Que nadie se diga sorprendido cuando salen a relucir las propiedades millonarias de cualquier gobernador de los últimos dos sexenios.
Ramón Alberto Garza
Desde que se fracturó el presidencialismo en el 2000, en México se instauraron 32 virreinatos. Acabamos con un problema, pero creamos 32. De un intocable brincamos a 32.
Cada gobernador es un monarca en funciones, un potentado que dispone de las haciendas públicas a su antojo. Un presidentito que invoca la autonomía estatal para hacer y deshacer sin rendir cuentas. Abusan de su impunidad.
En Reporte Indigo publicamos hoy un caso más. El del actual gobernador priista de Nuevo León que a través de su familia más inmediata –su papá y su hermano- están convertidos ya en pequeños terratenientes en Texas.
Su buena estrella para comprar tierras en San Antonio coincide con los tiempos en que se unieron a la administración de Natividad González Parás.
El papá, que venía de ser destituido como procurador en Coahuila, su amigo el gobernador lo convirtió en director jurídico de su administración. Y lo premió después con una notaría. Y el hijo como subsecretario primero y secretario de Gobierno después.
México se escandalizaba cuando antaño a los gobernadores se les sorprendía con alguna casa en el extranjero. A los nuevos, a los que se gestaron después del “cambio”, se les descubren fraccionamientos. Y nadie les pide que rindan cuentas. Esa es el desbordamiento de las ambiciones.
Y al que lo dude que vea al maestro de Rodrigo Medina, al también ex gobernador priista Natividad González Parás.
Que pregunte dónde vivía en Monterrey o qué casa tenía en la ciudad de México antes de mudarse a su mansión en la Sierra Madre o al lujoso hotel-departamento que ocupa en Paseo de la Reforma. Y todo con el sueldo de funcionario público.
Y cuando le exhibieron su residencia en Monterrey pretextó que su suegro se le había regalado. Falso. Su cuñada Martha Maiz se encargó de desmentirlo frente a las cámaras de Reporte Indigo.
Pero el imperio intocable de los González Parás, que incluye fraccionamientos frustrados en tierras litigiosas de dudosa adquisición como Valle de Reyes, en Nuevo León, o Isla Blanca, en Cancún, no es exclusivo.
Su pupilo y operador electoral, convertido en compadre y financiero de Enrique Peña Nieto y actual candidato del PRI a la alcaldía de Monterrey, Felipe Enriquez, superó con creces a su maestro.
La insultante exhibición de propiedades en Quintana Roo, Yucatán y Nuevo León, por citar algunos estados, ya son legendarias.
De que tamaño es la ficha peñanietista, que hasta le incumplió al ex gobernador Mario Villanueva Madrid, a quien fue y le sacó en la cárcel la firma para adueñarse junto con Natividad González Paras y sus constructores favoritos de Isla Blanca.
Pero lo mismo sucede con Tamaulipas donde se discuten las presuntas propiedades de Tomás Yarrington y de Eugenio Hernández. O en Coahuila, donde al Javier Villarreal, el anterior tesorero, se le adjudican propiedades también en San Antonio.
Más que una declaración patrimonial, políticos como Enríquez, González Parás y Medina –hermanos, cuñados y papás incluídos- deberían mostrar su declaración de impuestos.
Solo así sabremos si esas mansiones, si esos aviones, si esos fraccionamientos en México y en el extranjero, son producto de su talento inmobiliario.
Lo que México ya no soporta es el saqueo descarado de las arcas públicas, con la inacción o la complicidad de mandatarios como Vicente Fox y Felipe Calderón.
Fueron ellos, los panistas, los que nos prometieron que desde su oposición acabarían con la corrupción. Y les creímos.
Pero hoy, instalados en el poder, se cruzan de brazos. Y bendiciendo con la impunidad esa corrupción no solo la legitiman, también la perpetúan.
Ramón Alberto Garza
Desde que se fracturó el presidencialismo en el 2000, en México se instauraron 32 virreinatos. Acabamos con un problema, pero creamos 32. De un intocable brincamos a 32.
Cada gobernador es un monarca en funciones, un potentado que dispone de las haciendas públicas a su antojo. Un presidentito que invoca la autonomía estatal para hacer y deshacer sin rendir cuentas. Abusan de su impunidad.
En Reporte Indigo publicamos hoy un caso más. El del actual gobernador priista de Nuevo León que a través de su familia más inmediata –su papá y su hermano- están convertidos ya en pequeños terratenientes en Texas.
Su buena estrella para comprar tierras en San Antonio coincide con los tiempos en que se unieron a la administración de Natividad González Parás.
El papá, que venía de ser destituido como procurador en Coahuila, su amigo el gobernador lo convirtió en director jurídico de su administración. Y lo premió después con una notaría. Y el hijo como subsecretario primero y secretario de Gobierno después.
México se escandalizaba cuando antaño a los gobernadores se les sorprendía con alguna casa en el extranjero. A los nuevos, a los que se gestaron después del “cambio”, se les descubren fraccionamientos. Y nadie les pide que rindan cuentas. Esa es el desbordamiento de las ambiciones.
Y al que lo dude que vea al maestro de Rodrigo Medina, al también ex gobernador priista Natividad González Parás.
Que pregunte dónde vivía en Monterrey o qué casa tenía en la ciudad de México antes de mudarse a su mansión en la Sierra Madre o al lujoso hotel-departamento que ocupa en Paseo de la Reforma. Y todo con el sueldo de funcionario público.
Y cuando le exhibieron su residencia en Monterrey pretextó que su suegro se le había regalado. Falso. Su cuñada Martha Maiz se encargó de desmentirlo frente a las cámaras de Reporte Indigo.
Pero el imperio intocable de los González Parás, que incluye fraccionamientos frustrados en tierras litigiosas de dudosa adquisición como Valle de Reyes, en Nuevo León, o Isla Blanca, en Cancún, no es exclusivo.
Su pupilo y operador electoral, convertido en compadre y financiero de Enrique Peña Nieto y actual candidato del PRI a la alcaldía de Monterrey, Felipe Enriquez, superó con creces a su maestro.
La insultante exhibición de propiedades en Quintana Roo, Yucatán y Nuevo León, por citar algunos estados, ya son legendarias.
De que tamaño es la ficha peñanietista, que hasta le incumplió al ex gobernador Mario Villanueva Madrid, a quien fue y le sacó en la cárcel la firma para adueñarse junto con Natividad González Paras y sus constructores favoritos de Isla Blanca.
Pero lo mismo sucede con Tamaulipas donde se discuten las presuntas propiedades de Tomás Yarrington y de Eugenio Hernández. O en Coahuila, donde al Javier Villarreal, el anterior tesorero, se le adjudican propiedades también en San Antonio.
Más que una declaración patrimonial, políticos como Enríquez, González Parás y Medina –hermanos, cuñados y papás incluídos- deberían mostrar su declaración de impuestos.
Solo así sabremos si esas mansiones, si esos aviones, si esos fraccionamientos en México y en el extranjero, son producto de su talento inmobiliario.
Lo que México ya no soporta es el saqueo descarado de las arcas públicas, con la inacción o la complicidad de mandatarios como Vicente Fox y Felipe Calderón.
Fueron ellos, los panistas, los que nos prometieron que desde su oposición acabarían con la corrupción. Y les creímos.
Pero hoy, instalados en el poder, se cruzan de brazos. Y bendiciendo con la impunidad esa corrupción no solo la legitiman, también la perpetúan.
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