Refinar no es negocio
Dependencia y saqueo
Carlos Fernández-Vega / México SA
Que las refinerías no son negocio y, por lo mismo, sería un grave error construir ese tipo de plantas en territorio nacional y una injustificada pérdida de recursos públicos, gritan a coro los insistentes promotores de la privatización petrolera. Pues bien, que griten todo lo que quieran, pero si ingresos por 112 mil millones de dólares en tan sólo seis años no son negocio, entonces qué lo es. Lamentablemente el negocio real no es para México, pues esa voluminosa cantidad de dinero la perdió el país ante la rotunda negativa del gobierno calderonista (quien en este sentido siguió la línea marcada desde el sexenio de Miguel de la Madrid) de revertir la creciente dependencia del exterior en materia de petrolíferos por medio de la construcción de cuando menos una refinería.
La terrible noticia dice así: “la falta de infraestructura para refinar los petrolíferos que consume el mercado nacional, particularmente gasolinas automotrices, le ha costado al país 112 mil 569.2 millones de dólares, además de una cantidad superior a 511 mil millones de pesos en subsidios durante el actual gobierno. Con base en informes oficiales, el actual gobierno federal gastó 53 por ciento de los ingresos por exportaciones petroleras en la compra de un volumen cada vez mayor de combustibles automotrices que alcanzó su máximo nivel histórico en octubre del año pasado, con 467 mil 400 barriles diariamente, es decir, más de 74.3 millones de litros, suficientes para llenar al tope el tanque de 18.5 millones de automóviles cada día.
“Esas compras representaron un gasto promedio para el gobierno mexicano cercano a 2 mil 500 millones de dólares mensuales. Ese aumento en las importaciones de gasolinas coincidió con la más baja producción de gasolinas de décadas recientes, con un promedio de apenas 367 mil 100 barriles por día, es decir, poco más de 58 millones de litros. La falta de capacidad para refinar crudo y la falta de decisión que hubo para ampliar la infraestructura correspondiente permitieron que los beneficios se hayan concentrado en un limitado grupo de empresas petroleras, entre las que se encuentran algunas de las más grandes del mundo, con las que se mantienen contratos de compra de las gasolinas, según fuentes de Pemex. Trasnacionales como Shell, Exxon, la venezolana Citgo Petroleum Corporation (filial de PDVESA, pero constituida legalmente en Estados Unidos) y la también estadunidense Valero Energy Corporation concentran alrededor de 75 por ciento de las compras de gasolinas que se consumen en México. Sólo dos petroleras, la estadunidense Exxon y la anglo-holandesa Shell, le venden a México más de la mitad de las importaciones de combustibles automotrices, bajo el argumento de que ‘se compra al que ofrezca el precio más barato’”. Las compras de gasolinas por Pemex se concentran en 60 por ciento en el mercado estadunidense y otro 20 por ciento se adquiere en compañías europeas (particularmente Shell)” (La Jornada, Víctor Cardoso).
De ese tamaño es el enorme negocio que México representa para las refinería extranjeras (estadunidenses, principalmente), es decir el no negocio que dicen los jilgueros privatizadores. México acumula 33 años sin construir una refinería. La más joven del sistema data de 1979, y a estas alturas ya no da para más. Con Calderón en Los Pinos, la capacidad refinadora del país ha ido en declive, y los precios de los petrolíferos en riguroso sentido contrario. Nadie movió un dedo para evitar la creciente cuan veloz dependencia externa de petrolíferos. A la urgente necesidad de construir nuevas refinerías, los cinco gobiernos neoliberales respondieron con remodelaciones, actualizaciones y modernizaciones de las plantas existentes, pero tardaron tanto en concluir los reacomodos, que a la hora de reinaugurarlas de nueva cuenta resultaron obsoletas. Además, decidieron cerrar (Carlos Salinas) la refinería de Azcapotzalco en 1993, sin remplazarla (en su lugar construyeron un parque ecológico, que a medio terminar inauguró Calderón 18 años después del citado cierre).
Por si fuera poco, en marzo de 2008 (y años subsiguientes, porque la prometió en cuatro distintas ocasiones, como si fuera algo novedoso; será, dijo, la obra más importante del sexenio, y por saliva no paró) el propio Calderón anunció la construcción de la refinería Bicentenario, de la que, cuatro años después, ni siquiera se ha terminado de construir la barda perimetral, es decir, el muro que delimita el terreno donde, eventualmente, alguna día se construiría (en Tula, Hidalgo), sin olvidar que a los hidalguenses los dejó colgados con una deuda cercana a mil 500 millones de pesos por la adquisición de los terrenos en donde, se supone, se ubicaría la nueva planta industrial.
Otro ejemplo del derroche gubernamental es la modernización de refinerías, como en el caso de la Lázaro Cárdenas, en Minatitlán, Veracruz (la más vieja del sistema, en funcionamiento desde 1906): el inicio formal de su reconfiguración fue anunciada por Vicente Fox el 12 de mayo de 2003, con un presupuesto de mil 600 millones de dólares (17 mil millones de pesos al tipo de cambio de esa fecha) y la obra concluiría en diciembre de 2007; con esta inversión, se prometió, la capacidad de refinación se incrementaría de 186 mil a 350 mil barriles diarios. Pasó el tiempo, y por fin el 26 de julio de 20011 Felipe Calderón dio por oficialmente concluida tal reconfiguración, aunque con algunos cambios: la inversión total superó los 3 mil 500 millones de dólares (48 mil millones de pesos al tipo de cambio actual), y la capacidad de refinación se redujo a 285 mil barriles diarios. Así es: el tiempo utilizado para reconfigurar la planta duplicó al estimado originalmente: el presupuesto creció 120 por ciento con respecto al anunciado por Fox, y la capacidad de refinación se redujo casi 20 por ciento en comparación con la anunciada.
Lo anterior es una muestra adicional del desastroso manejo de los recursos públicos, pues con los citados 112 mil millones de dólares se podrían construir cinco refinerías de gran capacidad, y sobraría la mitad, amén del ahorro en lo que el gobierno llama subsidios a la gasolina. Si cada uno de los cinco gobiernos neoliberales hubiera construido una refinería, hoy México no sólo sería autosuficiente en petrolíferos, sino que se habría convertido en un gran exportador, o lo que es lo mismo, le habría dado valor agregado a su oro negro. No lo hicieron, desde luego, pero sí se esforzaron en concretar la privatización del sector, y a pesar de los notorios avances que lograron en tal sentido, también en eso fracasaron, hasta ahora.
Dependencia y saqueo
Carlos Fernández-Vega / México SA
Que las refinerías no son negocio y, por lo mismo, sería un grave error construir ese tipo de plantas en territorio nacional y una injustificada pérdida de recursos públicos, gritan a coro los insistentes promotores de la privatización petrolera. Pues bien, que griten todo lo que quieran, pero si ingresos por 112 mil millones de dólares en tan sólo seis años no son negocio, entonces qué lo es. Lamentablemente el negocio real no es para México, pues esa voluminosa cantidad de dinero la perdió el país ante la rotunda negativa del gobierno calderonista (quien en este sentido siguió la línea marcada desde el sexenio de Miguel de la Madrid) de revertir la creciente dependencia del exterior en materia de petrolíferos por medio de la construcción de cuando menos una refinería.
La terrible noticia dice así: “la falta de infraestructura para refinar los petrolíferos que consume el mercado nacional, particularmente gasolinas automotrices, le ha costado al país 112 mil 569.2 millones de dólares, además de una cantidad superior a 511 mil millones de pesos en subsidios durante el actual gobierno. Con base en informes oficiales, el actual gobierno federal gastó 53 por ciento de los ingresos por exportaciones petroleras en la compra de un volumen cada vez mayor de combustibles automotrices que alcanzó su máximo nivel histórico en octubre del año pasado, con 467 mil 400 barriles diariamente, es decir, más de 74.3 millones de litros, suficientes para llenar al tope el tanque de 18.5 millones de automóviles cada día.
“Esas compras representaron un gasto promedio para el gobierno mexicano cercano a 2 mil 500 millones de dólares mensuales. Ese aumento en las importaciones de gasolinas coincidió con la más baja producción de gasolinas de décadas recientes, con un promedio de apenas 367 mil 100 barriles por día, es decir, poco más de 58 millones de litros. La falta de capacidad para refinar crudo y la falta de decisión que hubo para ampliar la infraestructura correspondiente permitieron que los beneficios se hayan concentrado en un limitado grupo de empresas petroleras, entre las que se encuentran algunas de las más grandes del mundo, con las que se mantienen contratos de compra de las gasolinas, según fuentes de Pemex. Trasnacionales como Shell, Exxon, la venezolana Citgo Petroleum Corporation (filial de PDVESA, pero constituida legalmente en Estados Unidos) y la también estadunidense Valero Energy Corporation concentran alrededor de 75 por ciento de las compras de gasolinas que se consumen en México. Sólo dos petroleras, la estadunidense Exxon y la anglo-holandesa Shell, le venden a México más de la mitad de las importaciones de combustibles automotrices, bajo el argumento de que ‘se compra al que ofrezca el precio más barato’”. Las compras de gasolinas por Pemex se concentran en 60 por ciento en el mercado estadunidense y otro 20 por ciento se adquiere en compañías europeas (particularmente Shell)” (La Jornada, Víctor Cardoso).
De ese tamaño es el enorme negocio que México representa para las refinería extranjeras (estadunidenses, principalmente), es decir el no negocio que dicen los jilgueros privatizadores. México acumula 33 años sin construir una refinería. La más joven del sistema data de 1979, y a estas alturas ya no da para más. Con Calderón en Los Pinos, la capacidad refinadora del país ha ido en declive, y los precios de los petrolíferos en riguroso sentido contrario. Nadie movió un dedo para evitar la creciente cuan veloz dependencia externa de petrolíferos. A la urgente necesidad de construir nuevas refinerías, los cinco gobiernos neoliberales respondieron con remodelaciones, actualizaciones y modernizaciones de las plantas existentes, pero tardaron tanto en concluir los reacomodos, que a la hora de reinaugurarlas de nueva cuenta resultaron obsoletas. Además, decidieron cerrar (Carlos Salinas) la refinería de Azcapotzalco en 1993, sin remplazarla (en su lugar construyeron un parque ecológico, que a medio terminar inauguró Calderón 18 años después del citado cierre).
Por si fuera poco, en marzo de 2008 (y años subsiguientes, porque la prometió en cuatro distintas ocasiones, como si fuera algo novedoso; será, dijo, la obra más importante del sexenio, y por saliva no paró) el propio Calderón anunció la construcción de la refinería Bicentenario, de la que, cuatro años después, ni siquiera se ha terminado de construir la barda perimetral, es decir, el muro que delimita el terreno donde, eventualmente, alguna día se construiría (en Tula, Hidalgo), sin olvidar que a los hidalguenses los dejó colgados con una deuda cercana a mil 500 millones de pesos por la adquisición de los terrenos en donde, se supone, se ubicaría la nueva planta industrial.
Otro ejemplo del derroche gubernamental es la modernización de refinerías, como en el caso de la Lázaro Cárdenas, en Minatitlán, Veracruz (la más vieja del sistema, en funcionamiento desde 1906): el inicio formal de su reconfiguración fue anunciada por Vicente Fox el 12 de mayo de 2003, con un presupuesto de mil 600 millones de dólares (17 mil millones de pesos al tipo de cambio de esa fecha) y la obra concluiría en diciembre de 2007; con esta inversión, se prometió, la capacidad de refinación se incrementaría de 186 mil a 350 mil barriles diarios. Pasó el tiempo, y por fin el 26 de julio de 20011 Felipe Calderón dio por oficialmente concluida tal reconfiguración, aunque con algunos cambios: la inversión total superó los 3 mil 500 millones de dólares (48 mil millones de pesos al tipo de cambio actual), y la capacidad de refinación se redujo a 285 mil barriles diarios. Así es: el tiempo utilizado para reconfigurar la planta duplicó al estimado originalmente: el presupuesto creció 120 por ciento con respecto al anunciado por Fox, y la capacidad de refinación se redujo casi 20 por ciento en comparación con la anunciada.
Lo anterior es una muestra adicional del desastroso manejo de los recursos públicos, pues con los citados 112 mil millones de dólares se podrían construir cinco refinerías de gran capacidad, y sobraría la mitad, amén del ahorro en lo que el gobierno llama subsidios a la gasolina. Si cada uno de los cinco gobiernos neoliberales hubiera construido una refinería, hoy México no sólo sería autosuficiente en petrolíferos, sino que se habría convertido en un gran exportador, o lo que es lo mismo, le habría dado valor agregado a su oro negro. No lo hicieron, desde luego, pero sí se esforzaron en concretar la privatización del sector, y a pesar de los notorios avances que lograron en tal sentido, también en eso fracasaron, hasta ahora.
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