Tres horas de violencia; los oficiales detuvieron a adolescentes
Más de mil granaderos sitian el barrio
Mirna Servín / La Jornada
Tepito quedó sitiado. Después de al menos tres horas en las que jóvenes con el rostro cubierto hicieron de las calles de este barrio un territorio gobernado por su propia ley, más de mil granaderos regresaron a tomar cada una de las calles desde Eje 1 Norte, en sus límites con Paseo de la Reforma, hasta avenida del Trabajo.
Los bloques de policías amurallados entre escudos y cascos que a las 16 horas empezaron a caminar por las calles no calmaron los ánimos.
Las motonetas, con hasta tres personas a bordo, dejaron de pasar a toda velocidad por el eje, como había sucedido desde que los elementos policiacos se retiraron, por primera vez a las 13 horas, tras un operativo de decomiso de mercancía robada llevado a cabo en la calle de Cerrada Díaz de León, cerca del cruce con González Ortega.
Con las calles llenas de granaderos empezaron las detenciones. Los elementos policiacos llegaron directamente por algunos jóvenes, y en otros casos detenían a aquellos que estaban en la calle. Las manos en la nuca, la cabeza agachada a la altura de la cintura, hasta que el detenido era trasladado a una formación de granaderos, donde era encapsulado en medio de todos.
Una mujer trataba de calmar a dos adolescentes que sollozaban: “No, no es El Jerry, él trae los tenis blancos; al que se llevaron los traía negros”. Los pies eran lo único que se veía a aquellos que eran detenidos y rodeados por los elementos policiales.
Durante al menos 30 minutos los vecinos quedaron en estado de sitio. No podían salir de las calles que cruzan el eje, pues una valla de policías lo impedía.
–Déjeme pasar. A mí la banda me da línea, no me pasa nada. Imagínese, a mí me dicen El Matón –decía un hombre extremadamente enjuto.
–Pues a los matones también se los carga la chingada. Aquí se queda –le contestó un granadero apostado en la esquina de Florida.
Algunas mujeres querían pasar a sus casas, por su auto, a la esquina de enfrente, pero ningún vecino cruzó la calle mientras continuaron las detenciones.
A primera vista no se distinguía si aquellos chavos subidos en las camionetas de la policía capitalina eran los mismos que, a plena luz del día, frente a cientos de transeúntes que se quedaron varados, sin transporte y sin servicio del Metro, eran los mismos que asaltaban a los pasajeros de los microbuses que atravesaba avenidas paralelas.
O si eran aquellos otros que golpeaban una camioneta color cobre en la esquina de Peña y Peña, para obligar a la mujer que la conducía a abrir la ventanilla y entregar sus pertenencias.
También podrían ser los que una hora antes se repartían abiertamente, sentados en la esquina de Aztecas, las cajas de refrescos que acababan de saquear de un camión repartidor, o tal vez aquellos que quemaron dos camionetas y las usaron para bloquear la vialidad.
En medio de la rapiña, la Casa de Cultura Enrique Ramírez colocó un letrero: se suspenden actividades. Una telesecundaria ubicada sobre el Eje 1 Norte sirvió de refugio a las maestras asomadas por la puerta entreabierta.
Los comerciantes recogieron sus puestos de jugos, de frutas y de juguetes. La ropa quedó empacada en bolsas de lona azul. Los diablitos con mercancía eran empujados velozmente para salir de la zona. Tepito se quedó solo otra vez.
Más de mil granaderos sitian el barrio
Mirna Servín / La Jornada
Tepito quedó sitiado. Después de al menos tres horas en las que jóvenes con el rostro cubierto hicieron de las calles de este barrio un territorio gobernado por su propia ley, más de mil granaderos regresaron a tomar cada una de las calles desde Eje 1 Norte, en sus límites con Paseo de la Reforma, hasta avenida del Trabajo.
Los bloques de policías amurallados entre escudos y cascos que a las 16 horas empezaron a caminar por las calles no calmaron los ánimos.
Las motonetas, con hasta tres personas a bordo, dejaron de pasar a toda velocidad por el eje, como había sucedido desde que los elementos policiacos se retiraron, por primera vez a las 13 horas, tras un operativo de decomiso de mercancía robada llevado a cabo en la calle de Cerrada Díaz de León, cerca del cruce con González Ortega.
Con las calles llenas de granaderos empezaron las detenciones. Los elementos policiacos llegaron directamente por algunos jóvenes, y en otros casos detenían a aquellos que estaban en la calle. Las manos en la nuca, la cabeza agachada a la altura de la cintura, hasta que el detenido era trasladado a una formación de granaderos, donde era encapsulado en medio de todos.
Una mujer trataba de calmar a dos adolescentes que sollozaban: “No, no es El Jerry, él trae los tenis blancos; al que se llevaron los traía negros”. Los pies eran lo único que se veía a aquellos que eran detenidos y rodeados por los elementos policiales.
Durante al menos 30 minutos los vecinos quedaron en estado de sitio. No podían salir de las calles que cruzan el eje, pues una valla de policías lo impedía.
–Déjeme pasar. A mí la banda me da línea, no me pasa nada. Imagínese, a mí me dicen El Matón –decía un hombre extremadamente enjuto.
–Pues a los matones también se los carga la chingada. Aquí se queda –le contestó un granadero apostado en la esquina de Florida.
Algunas mujeres querían pasar a sus casas, por su auto, a la esquina de enfrente, pero ningún vecino cruzó la calle mientras continuaron las detenciones.
A primera vista no se distinguía si aquellos chavos subidos en las camionetas de la policía capitalina eran los mismos que, a plena luz del día, frente a cientos de transeúntes que se quedaron varados, sin transporte y sin servicio del Metro, eran los mismos que asaltaban a los pasajeros de los microbuses que atravesaba avenidas paralelas.
O si eran aquellos otros que golpeaban una camioneta color cobre en la esquina de Peña y Peña, para obligar a la mujer que la conducía a abrir la ventanilla y entregar sus pertenencias.
También podrían ser los que una hora antes se repartían abiertamente, sentados en la esquina de Aztecas, las cajas de refrescos que acababan de saquear de un camión repartidor, o tal vez aquellos que quemaron dos camionetas y las usaron para bloquear la vialidad.
En medio de la rapiña, la Casa de Cultura Enrique Ramírez colocó un letrero: se suspenden actividades. Una telesecundaria ubicada sobre el Eje 1 Norte sirvió de refugio a las maestras asomadas por la puerta entreabierta.
Los comerciantes recogieron sus puestos de jugos, de frutas y de juguetes. La ropa quedó empacada en bolsas de lona azul. Los diablitos con mercancía eran empujados velozmente para salir de la zona. Tepito se quedó solo otra vez.
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