Carmen Aristegui
En apenas tres semanas, los jóvenes estudiantes que han tomado las calles, las plazas y los titulares de los medios de comunicación han sacudido, intensamente, el ambiente político electoral de nuestro país. Con entusiasmo, con inteligencia, con creatividad y hasta con humor, han inyectado un nuevo brío a la idea del debate y la participación ciudadana. El prejuicio sobre estos muchachos, respecto a su apatía infinita, su individualismo y su desinterés sobre todo aquello que tenga que ver con política o asuntos del interés general, ha sido derrumbado. Están aquí y están decididos a participar. Quieren incidir. Quieren que su presencia cuente y quieren que las decisiones sobre el destino del país no les pasen de noche.
¿Estamos o no ante una auténtica “Primavera mexicana” que evoca a los grandes movimientos transformadores –encabezados por jóvenes ilustrados con perspectivas de desempleo– que fueron capaces de tumbar dictaduras en el mundo árabe? ¿Es, acaso, un verdadero despertar ciudadano que permitirá enderezar el rumbo de este país dolido? No es fácil saberlo. Depende, desde luego, de que los propios jóvenes lo crean realmente y que el resto de la sociedad mexicana, por muchas razones atomizada, encuentre en ellos la creación de un espacio en donde vean reflejadas sus propias inquietudes y preocupaciones.
Los jóvenes se han organizado bajo el nombre #YoSoy132, a partir del incidente ocurrido en la Universidad Iberoamericana con el candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto. El tipo de cobertura informativa que se dio o, mejor dicho, que no se dio sobre el suceso y las diferentes reacciones que pretendieron descalificar las expresiones duras y críticas de los jóvenes ante esa visita detonaron algo que ha estado ahí desde largo tiempo atrás en una parte importante de la sociedad mexicana que, ahora lo sabemos, incluye a estos jóvenes, que por miles han salido a expresarse en ciudades del país.
La irrupción estudiantil nació contra la manipulación informativa y contra la intervención indebida de la televisión en un proceso electoral. Por eso los reclamos han ido contra la principal televisora y contra la idea de una imposición antidemocrática que no puede ser aceptada.
Han irrumpido, masivamente, en las calles, y desde un espíritu festivo e irreverente han también activado el impulso de los demás ciudadanos. Unos abiertamente antiPeña y otros con reivindicaciones más amplias han roto el umbral entre universidades públicas y privadas.
El ánimo que han inyectado los estudiantes al resto de la población es palpable y ha resultado estimulante. En los últimos días se puede observar, en cualquier mesa de conversación, que se habla de los estudiantes en las calles; de los temas relacionados con las campañas o sobre los medios de comunicación y su papel en una vida democrática.
Sus primeras consignas han ido dirigidas al candidato Peña Nieto, asociando su imagen a la televisión. Los cartelones y los estribillos de los chicos en la calles han repetido la idea de que estamos frente a una creatura de la televisión. Los chicos se han rebelado ante lo que consideran un orden democrático trastocado.
Peña Nieto es el primero que sabe que carga con ese estigma. La noche misma del debate, tratando de exorcizar el fantasma, lanzó la mejor frase del encuentro: “Si la televisión hiciera presidentes, usted lo sería Andrés Manuel”.
Aunque se refería al tema del uso del dinero público en medios de comunicación como forma para favorecer la imagen de políticos y promover candidaturas (abriendo un debate, inconcluso aún), tocaba, en realidad, al gran tema y desafío de la realidad política nacional y que está relacionado con su propia candidatura.
La televisión ha prohijado su imagen e impulsado su candidatura de tal manera que ha dejado sembrada la idea –bastante extendida, si nos atenemos a las consignas de los estudiantes en los últimos días– de que lo que ha hecho la televisión es, en realidad, una inversión política indebida que trastoca los ejes fundamentales del orden democrático.
Los estudiantes en las calles han producido victorias interesantes en apenas unos días, pero no han tragado el anzuelo. Las televisoras cedieron sus dos principales canales para transmitir el segundo debate después del regateo en el primero. Hoy el duopolio dice que sería bueno licitar una tercera cadena de televisión. Sus noticieros ofrecen espacios a los estudiantes y sus movilizaciones. Sus periodistas asumen posturas críticas en torno a la candidatura de Peña Nieto. Todo eso, mientras, en las calles, los chicos y las chicas les reclaman una imposición.
En apenas tres semanas, los jóvenes estudiantes que han tomado las calles, las plazas y los titulares de los medios de comunicación han sacudido, intensamente, el ambiente político electoral de nuestro país. Con entusiasmo, con inteligencia, con creatividad y hasta con humor, han inyectado un nuevo brío a la idea del debate y la participación ciudadana. El prejuicio sobre estos muchachos, respecto a su apatía infinita, su individualismo y su desinterés sobre todo aquello que tenga que ver con política o asuntos del interés general, ha sido derrumbado. Están aquí y están decididos a participar. Quieren incidir. Quieren que su presencia cuente y quieren que las decisiones sobre el destino del país no les pasen de noche.
¿Estamos o no ante una auténtica “Primavera mexicana” que evoca a los grandes movimientos transformadores –encabezados por jóvenes ilustrados con perspectivas de desempleo– que fueron capaces de tumbar dictaduras en el mundo árabe? ¿Es, acaso, un verdadero despertar ciudadano que permitirá enderezar el rumbo de este país dolido? No es fácil saberlo. Depende, desde luego, de que los propios jóvenes lo crean realmente y que el resto de la sociedad mexicana, por muchas razones atomizada, encuentre en ellos la creación de un espacio en donde vean reflejadas sus propias inquietudes y preocupaciones.
Los jóvenes se han organizado bajo el nombre #YoSoy132, a partir del incidente ocurrido en la Universidad Iberoamericana con el candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto. El tipo de cobertura informativa que se dio o, mejor dicho, que no se dio sobre el suceso y las diferentes reacciones que pretendieron descalificar las expresiones duras y críticas de los jóvenes ante esa visita detonaron algo que ha estado ahí desde largo tiempo atrás en una parte importante de la sociedad mexicana que, ahora lo sabemos, incluye a estos jóvenes, que por miles han salido a expresarse en ciudades del país.
La irrupción estudiantil nació contra la manipulación informativa y contra la intervención indebida de la televisión en un proceso electoral. Por eso los reclamos han ido contra la principal televisora y contra la idea de una imposición antidemocrática que no puede ser aceptada.
Han irrumpido, masivamente, en las calles, y desde un espíritu festivo e irreverente han también activado el impulso de los demás ciudadanos. Unos abiertamente antiPeña y otros con reivindicaciones más amplias han roto el umbral entre universidades públicas y privadas.
El ánimo que han inyectado los estudiantes al resto de la población es palpable y ha resultado estimulante. En los últimos días se puede observar, en cualquier mesa de conversación, que se habla de los estudiantes en las calles; de los temas relacionados con las campañas o sobre los medios de comunicación y su papel en una vida democrática.
Sus primeras consignas han ido dirigidas al candidato Peña Nieto, asociando su imagen a la televisión. Los cartelones y los estribillos de los chicos en la calles han repetido la idea de que estamos frente a una creatura de la televisión. Los chicos se han rebelado ante lo que consideran un orden democrático trastocado.
Peña Nieto es el primero que sabe que carga con ese estigma. La noche misma del debate, tratando de exorcizar el fantasma, lanzó la mejor frase del encuentro: “Si la televisión hiciera presidentes, usted lo sería Andrés Manuel”.
Aunque se refería al tema del uso del dinero público en medios de comunicación como forma para favorecer la imagen de políticos y promover candidaturas (abriendo un debate, inconcluso aún), tocaba, en realidad, al gran tema y desafío de la realidad política nacional y que está relacionado con su propia candidatura.
La televisión ha prohijado su imagen e impulsado su candidatura de tal manera que ha dejado sembrada la idea –bastante extendida, si nos atenemos a las consignas de los estudiantes en los últimos días– de que lo que ha hecho la televisión es, en realidad, una inversión política indebida que trastoca los ejes fundamentales del orden democrático.
Los estudiantes en las calles han producido victorias interesantes en apenas unos días, pero no han tragado el anzuelo. Las televisoras cedieron sus dos principales canales para transmitir el segundo debate después del regateo en el primero. Hoy el duopolio dice que sería bueno licitar una tercera cadena de televisión. Sus noticieros ofrecen espacios a los estudiantes y sus movilizaciones. Sus periodistas asumen posturas críticas en torno a la candidatura de Peña Nieto. Todo eso, mientras, en las calles, los chicos y las chicas les reclaman una imposición.
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