Denisse Dresser
El PRI está a un paso de regresar a Los Pinos. Todo lo indica, todo lo sugiere, todo lo augura. Enrique Peña Nieto probablemente será el próximo presidente de México y el partido que tantos lucharon para sacar del poder lo habrá reconquistado. Y volverá sin haberse modernizado. Regresará sin haberse reconfigurado. Resucitará sin haberse remodelado. Porque a lo largo y a lo ancho del país persiste el PRI clientelar, el PRI corporativo, el PRI que realmente no cree en los contrapesos o en la participación ciudadana autónoma o en la apertura de la vida sindical al escrutinio público. México se enfrenta a la posible “Putinización” del poder; a la recentralización del mando en un partido que controlará las dos Cámaras del Congreso; a la reinstalación de viejas maneras de pensar en el poder y ejercerlo.
La gran incógnita es qué hará Enrique Peña Nieto con el mando unificado que México le entregará. ¿Será un modernizador o un restaurador? ¿Promoverá reformas que el PRI ha rehuido u obligará a su partido a aceptarlas? ¿Coexistirá con el pluralismo que el movimiento #YoSoy132 promueve o intentará sofocarlo?
¿Pavimentará el camino hacia un país próspero e incluyente o mantendrá el capitalismo de cuates oligárquico y excluyente? Estas son las preguntas que persiguen al puntero priista y para los cuales no ha ofrecido una respuesta clara. A veces Peña Nieto habla el lenguaje de la modernidad, a veces usa el vocabulario del pleistoceno. A veces promete reformas que cambiarían la naturaleza del PRI, a veces despliega sus peores prácticas. Peña Nieto encarna las contradicciones de un partido que construyó el México del siglo 20 y no sabe qué hacer frente al mundo del siglo 21. Un partido que institucionalizó el modelo económico extractor que es origen fundacional de nuestro subdesempeño crónico como país. Un partido que diseñó la jaula dentro de la cual hay un pájaro -la economía mexicana- permanentemente enjaulado.
Como lo explican Daron Acemoglu y James Robinson en su magistral libro “Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty”, los países son ricos cuando cuentan con instituciones políticas y económicas incluyentes. Son pobres cuando permiten la extracción por encima de la representación; cuando apuntalan a élites rentistas por encima de ciudadanos participativos; cuando instalan sistemas oligárquicos por encima de sistemas plurales, abiertos, competitivos; cuando permiten la osificación de instituciones por encima de su adaptación. Y en México, durante demasiado tiempo, élites poderosas dentro de y apoyadas por el PRI han creado reglas que benefician a pocos a expensas de muchos. Han concentrado el poder económico y político en manos de quienes controlan a la sociedad en lugar de permitir su participación. El PRI arrebató las riendas de una dictadura y creó otra: la de élites extractivas. La de monopolios rapaces y líderes sindicales corruptos y televisoras chantajistas y políticos impunes. Por eso la economía mexicana no crece a la velocidad que podría y debería. Por eso el letargo y la parálisis y la baja competitividad y la falta de innovación. Por eso la pequeñez del pájaro enjaulado.
Y por eso la diferencia entre Nogales, Arizona, y Nogales, Sonora. Dos poblaciones muy diferentes, separadas por una frontera que define dos mitades. En Nogales, Arizona, los habitantes tienen acceso a instituciones que les permiten adquirir educación y habilidades, que promueven sus empleadores a invertir en la mejor tecnología, que lleva a mejores salarios para ellos. También tienen acceso a instituciones políticas que les permiten participar plenamente en los procesos democráticos, elegir a sus representantes y sancionarlos si abusan del poder o lo ejercen mal. En consecuencia, los funcionarios públicos proveen servicios básicos -salud pública, escuelas, caminos, leyes- que los ciudadanos demandan. Los habitantes de Nogales, Sonora, no son tan afortunados. Viven en mundos diferentes, creados por instituciones diferentes, con incentivos diferentes. Los nogalenses al norte de la frontera avanzan con instituciones creadas para incentivar la prosperidad y la innovación; los nogalenses al sur de ella padecen instituciones creadas para incentivar el statu quo y la extracción.
¿Y qué hará una próxima Presidencia priísta ante el microcosmos de Nogales y el resto de México? Transformar la realidad recalcitrante de un capitalismo excluyente y una democracia incompleta requeriría cambios institucionales de gran envergadura. Cambios que implicarían empoderar a la población y no sólo explotarla; regular a los monopolios y no sólo fomentar su colusión; proveer a la población de derechos políticos amplios y no sólo los que benefician a los partidos; crear un modelo económico enfocado al crecimiento económico acelerado y no sólo perpetuar el que beneficia a unos cuantos. México está atorado por un patrón institucional antitético al crecimiento. Antitético a la inclusión. Antitético al pluralismo que ahora sufrirá un golpe con el regreso del PRI y su propensión a mantener al pájaro enjaulado.
El PRI está a un paso de regresar a Los Pinos. Todo lo indica, todo lo sugiere, todo lo augura. Enrique Peña Nieto probablemente será el próximo presidente de México y el partido que tantos lucharon para sacar del poder lo habrá reconquistado. Y volverá sin haberse modernizado. Regresará sin haberse reconfigurado. Resucitará sin haberse remodelado. Porque a lo largo y a lo ancho del país persiste el PRI clientelar, el PRI corporativo, el PRI que realmente no cree en los contrapesos o en la participación ciudadana autónoma o en la apertura de la vida sindical al escrutinio público. México se enfrenta a la posible “Putinización” del poder; a la recentralización del mando en un partido que controlará las dos Cámaras del Congreso; a la reinstalación de viejas maneras de pensar en el poder y ejercerlo.
La gran incógnita es qué hará Enrique Peña Nieto con el mando unificado que México le entregará. ¿Será un modernizador o un restaurador? ¿Promoverá reformas que el PRI ha rehuido u obligará a su partido a aceptarlas? ¿Coexistirá con el pluralismo que el movimiento #YoSoy132 promueve o intentará sofocarlo?
¿Pavimentará el camino hacia un país próspero e incluyente o mantendrá el capitalismo de cuates oligárquico y excluyente? Estas son las preguntas que persiguen al puntero priista y para los cuales no ha ofrecido una respuesta clara. A veces Peña Nieto habla el lenguaje de la modernidad, a veces usa el vocabulario del pleistoceno. A veces promete reformas que cambiarían la naturaleza del PRI, a veces despliega sus peores prácticas. Peña Nieto encarna las contradicciones de un partido que construyó el México del siglo 20 y no sabe qué hacer frente al mundo del siglo 21. Un partido que institucionalizó el modelo económico extractor que es origen fundacional de nuestro subdesempeño crónico como país. Un partido que diseñó la jaula dentro de la cual hay un pájaro -la economía mexicana- permanentemente enjaulado.
Como lo explican Daron Acemoglu y James Robinson en su magistral libro “Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty”, los países son ricos cuando cuentan con instituciones políticas y económicas incluyentes. Son pobres cuando permiten la extracción por encima de la representación; cuando apuntalan a élites rentistas por encima de ciudadanos participativos; cuando instalan sistemas oligárquicos por encima de sistemas plurales, abiertos, competitivos; cuando permiten la osificación de instituciones por encima de su adaptación. Y en México, durante demasiado tiempo, élites poderosas dentro de y apoyadas por el PRI han creado reglas que benefician a pocos a expensas de muchos. Han concentrado el poder económico y político en manos de quienes controlan a la sociedad en lugar de permitir su participación. El PRI arrebató las riendas de una dictadura y creó otra: la de élites extractivas. La de monopolios rapaces y líderes sindicales corruptos y televisoras chantajistas y políticos impunes. Por eso la economía mexicana no crece a la velocidad que podría y debería. Por eso el letargo y la parálisis y la baja competitividad y la falta de innovación. Por eso la pequeñez del pájaro enjaulado.
Y por eso la diferencia entre Nogales, Arizona, y Nogales, Sonora. Dos poblaciones muy diferentes, separadas por una frontera que define dos mitades. En Nogales, Arizona, los habitantes tienen acceso a instituciones que les permiten adquirir educación y habilidades, que promueven sus empleadores a invertir en la mejor tecnología, que lleva a mejores salarios para ellos. También tienen acceso a instituciones políticas que les permiten participar plenamente en los procesos democráticos, elegir a sus representantes y sancionarlos si abusan del poder o lo ejercen mal. En consecuencia, los funcionarios públicos proveen servicios básicos -salud pública, escuelas, caminos, leyes- que los ciudadanos demandan. Los habitantes de Nogales, Sonora, no son tan afortunados. Viven en mundos diferentes, creados por instituciones diferentes, con incentivos diferentes. Los nogalenses al norte de la frontera avanzan con instituciones creadas para incentivar la prosperidad y la innovación; los nogalenses al sur de ella padecen instituciones creadas para incentivar el statu quo y la extracción.
¿Y qué hará una próxima Presidencia priísta ante el microcosmos de Nogales y el resto de México? Transformar la realidad recalcitrante de un capitalismo excluyente y una democracia incompleta requeriría cambios institucionales de gran envergadura. Cambios que implicarían empoderar a la población y no sólo explotarla; regular a los monopolios y no sólo fomentar su colusión; proveer a la población de derechos políticos amplios y no sólo los que benefician a los partidos; crear un modelo económico enfocado al crecimiento económico acelerado y no sólo perpetuar el que beneficia a unos cuantos. México está atorado por un patrón institucional antitético al crecimiento. Antitético a la inclusión. Antitético al pluralismo que ahora sufrirá un golpe con el regreso del PRI y su propensión a mantener al pájaro enjaulado.
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