Voto de protesta

John M. Ackerman

El voto no es un cheque en blanco ni una declaración de fe, sino una herramienta sumamente valiosa para expresar nuestras opiniones. No votar es como quedarse callado, al margen, pasivo frente a la realidad. Quien no acuda a las urnas abdica de su responsabilidad ciudadana y sacrifica sus derechos al dejar que otros decidan por él o ella.

¿Cómo deberían votar entonces los indignados que están hartos de la clase política y quieren enviar un mensaje de protesta? Nuestro distinguido colega de Proceso Javier Sicilia ha recomendado emitir un voto en blanco. Existen, sin embargo, otros puntos de vista.

Votar de manera razonada e informada es un enorme privilegio que no podemos menospreciar. El próximo 1 de julio millones de ciudadanos vulnerables no podrán plasmar su opinión en la boleta electoral porque serán “acarreados” a las casillas por sus dirigentes políticos y obligados a votar por un candidato. Se derrocharán millones de pesos para organizar desayunos, transportar a los “militantes” a las casillas y organizar sofisticados esquemas para violentar la secrecía del voto.

Muchas veces los dirigentes obligan a los votantes a sacar fotografías de sus boletas tachadas o a ir acompañados de un menor. En otros casos, el votante debe depositar una boleta previamente cruzada y luego regresar al jefe político la boleta en blanco que recibió en la casilla para que ésta, a su vez, sea tachada y entregada a la siguiente persona en la fila. Y para las personas más vulnerables una simple amenaza o el señalamiento de que el votante supuestamente sería observado vía satélite son suficientes para condicionar su voto.

En un contexto en que se vulnera tan sistemáticamente el derecho al sufragio efectivo y libre, emitir un voto en blanco resulta ser un acto de enorme irresponsabilidad. En lugar de silenciar más a la ciudadanía, habría que fortalecer su voz por medio del ejercicio de un voto razonado.

Afortunadamente, el próximo 1 de julio los ciudadanos tendrán múltiples maneras para expresarse con el voto. Por ejemplo, en las elecciones federales todos podrán sufragar tres veces: por presidente de la República, senador y diputado federal. Asimismo, los sufragios para el Senado y la Cámara de Diputados técnicamente cuentan doble ya que el mismo voto es simultáneamente para el candidato “uninominal”, del distrito o estado específicos, y para la lista “plurinominal”, por circunscripción, del partido correspondiente. Cuando hay elecciones concurrentes para gobernador, presidente municipal y Congreso local (o jefe de Gobierno, jefe delegacional y Asamblea Legislativa), se emiten cuatro “votos” más, para los titulares del Ejecutivo estatal y del Ejecutivo local, así como para diputado local y para la lista plurinominal del partido.

Asimismo, en caso de coalición es preciso decidir cuántos y cuáles emblemas cruzar. Por ejemplo, para la elección presidencial existen siete maneras válidas para votar por Andrés Manuel López Obrador, y tres por Enrique Peña Nieto.

Muchos se han quejado de la enorme complejidad y las dificultades logísticas con la celebración de elecciones concurrentes y la colocación de emblemas distintas para cada partido en las boletas electorales. Fue la reforma electoral de 2007-2008 la que creó ambas situaciones, y la elección presidencial de este año será la primera vez en que se aplicarán integralmente todos los elementos de la reforma. Llevar ésta a la práctica implica sin duda un enorme reto, tanto para las instituciones electorales como para los funcionarios de casilla y los mismos votantes.

Pero también habría que ver los elementos positivos con la nueva complejidad del sufragio. Ahora tendremos una mejor oportunidad que nunca para expresar nuestros puntos de vista por medio del ejercicio de un voto diferenciado entre partidos y candidatos. Por ejemplo, un solo ciudadano podría simultáneamente votar por Enrique Peña Nieto porque le cae bien La Gaviota, castigar al Partido Verde por su hipocresía y alianza con las televisoras, dar un voto de confianza a los legisladores federales del Partido Acción Nacional (PAN) y avalar la gestión del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la Ciudad de México. Este ciudadano tacharía únicamente el emblema del PRI en la boleta para presidente de la República, votaría PAN para diputados federales y senadores y cruzaría el emblema del PRD para jefe de Gobierno, jefe delegacional y Asamblea Legislativa.

En contraste, un ciudadano rebelde a quien le gusta nadar a contracorriente podría encontrar atractiva la opción de votar por el PT para jefe delegacional enviando un mensaje a las mafias locales del PRD, por el PAN para diputado local con el fin de que Miguel Ángel Mancera cuente con contrapesos en la Asamblea Legislativa, por el PRI para jefe de Gobierno porque le convence el discurso beligerante de la candidata, por el PAN para diputados federales y senadores buscando un equilibrio entre poderes al nivel federal, y por López Obrador para presidente de la República pretendiendo expulsar al PRIAN del poder federal después de dos décadas de corrupción, violencia y estancamiento económico.

Es tan importante estudiar los perfiles y las propuestas de los candidatos como analizar la correlación de fuerzas en la elección correspondiente para poder distribuir mejor los múltiples sufragios. No dudo, por ejemplo, que el próximo 1 de julio muchos panistas de cepa podrían emitir ocho “votos” a favor del PAN (diputado local, lista plurinominal local, presidente municipal, gobernador, diputado federal, lista plurinominal federal para diputados, senador, lista plurinominal federal para el Senado) y también dar su noveno voto, quizás con los ojos cerrados y con una cara de disgusto, a López Obrador con el fin de evitar el retorno del PRI a Los Pinos.

Hagamos votos para que en las próximas elecciones se exprese con plenitud tanto la más amplia participación ciudadana como la inteligencia crítica de los votantes a la hora de que se encuentren a solas con crayón en mano y un abanico de boletas a la vista.

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