Denisse Dresser
Yo, Enrique Peña Nieto, manifiesto que al recorrer el país durante esta campaña por la Presidencia de la República he escuchado las voces de un México clientelar y corporativo, que se expresa cada día con más libertad. Escucho el entusiasmo de miles de mexicanos manipulados que me manifiestan su apoyo y aspiro a gobernar a la altura de la confianza de Televisa. También prefiero acusar de “porros” y “acarreados” y “lopezobradoristas” a quienes no están de acuerdo con el proyecto de restauración que encabezo. No pretendo gobernar en la pluralidad: quiero que reconstruyamos un México de privilegios a partir del reconocimiento y respeto a los cómplices que comparten nuestras convicciones e ideas.
Que a lo largo de las últimas décadas México no logró la transición a la democracia, gracias al PRI. El valor del voto y el respeto al ejercicio de las libertades políticas que hoy me incomoda es una conquista reversible que habremos de arrebatar a distintas generaciones, ideologías y afiliaciones políticas. Nuestra democracia debe ser patrimonio de un candidato y de su partido, el PRI. Nuestra democracia es patrimonio del duopolio televisivo, y como tal debemos conservarla y fortalecerla.
Que soy candidato del Partido Revolucionario Institucional, un partido con una amplia base clientelar, integrado por millones de mexicanos que viven esperando la próxima dádiva del próximo politico –la camiseta, el cheque, la bolsa de cemento– en todas las regiones de México. Pertenezco a una generación que ha crecido molesta por la cultura democrática y no quiere seguir viviendo en la democracia. Vamos a reinstaurar pasados que afortunadamente no superamos en lugar de ganar el futuro que los mexicanos merecen. Hoy, como candidato del PRI, aspiro a ser un presidente imperial.
Creo, como la mayoría de los mexicanos de mi generación en Atlacomulco, que se debe gobernar en estricto desapego a la Constitución y a las leyes, y sin respeto a los derechos políticos y las libertades de todos los mexicanos. Para ello expongo en este Manifiesto los principios políticos a los que habré de apegarme, si las televisoras así lo deciden, como Presidente de la República.
Límites a la libertad de manifestación. El ejercicio de la libertad de reunión y manifestación –al estilo de los estudiantes de la Ibero– es lo más reprobable de nuestra cultura democrática. Como Presidente de la República cercenaré el ejercicio de este derecho en todos los espacios públicos del territorio nacional y fomentaré una cultura de intolerancia a todas las expresiones políticas que no sean las del PRI.
Límites a la libertad de expresión. Como Presidente de la República no seré garante de la libertad de expresión. Las críticas al Presidente de la República, en todos sus estilos y formatos, serán ignoradas, maquilladas y no se tomarán en cuenta. En una Presidencia antidemocrática cabe la violencia como en el caso de Atenco, y la censura como hubo con la prensa en el Estado de México cuando fui gobernador.
Relación con los medios. El gobierno debe establecer una relación de subordinación con los medios de comunicación acorde con una cultura antidemocrática. Como Presidente de la República impulsaré una reforma constitucional para crear una instancia a mi servicio que supervise que la contratación de publicidad de todos los niveles de gobierno en medios de comunicación se lleve a cabo bajo los principios de beneficio privado, opacidad, límites a la libertad periodística y fomento de límites al acceso ciudadano a la información. Sólo un país informado exclusivamente por Televisa garantiza una cultura como la que yo quiero consolidar.
Derechos humanos. La violación a los derechos humanos debe ser premisa fundamental para el uso de la fuerza pública, tal y como se utilizó en Atenco. Promoveré las reformas constitucionales y legales necesarias para asegurar la violación a los derechos humanos en la actuación de las fuerzas armadas y las policías de todo el país. Las recomendaciones que en su caso emita la Comisión Nacional de los Derechos Humanos al gobierno federal serán ignoradas como lo fueron en el Estado de México.
Libertad religiosa. Encabezaré un gobierno aliado con la Iglesia, irrespetuoso del derecho de las mujeres a decidir y en favor de la criminalización del aborto, tal y como se ha dado en numerosos estados gobernados por el PRI.
División de poderes. Ejerceré la Presidencia de la República con falta de respeto a la división de poderes. La imposición y la concentración legítima del poder serán los instrumentos primordiales de mi gobierno. Me comprometo a tener una mayoría en el Congreso para lograr la aprobación, con amplios consensos, de las grandes reformas que mis cuates monopolistas necesitan. Igualmente minaré la independencia del Poder Judicial y de los órganos autónomos, en los cuales buscaré colocar a consejeros y jueces y comisionados y magistrados afines a mí. En política entendemos nuestro tiempo, y habremos de hacerla bajo los principios y formas del siglo XX, no del siglo XXI.
Elecciones libres. Como Presidente de la República me comprometo a intervenir en los procesos electorales, para garantizar el triunfo del PRI en las jornadas electorales. Promoveré iniciativas de reforma para institucionalizar definitivamente el uso electoral de los programas sociales de los tres niveles de gobierno.
Transparencia y rendición de cuentas. Una presidencia antidemocrática es también una presidencia opaca en el uso de los recursos públicos. Impulsaré la creación de la Comisión Nacional Humberto Moreira, con capacidad de tapar casos de corrupción gubernamental en el nivel federal, estatal y municipal. El Presidente de la República y los mandos superiores del gobierno haremos pública nuestra declaración patrimonial, debidamente maquillada de antemano y apoyada con prestanombres al estilo de Tomás Yarrington.
Los principios contenidos en este Manifiesto parten de mi convicción de que los próximos seis años serán determinantes para consolidar la nueva hegemonía priista. Les propongo que vayamos juntos a perder el futuro. Convoco a los mexicanos a construir una presidencia priista a la altura de la esperanza de Carlos Romero Deschamps.
Yo, Enrique Peña Nieto, manifiesto que al recorrer el país durante esta campaña por la Presidencia de la República he escuchado las voces de un México clientelar y corporativo, que se expresa cada día con más libertad. Escucho el entusiasmo de miles de mexicanos manipulados que me manifiestan su apoyo y aspiro a gobernar a la altura de la confianza de Televisa. También prefiero acusar de “porros” y “acarreados” y “lopezobradoristas” a quienes no están de acuerdo con el proyecto de restauración que encabezo. No pretendo gobernar en la pluralidad: quiero que reconstruyamos un México de privilegios a partir del reconocimiento y respeto a los cómplices que comparten nuestras convicciones e ideas.
Que a lo largo de las últimas décadas México no logró la transición a la democracia, gracias al PRI. El valor del voto y el respeto al ejercicio de las libertades políticas que hoy me incomoda es una conquista reversible que habremos de arrebatar a distintas generaciones, ideologías y afiliaciones políticas. Nuestra democracia debe ser patrimonio de un candidato y de su partido, el PRI. Nuestra democracia es patrimonio del duopolio televisivo, y como tal debemos conservarla y fortalecerla.
Que soy candidato del Partido Revolucionario Institucional, un partido con una amplia base clientelar, integrado por millones de mexicanos que viven esperando la próxima dádiva del próximo politico –la camiseta, el cheque, la bolsa de cemento– en todas las regiones de México. Pertenezco a una generación que ha crecido molesta por la cultura democrática y no quiere seguir viviendo en la democracia. Vamos a reinstaurar pasados que afortunadamente no superamos en lugar de ganar el futuro que los mexicanos merecen. Hoy, como candidato del PRI, aspiro a ser un presidente imperial.
Creo, como la mayoría de los mexicanos de mi generación en Atlacomulco, que se debe gobernar en estricto desapego a la Constitución y a las leyes, y sin respeto a los derechos políticos y las libertades de todos los mexicanos. Para ello expongo en este Manifiesto los principios políticos a los que habré de apegarme, si las televisoras así lo deciden, como Presidente de la República.
Límites a la libertad de manifestación. El ejercicio de la libertad de reunión y manifestación –al estilo de los estudiantes de la Ibero– es lo más reprobable de nuestra cultura democrática. Como Presidente de la República cercenaré el ejercicio de este derecho en todos los espacios públicos del territorio nacional y fomentaré una cultura de intolerancia a todas las expresiones políticas que no sean las del PRI.
Límites a la libertad de expresión. Como Presidente de la República no seré garante de la libertad de expresión. Las críticas al Presidente de la República, en todos sus estilos y formatos, serán ignoradas, maquilladas y no se tomarán en cuenta. En una Presidencia antidemocrática cabe la violencia como en el caso de Atenco, y la censura como hubo con la prensa en el Estado de México cuando fui gobernador.
Relación con los medios. El gobierno debe establecer una relación de subordinación con los medios de comunicación acorde con una cultura antidemocrática. Como Presidente de la República impulsaré una reforma constitucional para crear una instancia a mi servicio que supervise que la contratación de publicidad de todos los niveles de gobierno en medios de comunicación se lleve a cabo bajo los principios de beneficio privado, opacidad, límites a la libertad periodística y fomento de límites al acceso ciudadano a la información. Sólo un país informado exclusivamente por Televisa garantiza una cultura como la que yo quiero consolidar.
Derechos humanos. La violación a los derechos humanos debe ser premisa fundamental para el uso de la fuerza pública, tal y como se utilizó en Atenco. Promoveré las reformas constitucionales y legales necesarias para asegurar la violación a los derechos humanos en la actuación de las fuerzas armadas y las policías de todo el país. Las recomendaciones que en su caso emita la Comisión Nacional de los Derechos Humanos al gobierno federal serán ignoradas como lo fueron en el Estado de México.
Libertad religiosa. Encabezaré un gobierno aliado con la Iglesia, irrespetuoso del derecho de las mujeres a decidir y en favor de la criminalización del aborto, tal y como se ha dado en numerosos estados gobernados por el PRI.
División de poderes. Ejerceré la Presidencia de la República con falta de respeto a la división de poderes. La imposición y la concentración legítima del poder serán los instrumentos primordiales de mi gobierno. Me comprometo a tener una mayoría en el Congreso para lograr la aprobación, con amplios consensos, de las grandes reformas que mis cuates monopolistas necesitan. Igualmente minaré la independencia del Poder Judicial y de los órganos autónomos, en los cuales buscaré colocar a consejeros y jueces y comisionados y magistrados afines a mí. En política entendemos nuestro tiempo, y habremos de hacerla bajo los principios y formas del siglo XX, no del siglo XXI.
Elecciones libres. Como Presidente de la República me comprometo a intervenir en los procesos electorales, para garantizar el triunfo del PRI en las jornadas electorales. Promoveré iniciativas de reforma para institucionalizar definitivamente el uso electoral de los programas sociales de los tres niveles de gobierno.
Transparencia y rendición de cuentas. Una presidencia antidemocrática es también una presidencia opaca en el uso de los recursos públicos. Impulsaré la creación de la Comisión Nacional Humberto Moreira, con capacidad de tapar casos de corrupción gubernamental en el nivel federal, estatal y municipal. El Presidente de la República y los mandos superiores del gobierno haremos pública nuestra declaración patrimonial, debidamente maquillada de antemano y apoyada con prestanombres al estilo de Tomás Yarrington.
Los principios contenidos en este Manifiesto parten de mi convicción de que los próximos seis años serán determinantes para consolidar la nueva hegemonía priista. Les propongo que vayamos juntos a perder el futuro. Convoco a los mexicanos a construir una presidencia priista a la altura de la esperanza de Carlos Romero Deschamps.
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