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