Músculo presidencial

Raymundo Riva Palacio

PRIMER TIEMPO: Con todo en el último jalón. En el arranque de su campaña presidencial le dijeron al candidato Enrique Peña Nieto que no era conveniente iniciar en el Estadio Azteca. No era un tema de logística solamente, sino que preferían que el primer evento de esa naturaleza fuera en el PRI. Digamos, reconocer al partido y a los candidatos a los cuales les iban a pedir algunos sacrificios —como que carecerían de fondos suficientes para sus campañas, y que si ganaban les iban a pedir que votaran en las cámaras algunas iniciativas muy impopulares, como el incremento de 15% al IVA—. Pero para el primer gran cierre de campaña —porque el último será en Toluca—, sí se decidió que será en el tercer estadio más grande del mundo –después del Rungrado en Pyongyang y el Salt Lake en Kolkata; el Maracaná en Río, actualmente en renovación, tiene menos capacidad-, a donde este domingo tienen pensado meter 120 mil personas. Toda la maquinaria electoral del partido tendrá un primer ensayo general de movilización, que bajo la conducción de Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Organización Electoral e íntimo amigo de Peña Nieto, tendrá que estar a punto para el 1 de julio. Aunque el PRI dispone de la experiencia y los recursos para ese tipo de movilización, no deja de ser un riesgo para el candidato. La expectativa es que gradas y cancha queden saturadas para que pueda tener un evento goebbeliano que muestre fortaleza. Si no hay 120 mil personas, sino 100 mil, con algunos vacíos en las gradas, será visto como un punto de debilidad. Pero si lo logran, seguirá construyendo la narrativa de la profecía autorrealizable, que tiene como conclusión que el candidato, en efecto, se convierte en Presidente. No son actos inútiles, sino de edificación de percepciones y buscar que si alguien tiene dudas sobre por quién ir a votar, que se decidan –como lo hace una parte del electorado indeciso- por el que parece que sí va a ganar.

SEGUNDO TIEMPO: Antídoto para la fuerza de Atlacomulco. Desde que el PRI se partió en 1987 y comenzó a formarse con el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas lo que hoy es el PRD —el PT y el Movimiento Ciudadano son lo que el PPS y el PARM eran para el PRI, partidos satélites y rémoras—, el traspaso gradual de grupos políticos de uno a otro —el llamado corporativismo— fue construyendo la maquinaria electoral de la izquierda. No floreció en el muy conservador norte del país, y dio tumbos en el sur de la nación, por falta de organización y los cacicazgos priistas que corrompían a líderes de izquierda. Pero en el centro, sobretodo en la ciudad de México, esa maquinaria es una división acorazada. Sobre ella el candidato Andrés Manuel López Obrador quiere realizar el próximo miércoles un cierre de campaña espectacular. Será en la plancha del Zócalo —que le caben no más de 220 mil personas—, pero la apuesta es que corran ríos de dos kilómetros por las avenidas hasta el Monumento a la Revolución para que pueda alcanzar la marca de un millón de asistentes. No es nada fácil, porque las condiciones sociopolíticas hoy en día no son las de 2005 y 2006, cuando el gobierno de Vicente Fox lo perseguía, y antes del conflicto postelectoral. Todas las tribus del PRD se van a unir para alcanzar esa movilización y se espera que cuente con el respaldo decidido de Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno del Distrito Federal, a quien López Obrador le arrebató la candidatura presidencial el año pasado a manotazos. Ebrard ha mostrado su disgusto con las formas del tabasqueño y se ha mantenido muy al margen de la campaña. Pero la capital es suya. Músculo prestado a López Obrador no le quita nada y ayudaría mucho al tabasqueño, urgido por mostrar que sí tiene fuerza, que sí puede vencer a Enrique Peña Nieto, y que la pesadilla que ha vivido en el último mes de caída electoral, se puede volver en el sueño que tiene desde hace 12 años porque no es, como piensan muchos, un cartucho quemado y obsesionado.

TERCER TIEMPO: Sin distracciones, en el sprint final. El programa de giras de la candidata del PAN a la Presidencia es intenso en los últimos días de la campaña. Josefina Vázquez Mota estará este sábado en el Distrito Federal –donde va el PAN en tercer lugar-, y viaja a Celaya y Guanajuato —donde los candidatos del PRI se le están acercando a los panistas—. El domingo a Tuxtla —aunque en Chiapas está perdida para el PAN-, Puebla, Coatzacoalcos y Veracruz –donde iba muy bien y en las últimas semanas se ha caído frente a Enrique Peña Nieto—. El lunes en Mérida —donde será algo más bien testimonial porque el pronóstico a favor del PRI es de victorias cómodas-. El martes irá a Hidalgo —donde se desdibujó la fuerza de Xóchitl Gálvez, que irá al Senado pero sin horadar al PRI en otros puestos en juego— y a Monterrey –donde pinta para que ganen la capital, pero con una caída del PAN en el resto del estado—, para finalmente cerrar en Guadalajara el miércoles, el gran granero de votos del PAN en 2006, donde hoy están muy atrás en tercer lugar. Son inyecciones de adrenalina pura las que quiere Vázquez Mota, que se encuentra empatada con Andrés Manuel López Obrador en el segundo lugar de la carrera presidencial, pero a siete puntos, al menos, de Peña Nieto. La candidata perdió mucho tiempo con una estrategia desviada y desvariada, que al ajustar achicó distancias. Corre, quizás ya no por la Presidencia sino por el honor, y que el partido en el poder no sea arrumbado, en parte por su culpa, al tercer lugar nacional.

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