Guillermo Fabela
Mientras más se acerca el fin de las campañas políticas, más arrecian las embestidas de la derecha contra el candidato del Movimiento Progresista. Esto tiene explicación en el hecho de que los dirigentes del binomio PRI-PAN saben que tienen perdida la elección, pues el recurso tramposo de las encuestas no ha dado el resultado que esperaban, y cada vez hay más evidencias de que amplios grupos de la sociedad están decididos a evitar la redición de un fraude como los cometidos en 1988 y en el 2006. En tales circunstancias, el voto duro con que cuentan ambos partidos no sería suficiente para derrotar el sufragio de más de una tercera parte del electorado.
En las tres décadas que llevan los tecnócratas en el poder, han dado muestras de sobra de que lo único que les interesa es medrar, como lo patentizan las riquezas que han acumulado los miembros de la burocracia dorada, inexplicables de conformidad con los sueldos que dicen devengar. ¿Acaso Carlos Salinas de Gortari no es uno de los políticos más ricos del mundo? ¿No están en el mismo caso quienes formaron parte de su gabinete? ¿Qué decir de Ernesto Zedillo y sus principales colaboradores? ¿No son Vicente Fox y Diego Fernández de Cevallos, ejemplos paradigmáticos de políticos enriquecidos en menos de un sexenio?
En el mismo caso están, sin duda, Felipe Calderón y los miembros más connotados de su gabinete, como lo prueba el reportaje de la revista “Proceso”, donde se muestran las mansiones que algunos de ellos han podido adquirir antes de que finalizara el sexenio. Tal realidad es el principal argumento para que no quieran perder el poder, los panistas, y para quererlo recuperar, los tecnócratas del tricolor. El futuro del país les importa un bledo, y no tendrían empacho en ponerlo en grave riesgo con tal de conservar sus privilegios.
Vale tal señalamiento por los preparativos para que los gobernadores priístas lleven a cabo la “Operación maletas” de aquí al día de la elección. Contarían con el apoyo de Elba Esther Gordillo, a sabiendas de que no le queda otro recurso para tratar de salvarse y salvar a su organización mafiosa, de conformidad con un acuerdo al que llegaron ella y Enrique Peña Nieto con la mediación del mandatario de Puebla, Rafael Moreno Valle. Con todo, lo más lamentable es que en el Instituto Federal Electoral no parezcan darse cuenta de las maniobras que anuncian un fraude, que de llevarse a cabo pondría al país en una efervescencia política y social que iría subiendo de tono.
Se equivocan los ideólogos y dirigentes de la derecha si creen que la situación calamitosa podría calmarse en pocos meses, una vez aceptado el fraude por las autoridades electorales. No en las actuales circunstancias, como lo reconocen incluso varios jerarcas católicos. El obispo auxiliar de Durango, Enrique Sánchez, afirmó que “el entorno social que rodea a las elecciones está cargado de sombras, angustias y tristeza por la inseguridad desencadenada por el crimen organizado, desconfianza en las instituciones públicas, pobreza, abandono del campo, corrupción, impunidad, crisis educativa”.
¿En qué cabeza cabe que en tal situación pueda aceptarse un nuevo fraude electoral, cuya única finalidad no sería otra que mantener un estado de cosas inaceptable para la inmensa mayoría del pueblo? El obispo Sánchez pidió a los electores que no se dejen influenciar por las encuestas, sino que elijan a sus representantes de acuerdo con sus principios y creencias. Conviene puntualizar que deben votar conforme al imperativo de salvaguardar el presente y el futuro de las familias, pues de continuar el modelo impuesto al país hace tres décadas, no habría manera de evitar una gran catástrofe apocalíptica.
Es cierto, como dice el prelado, que “el cristiano tiene la obligación de participar en la búsqueda del modelo político más adecuado en la organización y en la vida política de la comunidad”. Es obvio que el que se ha seguido los últimos treinta años no encaja en tal premisa, como lo demuestran los resultados que el propio obispo enumeró. En este lapso se canceló una mínima posibilidad de hacer avanzar la democracia, pues las políticas públicas se orientaron a fortalecer a una oligarquía voraz y apátrida, así como a una clase política corrupta sin otro compromiso que el de acrecentar sus cuentas bancarias y acumular bienes.
Los militantes de base del binomio deben votar por la opción que puede frenar el desastre al que nos conduce la burocracia tecnocrática. Evitar que haya un continuismo depredador y cínico es vital para garantizar la paz social que se necesita en las actuales circunstancias del país. Con Peña Nieto en Los Pinos (Josefina Vázquez Mota no cuenta porque no tiene la confianza plena de la oligarquía), el caos no tardaría en presentarse y sería imposible poner en marcha programas que impulsaran el crecimiento. La instauración de un régimen policíaco no sería la solución, porque sólo contribuiría a generar más rencor social. No es difícil imaginar lo que sobrevendría los meses siguientes, sobre todo si la toma del poder se realizara mediante un fraude. La oligarquía sería la primera en lamentarlo.
Mientras más se acerca el fin de las campañas políticas, más arrecian las embestidas de la derecha contra el candidato del Movimiento Progresista. Esto tiene explicación en el hecho de que los dirigentes del binomio PRI-PAN saben que tienen perdida la elección, pues el recurso tramposo de las encuestas no ha dado el resultado que esperaban, y cada vez hay más evidencias de que amplios grupos de la sociedad están decididos a evitar la redición de un fraude como los cometidos en 1988 y en el 2006. En tales circunstancias, el voto duro con que cuentan ambos partidos no sería suficiente para derrotar el sufragio de más de una tercera parte del electorado.
En las tres décadas que llevan los tecnócratas en el poder, han dado muestras de sobra de que lo único que les interesa es medrar, como lo patentizan las riquezas que han acumulado los miembros de la burocracia dorada, inexplicables de conformidad con los sueldos que dicen devengar. ¿Acaso Carlos Salinas de Gortari no es uno de los políticos más ricos del mundo? ¿No están en el mismo caso quienes formaron parte de su gabinete? ¿Qué decir de Ernesto Zedillo y sus principales colaboradores? ¿No son Vicente Fox y Diego Fernández de Cevallos, ejemplos paradigmáticos de políticos enriquecidos en menos de un sexenio?
En el mismo caso están, sin duda, Felipe Calderón y los miembros más connotados de su gabinete, como lo prueba el reportaje de la revista “Proceso”, donde se muestran las mansiones que algunos de ellos han podido adquirir antes de que finalizara el sexenio. Tal realidad es el principal argumento para que no quieran perder el poder, los panistas, y para quererlo recuperar, los tecnócratas del tricolor. El futuro del país les importa un bledo, y no tendrían empacho en ponerlo en grave riesgo con tal de conservar sus privilegios.
Vale tal señalamiento por los preparativos para que los gobernadores priístas lleven a cabo la “Operación maletas” de aquí al día de la elección. Contarían con el apoyo de Elba Esther Gordillo, a sabiendas de que no le queda otro recurso para tratar de salvarse y salvar a su organización mafiosa, de conformidad con un acuerdo al que llegaron ella y Enrique Peña Nieto con la mediación del mandatario de Puebla, Rafael Moreno Valle. Con todo, lo más lamentable es que en el Instituto Federal Electoral no parezcan darse cuenta de las maniobras que anuncian un fraude, que de llevarse a cabo pondría al país en una efervescencia política y social que iría subiendo de tono.
Se equivocan los ideólogos y dirigentes de la derecha si creen que la situación calamitosa podría calmarse en pocos meses, una vez aceptado el fraude por las autoridades electorales. No en las actuales circunstancias, como lo reconocen incluso varios jerarcas católicos. El obispo auxiliar de Durango, Enrique Sánchez, afirmó que “el entorno social que rodea a las elecciones está cargado de sombras, angustias y tristeza por la inseguridad desencadenada por el crimen organizado, desconfianza en las instituciones públicas, pobreza, abandono del campo, corrupción, impunidad, crisis educativa”.
¿En qué cabeza cabe que en tal situación pueda aceptarse un nuevo fraude electoral, cuya única finalidad no sería otra que mantener un estado de cosas inaceptable para la inmensa mayoría del pueblo? El obispo Sánchez pidió a los electores que no se dejen influenciar por las encuestas, sino que elijan a sus representantes de acuerdo con sus principios y creencias. Conviene puntualizar que deben votar conforme al imperativo de salvaguardar el presente y el futuro de las familias, pues de continuar el modelo impuesto al país hace tres décadas, no habría manera de evitar una gran catástrofe apocalíptica.
Es cierto, como dice el prelado, que “el cristiano tiene la obligación de participar en la búsqueda del modelo político más adecuado en la organización y en la vida política de la comunidad”. Es obvio que el que se ha seguido los últimos treinta años no encaja en tal premisa, como lo demuestran los resultados que el propio obispo enumeró. En este lapso se canceló una mínima posibilidad de hacer avanzar la democracia, pues las políticas públicas se orientaron a fortalecer a una oligarquía voraz y apátrida, así como a una clase política corrupta sin otro compromiso que el de acrecentar sus cuentas bancarias y acumular bienes.
Los militantes de base del binomio deben votar por la opción que puede frenar el desastre al que nos conduce la burocracia tecnocrática. Evitar que haya un continuismo depredador y cínico es vital para garantizar la paz social que se necesita en las actuales circunstancias del país. Con Peña Nieto en Los Pinos (Josefina Vázquez Mota no cuenta porque no tiene la confianza plena de la oligarquía), el caos no tardaría en presentarse y sería imposible poner en marcha programas que impulsaran el crecimiento. La instauración de un régimen policíaco no sería la solución, porque sólo contribuiría a generar más rencor social. No es difícil imaginar lo que sobrevendría los meses siguientes, sobre todo si la toma del poder se realizara mediante un fraude. La oligarquía sería la primera en lamentarlo.
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