Prepararse para el 2 de julio

Guillermo Almeyra

¿Es posible creer en la aceptación de la legalidad democrática y electoral por parte de una oligarquía cebada con la superexplotación de los trabajadores, que goza de una de las mayores diferencias en los ingresos entre pobres y ricos a escala mundial y que está acostumbrada desde hace siglos a encarcelar y asesinar a los que protestan y reivindican derechos y a quienes considera seres inferiores? El capitalismo en México no es igual al capitalismo en Suecia, como lo demuestra, entre otras cosas, la represión del priísta Peña Nieto contra los pobladores de Atenco o el asesinato de miles de personas durante el gobierno del panista Calderón. Si el gobierno del PRI impuso mediante el fraude, en 1988, a Salinas de Gortari, y si el del PAN hizo lo mismo en 2006, imponiendo fraudulentamente a Calderón, ¿quién puede asegurar que el primero de julio tendremos una elección limpia, legal?

El constitucionalista Ferdinand Lassalle decía que la Constitución es un pedazo de papel en la boca de un cañón; es decir, que la aplicación de la misma depende de la relación de fuerzas que le da vigencia. La única garantía para hacer respetar la Constitución –y el veredicto de las urnas– es, por tanto, no depender de modo fetichista del primero de julio y del acto electoral. O sea, es necesario estar preparado para el 2 de julio, para oponer al fraude una real y creciente resistencia civil organizada, en nombre de la ley, tal como nuestros antepasados rechazaron los intentos releccionistas de Porfirio Díaz al grito de sufragio efectivo, no relección, y con esa rebelión abrieron las puertas a la participación en la vida política nacional de los indígenas, campesinos y obreros, y al México nacido de la Revolución, cuyos restos corren el riesgo de ser eliminados si triunfa Peña Nieto.

Por eso esta elección no es como las otras y no se limita a decidir quién seguirá explotando a los trabajadores durante seis años más. En ellas hay que preservar lo que queda de Pemex (que Peña Nieto quiere poner a disposición de las petroleras privadas), lo que queda de las leyes sociales y laborales (amenazadas por la aprobación de nuevas legislaciones reaccionarias) o defender el trabajo de los electricistas del SME y de los mineros, así como la educación o los derechos de los pueblos indígenas. Por eso es esencial la movilización y la organización de indígenas, campesinos, obreros, estudiantes y demócratas de todo el país, porque sin ella no será posible imponer el respeto de lo poco que queda de las conquistas de la Revolución mexicana y, mucho menos aún, el cambio social que impida que se profundice el actual desastre y que nos impongan una dictadura.

Queda menos de un mes para lograr y afirmar una fuerte mayoría electoral y el triunfo en las urnas derrotando al PRIAN de Calderón, Fox, Peña Nieto, Salinas de Gortari. Pero, sobre todo, desde ya hay que transformar la organización con vistas a la construcción de una base de poder popular paralelo que sea capaz de hacer respetar la legalidad, de asegurar los derechos de los trabajadores y los oprimidos, de imponer los derechos de los pueblos indígenas y que, eventualmente, permita generalizar la resistencia civil

Existen los núcleos para emprender esa tarea: ahí están, en efecto, las autonomías indígenas, las policías comunitarias y la autodefensa contra los delincuentes y el narcotráfico, los grupos que animan la organización política de los trabajadores en torno al SME y a otros sindicatos, los organizados en los comités de Morena e incluso todos los que se organizan como #YoSoy132, no con fines electoralistas ni detrás de un candidato, pero sí para rechazar al que, en nombre de la oligarquía y del sector decisivo de las clases dominantes y en alianza con el capital financiero internacional, se prepara para aplicarle a todo México la solución Atenco.

La crisis mundial se agravará porque Europa se está hundiendo aún más mientras Estados Unidos, por su parte, no sale de su crisis económica, social y política y ve reforzarse el racismo agresivo de la derecha, mientras China comienza a enfrentar un desaceleramiento de su economía y un aumento en los conflictos sociales y políticos. Más de un millón y medio de mexicanos que habían emigrado a Estados Unidos retornaron ya a un país más pobre y con menos puestos de trabajo, y competirán por los recursos y por el trabajo con los que todos los días tienen una vida más difícil.

La delincuencia y el narco aparecen hoy como la principal opción económica para los millones de jóvenes que cada año se incorporan a la población económicamente activa engrosando el ejército de desocupados o semidesocupados. Todo eso mientras en Estados Unidos se discute sobre la conveniencia o no de acabar con la independencia formal de nuestro país, que ya dependen totalmente de la economía gringa.

No hay plazo ni bases serias para esperar mejoras económicas, sociales, culturales, políticas. Lo realista es combatir por un cambio social que, poniendo a los seres humanos antes que las ganancias de los capitalistas, defienda el ambiente, los medios naturales para una vida digna, las bases mismas de la civilización, las condiciones necesarias para evitar la barbarie y permitir construir relaciones democráticas.

Lo utópico es abstenerse en las elecciones y asegurar así que los que están en el poder destruyendo a México sigan allí aplicando nuevas dosis de su política. Lo irreal es creer que no enfrentar los hechos y dejar que otros –los de siempre– deben gobernar porque estarían más calificados para hacerlo, podrá servir para que México salga de su actual crisis.

Porque esta es una época de vacas flacas, hay que expulsar del poder a quienes siguen engordando a costa de otros, mientras las hacen enflaquecer para la mayoría de la población. También en México somos ese 99 por ciento que no quiere seguir siendo explotado ni dominado por el uno por ciento parasitario.

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