Enrique Campos Suárez
Los problemas económicos que se viven en Grecia, España e Italia se convertirán en temas fundamentales en la reunión de las 20 economías más poderosas.
Desde los peores días de la Gran Recesión, se han dado reuniones ordinarias y extraordinarias de los líderes del mundo para encontrar salidas a los efectos del gran sismo económico-financiero que azotó al mundo y que mantiene réplicas tan fuertes como el evento principal.
Los foros internacionales se han dedicado a analizar la crisis en turno. La quiebra de Islandia inauguró los encuentros focalizados, de ahí en adelante, Lehman Brothers, Portugal, Irlanda, la Primavera Árabe, etcétera.
La crisis Griega y sus diferentes etapas han valido la atención de múltiples reuniones internacionales. En todos estos encuentros el resultado es el mismo: buenas intenciones y medidas parciales que, hasta la fecha, no han servido.
Quizá el más emblemático de estos acuerdos se dio en noviembre del año pasado, cuando la Unión Europea, junto con los organismos internacionales y ante la mirada crítica de China y Estados Unidos, se desgastó en lograr un acuerdo de rescate multimillonario para el gobierno helénico.
Una madrugada, después de encuentros muy intensos, los orgullosos europeos anunciaron el acuerdo de rescate para que su socio más débil y desobligado permaneciera en la zona euro.
Del encuentro salieron raspados alemanes y franceses. Pero también se desgastaron los políticos ante sus electores, a los que les tenían que explicar que harían más sacrificios en sus casas para salvar a un país lejano e irresponsable.
La respuesta del hijo desobediente fue un balde de agua helada. Se le ocurrió al Primer Ministro convocar a un referéndum a ver si los griegos aceptaban la ayuda internacional a cambio de un severo plan de ajustes fiscales y de sacrificios presupuestales.
Fue el caos en los mercados y un suicidio político para los gobernantes griegos.
Y así han transcurrido los encuentros internacionales, apagando incendios sin atender las causas del fuego.
Llega ahora la reunión del Grupo de las 20 economías desarrolladas y emergentes más influyentes del planeta, el G-20. México ha sido un buen Presidente y seguro será un buen anfitrión. Pero lo que corre peligro es la agenda del encuentro.
Es muy fácil perderse en la discusión de la crisis de moda, que para el lunes que inicia la cumbre tendría dos epicentros: Grecia y sus elecciones del día anterior y España y la manera en que los mercados atacan a un país que no convence con sus medidas emergentes.
Habría tiempo, claro, para repasar la suerte de Italia, que ahora está en la mira de los cazadores de cabezas que merodean los mercados.
Pero si esto sucede será una cumbre más, con resultados parciales, incompletos y quizá efímeros.
El presidente Felipe Calderón ha insistido en que la agenda del encuentro tiene que ser mucho más amplia que la coyuntura. Pero me parece que quien mejor ha encontrado la esencia de lo que debe ser el contenido de la cumbre es la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional.
Christine Lagarde pidió poner atención a las tres crisis que enfrenta el mundo. Una crisis económica, una crisis social y una más de corte ambiental. Esto es algo más cercano a ver un panorama global.
Esta brillante mujer habría definido perfectamente bien el contenido de una cumbre como la que empieza en Los Cabos la próxima semana.
La crisis económica está mal diagnosticada porque se atiende de manera parcial y poco profunda.
Pero la crisis social es la que más consecuencias tiene para todos. Empobrecimiento acelerado, crispación social, crecimiento de personajes en la política que ofrecen soluciones mágicas, carismáticas y radicales. Amenazas de conflictos civiles.
Y la crisis ambiental implica la supervivencia no del euro, sino del planeta. El calentamiento global ha perdido atención ante la caída de las bolsas y ése es uno de los peores errores que el tiempo habrá de cobrar.
Así que bastaría con que el diagnóstico de Lagarde sea tomado en cuenta para que la cumbre de México no se sume a la larga lista de reuniones intensas de las que, simplemente, sale una larga lista de buenos deseos.
No es importante que ésta sea la reunión más significativa que ha organizado México; lo trascendente debería ser que de esta reunión podrían salir decisiones que marquen un cambio hacia delante.
Los problemas económicos que se viven en Grecia, España e Italia se convertirán en temas fundamentales en la reunión de las 20 economías más poderosas.
Desde los peores días de la Gran Recesión, se han dado reuniones ordinarias y extraordinarias de los líderes del mundo para encontrar salidas a los efectos del gran sismo económico-financiero que azotó al mundo y que mantiene réplicas tan fuertes como el evento principal.
Los foros internacionales se han dedicado a analizar la crisis en turno. La quiebra de Islandia inauguró los encuentros focalizados, de ahí en adelante, Lehman Brothers, Portugal, Irlanda, la Primavera Árabe, etcétera.
La crisis Griega y sus diferentes etapas han valido la atención de múltiples reuniones internacionales. En todos estos encuentros el resultado es el mismo: buenas intenciones y medidas parciales que, hasta la fecha, no han servido.
Quizá el más emblemático de estos acuerdos se dio en noviembre del año pasado, cuando la Unión Europea, junto con los organismos internacionales y ante la mirada crítica de China y Estados Unidos, se desgastó en lograr un acuerdo de rescate multimillonario para el gobierno helénico.
Una madrugada, después de encuentros muy intensos, los orgullosos europeos anunciaron el acuerdo de rescate para que su socio más débil y desobligado permaneciera en la zona euro.
Del encuentro salieron raspados alemanes y franceses. Pero también se desgastaron los políticos ante sus electores, a los que les tenían que explicar que harían más sacrificios en sus casas para salvar a un país lejano e irresponsable.
La respuesta del hijo desobediente fue un balde de agua helada. Se le ocurrió al Primer Ministro convocar a un referéndum a ver si los griegos aceptaban la ayuda internacional a cambio de un severo plan de ajustes fiscales y de sacrificios presupuestales.
Fue el caos en los mercados y un suicidio político para los gobernantes griegos.
Y así han transcurrido los encuentros internacionales, apagando incendios sin atender las causas del fuego.
Llega ahora la reunión del Grupo de las 20 economías desarrolladas y emergentes más influyentes del planeta, el G-20. México ha sido un buen Presidente y seguro será un buen anfitrión. Pero lo que corre peligro es la agenda del encuentro.
Es muy fácil perderse en la discusión de la crisis de moda, que para el lunes que inicia la cumbre tendría dos epicentros: Grecia y sus elecciones del día anterior y España y la manera en que los mercados atacan a un país que no convence con sus medidas emergentes.
Habría tiempo, claro, para repasar la suerte de Italia, que ahora está en la mira de los cazadores de cabezas que merodean los mercados.
Pero si esto sucede será una cumbre más, con resultados parciales, incompletos y quizá efímeros.
El presidente Felipe Calderón ha insistido en que la agenda del encuentro tiene que ser mucho más amplia que la coyuntura. Pero me parece que quien mejor ha encontrado la esencia de lo que debe ser el contenido de la cumbre es la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional.
Christine Lagarde pidió poner atención a las tres crisis que enfrenta el mundo. Una crisis económica, una crisis social y una más de corte ambiental. Esto es algo más cercano a ver un panorama global.
Esta brillante mujer habría definido perfectamente bien el contenido de una cumbre como la que empieza en Los Cabos la próxima semana.
La crisis económica está mal diagnosticada porque se atiende de manera parcial y poco profunda.
Pero la crisis social es la que más consecuencias tiene para todos. Empobrecimiento acelerado, crispación social, crecimiento de personajes en la política que ofrecen soluciones mágicas, carismáticas y radicales. Amenazas de conflictos civiles.
Y la crisis ambiental implica la supervivencia no del euro, sino del planeta. El calentamiento global ha perdido atención ante la caída de las bolsas y ése es uno de los peores errores que el tiempo habrá de cobrar.
Así que bastaría con que el diagnóstico de Lagarde sea tomado en cuenta para que la cumbre de México no se sume a la larga lista de reuniones intensas de las que, simplemente, sale una larga lista de buenos deseos.
No es importante que ésta sea la reunión más significativa que ha organizado México; lo trascendente debería ser que de esta reunión podrían salir decisiones que marquen un cambio hacia delante.
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