Víctor Flores Olea
La irrupción en la palestra política del movimiento #YoSoy132 plantea una serie de nuevas cuestiones sobre el sujeto de la revolución y acerca de la toma del poder del Estado como condición indispensable de las transformaciones sociales. Para discutir, aun cuando sea brevemente, algunos de estos puntos hagamos referencia inicial al libro de John Holloway Cambiar al mundo sin tomar el poder (2002), quien sostiene que los movimientos sociales (en México hoy, eminentemente, el #YoSoy132) pueden significar cambios fundamentales en la estructura social y política de una sociedad, y condicionar definitivamente el uso y dirección del poder, al margen de las representaciones y mediaciones tradicionales.
La joven Camila Vallejo, dirigente del movimiento estudiantil chileno, nos dice acertadamente que, sin embargo, para transformar a una nación no bastan las movilizaciones, sino que es necesario sumar a todos los sectores y no limitarse a demandar a los de siempre transformaciones que nunca van a querer hacer. Esto significa que los movimientos sociales han de ser suficientemente transversales y movilizadores de la sociedad entera, de tal suerte que las estructuras del poder actual no puedan resistir más y se vean obligadas a realizar las transformaciones democráticas que se les exigen. La revolución, o los cambios realmente profundos, han de surgir del interior de la sociedad total, y no de una sola de sus partes.
En su libro, Holloway examina las características y efectos sobresalientes de los movimientos sociales en los años noventa y primeros del nuevo milenio, considerando la rebelión zapatista de 1994 y la movilización de Seattle de 1999 como referentes imprescindibles. Comienza por reconocer que tales movimientos lucharon por un cambio radical, pero en términos y por vías diferentes a los de las luchas revolucionarias anteriores que se proponían inmediatamente la toma del poder.
Probablemente uno de los mayores méritos de Holloway es que plantea abiertamente, desde el inicio, algunas de las cuestiones esenciales del marxismo en la tradición libertaria, invocando autores no ortodoxos (como los autores de la escuela de Francfort, Georg Lukacs y Ernst Bloch), y sosteniendo que la transformación del mundo es cuestión de todas las horas de todos los días, sin límite de tiempo, y que esta tarea transformadora está al alcance de cada uno de nosotros, incluso en nuestra vida ordinaria, y que no es preciso esperar grandes conmociones para hacerla posible.
La transformación del mundo es una tarea permanente, y no sólo de los momentos excepcionales. Cita Holloway a los zapatistas: la gran cuestión para los revolucionarios es la transformación continua del mundo que los rodea, y en cierta forma haber perdido la certeza de que el camino está predeterminado; por ejemplo, han dicho los zapatistas que para los revolucionarios es decisivo abandonar cualquier certeza prefijada, y que nosotros no conocemos el camino y poner en cuestión el camino o caminos que se nos ofrecen es parte del proceso revolucionarios mismo.
Lo que significa, en otros términos, que la revolución es un cuestionamiento sin fin y no una respuesta. Repensar la revolución significa cuestionar durante la marcha misma, durante el proceso, el significado y pertinencia de nuestros actos, sin pretender contar de antemano con respuestas acabadas (Holloway).
Nunca fue tan obvio que el capitalismo es un desastre y que no es disparatado pensar que de seguir así podría llevarnos a la aniquilación humana. Por otro lado, los intentos de cambiar la sociedad a través del Estado o de la toma del poder han fracasado, tanto en sus formas revolucionarias como en sus vías reformistas. Entonces se piensa que la única opción para replantear el cambio social de otra manera es a través de una forma que no vincule la revolución con la toma del aparato estatal, sino que plantee, precisamente, cómo cambiar el mundo sin tomar el poder. Y esto implica replantear el significado del poder, el significado de la teoría y praxis del pensamiento revolucionario y de la tradición marxista.
Los movimientos sociales son acciones colectivas en las cuales la población es educada y movilizada, a veces durante años, para desafiar a los acostumbrados líderes sociales y a los propietarios de los medios productivos, a las oligarquías, presionándolos y obligándolos a resolver determinados problemas sociales o agravios, y a restaurar los más importantes valores sociales. Al final de cuentas, se trata del enfrentamiento de los movimientos sociales con el poder para ganar la voluntad de las mayorías, y de la lucha política para cambiar el statu quo.
En un tiempo de terrible centralización del poder siempre es importante y valioso recordar el poder del pueblo, a pesar de que también se ha eliminado en buena medida o al menos se ha visto vulnerado por los medios de comunicación, que han contribuido a eliminar o limitar la participación ciudadana en los procesos de toma de decisión. Los poderes altamente centralizados actúan en favor de las minorías, al mismo tiempo que menosprecian el bien común y agravan los problemas colectivos. Son por definición antidemocráticos, en tanto los movimientos sociales postulan la democracia participativa y radical.
En definitiva, lo anterior para explicar las líneas centrales del último de los movimientos sociales importantes que han surgido en México (#YoSoy132), y para concluir solicitando enérgicamente que todos los jóvenes y ciudadanos del país salgan a votar el 1º de julio, obviamente por el candidato de las izquierdas Andrés Manuel López Obrador. Los movimientos sociales como Morena o el #YoSoy132 han de culminar su militancia imparable con un voto en las urnas que refleje claramente su significado e intención.
La irrupción en la palestra política del movimiento #YoSoy132 plantea una serie de nuevas cuestiones sobre el sujeto de la revolución y acerca de la toma del poder del Estado como condición indispensable de las transformaciones sociales. Para discutir, aun cuando sea brevemente, algunos de estos puntos hagamos referencia inicial al libro de John Holloway Cambiar al mundo sin tomar el poder (2002), quien sostiene que los movimientos sociales (en México hoy, eminentemente, el #YoSoy132) pueden significar cambios fundamentales en la estructura social y política de una sociedad, y condicionar definitivamente el uso y dirección del poder, al margen de las representaciones y mediaciones tradicionales.
La joven Camila Vallejo, dirigente del movimiento estudiantil chileno, nos dice acertadamente que, sin embargo, para transformar a una nación no bastan las movilizaciones, sino que es necesario sumar a todos los sectores y no limitarse a demandar a los de siempre transformaciones que nunca van a querer hacer. Esto significa que los movimientos sociales han de ser suficientemente transversales y movilizadores de la sociedad entera, de tal suerte que las estructuras del poder actual no puedan resistir más y se vean obligadas a realizar las transformaciones democráticas que se les exigen. La revolución, o los cambios realmente profundos, han de surgir del interior de la sociedad total, y no de una sola de sus partes.
En su libro, Holloway examina las características y efectos sobresalientes de los movimientos sociales en los años noventa y primeros del nuevo milenio, considerando la rebelión zapatista de 1994 y la movilización de Seattle de 1999 como referentes imprescindibles. Comienza por reconocer que tales movimientos lucharon por un cambio radical, pero en términos y por vías diferentes a los de las luchas revolucionarias anteriores que se proponían inmediatamente la toma del poder.
Probablemente uno de los mayores méritos de Holloway es que plantea abiertamente, desde el inicio, algunas de las cuestiones esenciales del marxismo en la tradición libertaria, invocando autores no ortodoxos (como los autores de la escuela de Francfort, Georg Lukacs y Ernst Bloch), y sosteniendo que la transformación del mundo es cuestión de todas las horas de todos los días, sin límite de tiempo, y que esta tarea transformadora está al alcance de cada uno de nosotros, incluso en nuestra vida ordinaria, y que no es preciso esperar grandes conmociones para hacerla posible.
La transformación del mundo es una tarea permanente, y no sólo de los momentos excepcionales. Cita Holloway a los zapatistas: la gran cuestión para los revolucionarios es la transformación continua del mundo que los rodea, y en cierta forma haber perdido la certeza de que el camino está predeterminado; por ejemplo, han dicho los zapatistas que para los revolucionarios es decisivo abandonar cualquier certeza prefijada, y que nosotros no conocemos el camino y poner en cuestión el camino o caminos que se nos ofrecen es parte del proceso revolucionarios mismo.
Lo que significa, en otros términos, que la revolución es un cuestionamiento sin fin y no una respuesta. Repensar la revolución significa cuestionar durante la marcha misma, durante el proceso, el significado y pertinencia de nuestros actos, sin pretender contar de antemano con respuestas acabadas (Holloway).
Nunca fue tan obvio que el capitalismo es un desastre y que no es disparatado pensar que de seguir así podría llevarnos a la aniquilación humana. Por otro lado, los intentos de cambiar la sociedad a través del Estado o de la toma del poder han fracasado, tanto en sus formas revolucionarias como en sus vías reformistas. Entonces se piensa que la única opción para replantear el cambio social de otra manera es a través de una forma que no vincule la revolución con la toma del aparato estatal, sino que plantee, precisamente, cómo cambiar el mundo sin tomar el poder. Y esto implica replantear el significado del poder, el significado de la teoría y praxis del pensamiento revolucionario y de la tradición marxista.
Los movimientos sociales son acciones colectivas en las cuales la población es educada y movilizada, a veces durante años, para desafiar a los acostumbrados líderes sociales y a los propietarios de los medios productivos, a las oligarquías, presionándolos y obligándolos a resolver determinados problemas sociales o agravios, y a restaurar los más importantes valores sociales. Al final de cuentas, se trata del enfrentamiento de los movimientos sociales con el poder para ganar la voluntad de las mayorías, y de la lucha política para cambiar el statu quo.
En un tiempo de terrible centralización del poder siempre es importante y valioso recordar el poder del pueblo, a pesar de que también se ha eliminado en buena medida o al menos se ha visto vulnerado por los medios de comunicación, que han contribuido a eliminar o limitar la participación ciudadana en los procesos de toma de decisión. Los poderes altamente centralizados actúan en favor de las minorías, al mismo tiempo que menosprecian el bien común y agravan los problemas colectivos. Son por definición antidemocráticos, en tanto los movimientos sociales postulan la democracia participativa y radical.
En definitiva, lo anterior para explicar las líneas centrales del último de los movimientos sociales importantes que han surgido en México (#YoSoy132), y para concluir solicitando enérgicamente que todos los jóvenes y ciudadanos del país salgan a votar el 1º de julio, obviamente por el candidato de las izquierdas Andrés Manuel López Obrador. Los movimientos sociales como Morena o el #YoSoy132 han de culminar su militancia imparable con un voto en las urnas que refleje claramente su significado e intención.
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