Narcotráfico y gobierno

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Es tiempo de que los mexicanos se cuestionen sobre la veracidad del dicho de su presidente. ¿Es cierto que los barones de la droga se convirtieron en un Estado dentro del Estado? ¿Era verificable su supuesto poder, tan grande que pudieron o pueden imponer regidores, alcaldes, diputados locales y federales, gobernadores, senadores, juzgadores y funcionarios públicos de toda laya y color? ¿Controlaban y controlan corporaciones policiacas? ¿Tuvieron y tienen infiltradas a las Fuerzas Armadas?

De haber sido así, a esta nación le hubiese ocurrido lo que a Panamá, cuando la Casa Blanca decidió invadirlo para secuestrar a un jefe de Estado legalmente elegido: Manuel Antonio Noriega.

La decisión de convertir México en “ballena franca”, de acuerdo a la definición dejada por Hermann Melville en Moby Dick -cuando hubo de hacer una referencia a esta nación-, se tomó cuando todavía no se asentaban el pasmo y el polvo de las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Tener en el sur de su frontera un territorio de nadie, facilita a Estados Unidos cualquier intervención que se requiera para su seguridad nacional.

El narcotráfico en México no había llegado a las cotas de lo que fue el de Colombia, con Pablo Escobar Gaviria como dios tutelar de los desfavorecidos, de miembros del Congreso; ni soñar con la muerte de un candidato a la presidencia, asesinado por los barones de la droga. Disputas por el territorio, sí; cruentas, ocasionalmente, porque saben lo que se juegan cuando la autoridad está sobre ellos. Todo se modificó en cuanto liberaron a Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Sin embargo, es otra la delincuencia que saquea a la nación, que secuestra su futuro y exporta los ahorros de sus pequeños y medianos ahorradores. Con el corrimiento de los grupos de poder se asentaron las corporaciones, instituciones y organismos que con toda iniquidad expolian a esta patria.

Al inicio de la tercera escena de Coriolano, Shekespeare pone en boca de los ciudadanos lo siguiente:

Ciudadano 1°.- En suma: si solicita nuestros votos no debemos negárselos.

Ciudadano 2°.- Podemos, si queremos, señor.

Ciudadano 3°.- Tenemos poder para ello; pero es un poder del cual no tenemos el poder de servirnos, pues si nos enseña sus heridas y nos ofrece sus acciones, nos veremos obligados a prestar nuestras lenguas a esas heridas y a hablar para ellas; si nos relata sus nobles acciones, estaremos también obligados a decirle que nos hallamos noblemente reconocidos. La ingratitud es monstruosa; por tanto, si la multitud fuese ingrata, sería un monstruo; y como somos miembros de la multitud, seríamos miembros monstruosos.

Los ciudadanos conocen de lo que hablan. Donadores de la sangre derramada durante las pírricas luchas por el poder en este cruento país, saben mostrarse agradecidos cuando en paz se instrumentan las políticas públicas que los esquilman y los sujetan a las decisiones del Imperio. Al ver sangre se azoran y asustan, pero para conservarse ecuánimes cierran la boca ante las graves consecuencias de la globalización, los estragos causados porque los servicios financieros están en poder de extranjeros.

Distraen a la sociedad con el cuento del narco y su violencia, para que se deje meter la mano en el bolsillo por las políticas financieras.

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