Víspera peligrosa

Jacobo Zabludovsky

Estamos a menos de dos semanas de la votación, cuando los nervios se convierten en malos consejeros, las angustias desalojan a la prudencia y las provocaciones se multiplican. Ninguna amenaza crece tanto como la que surge en ese lapso que llamamos las horas antes o los días previos.

Se han dado los primeros síntomas de una alteración de la paz en distintos lugares del país: en Tepeaca es golpeado el automóvil de Enrique Peña Nieto al terminar un mitin en la plaza pública; en Chiapas es asesinado un brigadista del PAN, presuntamente por un candidato del PRI a una presidencia municipal; con rara simultaneidad los actos de violencia registran un aumento. Según José Luis Prado Maillard, director de la Facultad de Derecho y Criminología de la Universidad Autónoma de Nuevo León: “Los municipios son las zonas más vulnerables […] toda vez que no sólo se elige al presidente de la República, sino a diputados locales y presidentes municipales, personajes que son piezas clave en la operación ilícita de las organizaciones criminales”.

En épocas de crispación como la que vivimos basta una chispa para iniciar un incendio. La intransigencia del sacristán en un detalle insignificante durante una bendición generó el mitote más mencionado de la historia de México, en Amozoc, durante 1797, cuando se enfrentaron vecinos de barrios rivales que, según versiones, se dieron hasta con los Cristos que llevaban, riña tan enconada que Manuel Flor de la Cadena, intendente de Puebla, prohibió la continuación del ritual en esa parroquia. Desde entonces se dice de las reuniones que terminan en batalla campal que acabaron “como el rosario de Amozoc”. No vayamos a concluir igual o peor.

La noche del 23 de agosto de 1572, en París, varios acontecimientos que aislados no presagiaban un final desastroso crecieron como una bola de nieve, se multiplicaron y condujeron al estallido de una de las guerras religiosas más crueles y sangrientas en la historia europea, a partir de la matanza de hugonotes que se extendió a toda Francia durante largos días y es tristemente famosa como la Noche de San Bartolomé. No es para que nos pongamos solemnes y catastrofistas, aunque no debemos olvidar que todos supieron cómo empezaron estos conflictos, pero nadie imaginaba cómo terminarían.

Si en México los candidatos a tantos puestos de tan diversa importancia velan sus armas, es lugar común y obligado recordar el capítulo donde don Quijote veló las suyas en una venta “que se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata”, porque es, otra vez, el caso de algo comenzado de manera festiva y terminado en paliza que por poco le cuesta la vida al arriero descuidado que movió las armas del caballero andante, quien luego “alzó otra vez la lanza y, sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro”. Así se las gastaba el viejo hidalgo, y como en la fantasía son las historias de la gente.

No juguemos con fuego en la imaginación ni en la vida real. Con tantos fierros en la lumbre no será difícil que se nos haga bolas el engrudo: sufrimos la guerra contra narcos y otros delincuentes, la transición de un gobierno a otro que suele ser traumática, el enjuiciamiento de políticos, militares y líderes obreros, la crisis económica mundial con sus efectos en México y el acomodo febril de quienes temen perder, con un cambio de gobernantes, los privilegios acumulados durante muchos años. Hay un caldo de cultivo grato a toda clase de microbios.

La efervescencia juvenil de las últimas semanas en las principales universidades mexicanas no ayuda a la tranquilidad, porque los estudiantes son presa codiciada de toda la infinita caterva de pillos agazapados en los rincones. El movimiento ha dado pruebas de solidez y los jóvenes se muestran maduros en sus posturas y en la forma de exigir atención a sus problemas. Pero, cuidado.

Esta recta final es la más difícil en una lucha electoral. Se queman los últimos cartuchos y algunos se juegan el todo por el todo. La guerra sucia se hace peor y en un final de fotografía los candidatos y sus partidarios echan mano de los recursos extremos, tan inesperados a veces como perversos. No es labor exclusiva de las autoridades la de impedir violencia y trampas. Es trabajo de todos nosotros llevar a buen fin lo que de buena manera se ha conducido desde el inicio de las campañas.

Hagamos la tarea no sólo a favor de nuestros candidatos, sino en beneficio de una estructura democrática cada vez de mayor alcance, donde cada voto cuenta y su validez no depende del capricho de mafiosos. Ésta es una magnífica oportunidad para cada uno nosotros.

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